domingo, 30 de junio de 2013

EL ESPEJO: Frida Kahlo, por Rauda Jamis

Cuando Frida vio su imagen en el espejo, cerró los ojos, aterrada, ya que no podía volverse en la cama para esquivar el reflejo. ¿Con qué tenía que enfrentarse? ¿Con su propia imagen, chata, con el arreglo de su chongo cada mañana, con el desorden de su cama donde se amontonaban cuadernos, hojas sueltas, lápices, libros, cartas, una querida muñeca de trapo? ¿O con su cuerpo atormentado por el corsé, con su cara seria que ocultaba el dolor, con un rictus fijo para no estallar en sollozos? ¿Y pensaban que frente a su doble se iba a sentir menos sola?
De repente le parecía estar aún más a merced de sí misma. No había escapatoria posible. En cuanto levantaba los ojos, Frida veía a Frida, observaba su desesperación silenciosa, se arrojaba sobre ella. Frida sonreía, Frida-espejo sonreía también, apaciguada. Frida se odiaba al verse así, inválida: el ojo de Frida-espejo se endurecía sin complacencia. Frida languidecía por Alejandro, Frida-espejo se desolaba y palidecía. Frida garabateaba algunas palabras en un papel, Frida-espejo leía todo por encima de su hombro. Espejo implacable, compañero curioso. Presente, inevitable. Una sola solución para convivir: adoptarlo en una forma u otra, halagarlo, sacar el mejor partido posible de él. Hallar el modo de convivir, exprimirse el cerebro hasta hallarlo.
¡El espejo! Verdugo de mis días, de mis noches. Imagen tan traumatizante como los propios traumatismos. Todo el tiempo esa impresión de ser señalada con el dedo. "Frida, mírate". 'Frida, contémplate". Ya no hay sombra de verdad dónde esconderse, ni cueva donde retirarse, entregada al dolor, para llorar en silencio sin marcas en la piel. Comprendí que cada lágrima traza un surco en la cara, por joven y tersa que sea. Cada lágrima es una fragmentación de la vida.
Escrutaba mi rostro, mi mínimo gesto, los dobleces de la sábana, su relieve, las perspectivas de los objetos dispersos a mi alrededor. Durante horas, me sentía observada. Me veía. Frida adentro, Frida afuera, Frida en todas partes, Frida hasta el infinito.

Rauda Jamis: Frida Kahlo. Autorretrato de una mujer.
"La imagen en el espejo". (1985)

El único paisaje posible es el espejo.
Cuando uno pasea su mirada entre los colores y las sombras de los objetos, pasea, como Frida, por los contornos de sí mismo. Y cuanto vemos en la realidad es nuestra propia imagen reflejada: eso somos, así nos vemos. Así la realidad, como espejo de uno mismo.
La mirada queda fuera.
Es fácil caer en una metafísica de espejo. Los objetos del mundo, alucinación narcisista, son producto de una mirada, tal como hablaríamos del espejo mismo. La imagen tras el espejo es irreal. Y cuando uno comprende que no es esa imagen, y que tampoco se sabe aquello que a este lado pudiera proyectarla, sólo queda la mirada. Sobre qué se sostiene la mirada es difícil saberlo. El sí-mismo, tocado ensimismadamente se escapa. Nuestra mirada tampoco nos pertenece. ¿Cómo es la realidad cuando uno ya no espera que le devuelvan su imagen?
El dolor, ¿dónde queda?
Así habla un hombre del espejo, lógicamente. Pero el texto de Rauda nos lleva ante los sentimientos que quedan excluidos del espejo. El espejo refleja la realidad de un cuerpo atribulado, la composición de unos gestos inevitables, pero la vivencia del sentimiento, del dolor, del deseo, la impotencia... El espejo se vuelve un índice que señala la distancia entre el sujeto y su realidad: Frida infinita atrapada en una realidad constreñida, no sólo en sus límites físicos, sino en cada detalle formal significante. Siempre significante de otra cosa que sí misma, y a la vez descarnado reconocimiento de sí misma y la incapacidad.
No hay Otro.
Si la realidad espejo nos devuelve a nosotros mismos, no hay otro en el espejo. Frida comprendió en esa situación la contundente verdad de esa estructura. Porque además, en la asfixiante prisión de sí misma, muro y esencia era la falta de Alejandro. Alejandro no estaba, la estaba abandonando. El espejo se vuelve entonces índice de ese abandono, síntoma de la falta del otro. Uno mismo es otro, algo distinto a la imagen, pero el verdadero otro, que otorga realidad a la realidad, verdad, vivencia de aquello que es objeto de nuestra mirada, que hace la mirada cierta, el verdadero otro falta y el otro que somos nos estructura como abandono: ser ese abandono. ¡Y pintar sus detalles!
Ver. 



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