miércoles, 29 de marzo de 2017

MIGUEL HERNÁNDEZ


El hombre no reposa:   quien reposa es su traje
cuando, colgado, mece   su soledad con viento.
Mas, una vida incógnita   como un vago tatuaje
mueve bajo las ropas   dejadas un aliento.

El corazón ya cesa   de ser flor de oleaje.
La frente ya no rige   su potro, el firmamento.
Por más que el cuerpo, ahondando   por la quietud, trabaje,
en el central reposo   se cierne el movimiento.

No hay muertos. Todo   vive: todo late y avanza.
Todo es un soplo extático   de actividad moviente.
Piel inferior del hombre,   su traje no ha expirado.

Visiblemente inmóvil,   el corazón se lanza
a conmover al mundo   que recorrió la frente.
Y el universo gira   como un pecho pausado.


Miguel Hernandez ( 1939 ? )

Por termodinámica sabemos que el estado de ausencia absoluta de movimiento es imposible. Al parecer, este pastorcito autodidacta lo sabía bien, y algo así formula en el centro de este soneto (vv. 7-10). Pero si consideramos que el movimiento y los cuerpos que se mueven son, no ya supuestos objetos reales, sino supuestos del pensamiento, imágenes que la mente genera en su fantasía de conocer, entonces, bien se puede imaginar el reposo. 
Así, en la medida en que lo vivo es, a fin de cuentas, un tejido material que nunca dejó de estar muerto, no puede conocer la muerte. La muerte pertenece al pensamiento de aquel que sigue vivo. Mente, vida y muerte son los vértices de un triángulo paradójico.
En nuestros ideales, consideramos que las mentes morirán, y que podemos matarlas. La muerte así es una solución definitiva, un "exit" inapelable. Y hay ideales que quieren llegar a soluciones estáticas, a través de la muerte. ¿A quién conseguirán matar? Matarán los trajes que siempre estuvieron muertos, y fracasan con la muerte de los ideales.
Vemos la materia bullir sin remedio. Alejados por distancias inimaginables, bailan pesados cuerpos sin brillo una danza tan lenta, pero tan larga, que no hay medida que nos la haga constar. La vida, en este cuerpo-planeta, tan solo, en nuestro relato siempre tan amenazada, se ha vuelto, a día de hoy, aún, tan rica. El ser humano, con sus miserias y su violentas hecatombes, muere y se mata, pero ya asfixiando a miles de millones la superficie del planeta, como en su día aquellas bacterias que oxidaron la atmósfera. Los imperios han caído, pero los ideales que levantaron, como nube de polvo tras el impacto fatal, siguen flotando en nuestras conversaciones, siendo no menos, sino más numerosas, complejas, contradictorias, las ideas.
Veintinueve años tenía Miguel cuando escribió este soneto. Apenas le habían dejado vivir y poco le dejarían vivir más. O él consiguió vivir más que muchos trajes más longevos. De la revolución del amor pasó a la revolición del arte y luego a la de la guerra y luego a la de la derrota, a la de la enfermedad y la muerte. Él, que siempre se sintió  prisionero de la naturaleza, de la pasión, "rayo atado a una redoma". Él, que acaso sabía que su vida era un traje, que al final habría de malvender por una salvación imposible. Él, cuyo rayo aún no termina de cesar.