domingo, 27 de marzo de 2011

Tchaikovsky: EL LAGO DE LOS CISNES


El lago de los cisnes, según Matthew Bourne, Final.

Durante mucho tiempo he denostado el preciosismo patético de la música de Tchaikovsky, esa "máquina de hacer llorar". Y ahora, comienzo con él este periplo en torno al cisne. Siempre me ha gustado la historia de "El lago de los cisnes", que parece sacada más de las Mil y una noches que del folklore alemán. Pero fue gracias a la película de Aronofsky y, buscando en YouTube, la interpretación del ballet de Matthew Bourne, cuando realmente me ha fascinado.

En cierto modo, el cuento trata sobre un "despertar". Sigfrido vive en el mundo del goce y es apremiado por su madre a entrar en el mundo real. Esa ley materna no es ética, no le permite "acceder" eficazmente al mundo, y lo que consigue es disparar su mundo imaginario, que es precisamente la acción del ballet. En todo este delirio, Rothbart es el elemento paterno, que introduce un extraño complejo edípico: le prohíbe a la la mujer casta entregándole a la mujer seductora. Sucede entonces el error mítico de la mala elección: no saber distinguir a la verdadera novia.

En el ballet de Matthew Bourne, el cisne blanco es como una imagen protectora del mismo Sigfrido, atormentado por su propio deliro. Los cisnes son un reducto con el que su propia fantasía se resiste al mandato de la madre, y en esa lucha no puede sino quedar destruido. Sólo en el cisne blanco aparece un elemento que, desde su propia fantasía, le permita trascender. Esto, de alguna manera, es lo que se ve también en la película de Aronofsky.

Y todo, encendido con la archiconocida música de Piyort Iliych Tchaikovsky. Una atmósfera poderosamente expresiva, lírica, delirante, de una nitidez sentimental apabullante; pero en la que más de uno echamos de menos el peso de algo real. Es una borrachera de belleza y sentimiento, que alzará a este ballet como la más alta cumbre de su género (al menos como emblema). Es posible que este ballet, se acerque a la esencia misma del pensamiento del compositor.

Hay en la interpretación de Matthew Bourne como un deseo de salvar al propio Tchaicovsky. Sigfrido es un niño perdido entre fantasmas, pero la maestría de su delirio puede salvarlo. El delirio no destruye al sujeto, sino que lo sostiene, y si hay en él algo magistral, incluso puede trascender, como los héroes griegos. Esta es una idea que me parece peligrosa, y no sé muy bien a dónde lleva; pero en relación al arte, es muy interesante, y sería de hecho el sueño de los artistas.


Es muy curioso que haya tantos finales distintos de este ballet. Está predispuesto a que cada uno impoga lo que su estructura es; se resisten a someterse a la estructura del original. En la versión que enlazo a continuación, de factura mucho más clásica, se percibe más esa naturaleza de cuento: el error de eleción, el triunfo del padre (que a fin de cuentas podría traducirse como el paso del niño al adulto, el niño bueno seducido por las maravillas del mundo materno, y el hombre adulto, que sabe realmente lo que es la mujer).

La mujer es un cisne.


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