domingo, 20 de marzo de 2016

En el hogar: OYFN PRIPETSHIK, de M. M. Warshavsky

En el hogar arde una llamita
y el cuarto algo se calienta
y el rabino enseña a los niños pequeños
el alfabeto.

Recordad, niños, recordad, queridos,
lo que estáis aprendiendo aquí.
Repetid otra vez y otra vez más
"komets-aleph": oh.

Aprended, niños, con gran entusiasmo,
tal como os lo enseño;
aquellos de vosotros que mejor conozca el hebreo
recibirá un premio.

Aprended, niños,  no temáis;
el comienzo siempre es duro.
Feliz quien haya aprendido la Torá;
¿qué más puede necesitar una persona?

En el momento, niños, en que crezcáis
sabréis por vosotros mismos
cuántas lágrimas se derraman en estas letras
y cuántos lamentos.

Mientras soportéis, niños, la dureza del exilio
llevaréis esta carga
y os reconfortarán estas pequeñas letras
al mirar dentro de ellas.


Mark Markovich Warshavsky (1901)

Irónicamente, "oh" es una interjección tan polivalente como universal: la voz que escapa de la emoción apenas significante. La ironía tiene también aquí varias dimensiones. Ironía lírica e ironía trágica. 
Iluso quien crea que si prescindieran de su fe en la letra serían mejor acogidos, menos exiliados. Esta canción representativa del largo y constante nomadismo askenazí, puede extender su emblema a los reiterados exilios que el pueblo judío ha sufrido en su milenaria historia. Y aún más, vale para el repertorio de pueblos exiliados de los que el mundo ha tenido noticia. En nuestros cómodos estudios, los exilios del pasado provocan indignación y piedad; pero cuando los exiliados llaman a la puerta del presente, el miedo y la incomodidad atenaza las conciencias. Los pueblos acomodados cierran puertas y candados como al demonio del viento. 
Al crecer, cada persona vive su propio exilio, lejos del cuerpo hermoso y paradisíaco de su infancia y de su juventud. Su memoria es una tierra prometida que ha sido velada con un problemático acceso. Uno quisiera cesar el exilio que es su cuerpo y reencontrar el paraíso de su cuerpo o el cuerpo del otro. Ciertamente, quien se ve desterrado en la necesidad, admira la suficiencia del lenguaje, de la letra, de la voz. La queja es el auténtico hogar del ser humano.
La necesidad es el auténtico exilio. Para aquel que conoce la profundidad del lenguaje, del significante, cuán tentador no es encerrarse en el esimismamiento de sus letras. ¿Puede acaso renunciar al exilio de la vida exterior? Iluso sería, pues la letra es significante en la misma medida que es un exilio, una expulsión desde la forma al significado o desde el objeto a la forma. Pero incluso la persona que no crea en la palabra, inevitablemente habla.

"Oyfn pripetchik" en Spotify:

Otros comentarios para "Oyfn pripetchik:


Oyfn pripetchik brent a fayerl
Un in shtub is heys.
Un der rebbe lernt kleyne kinderlekh
Dem alef-beyz.
Gedenkt'zhe, kinderlekh, gedenkt'zhe, tayere,
Vos ir lernt do.
Zogt'zhe nokhamol un take nokhamol,
Komets alef-o.

Lernt, kinder, mit groys kheyshek,
Azoy zog ikh aykh on;
Ver s'vet gikher fun aykh kenen ivre -
Der bakumt a fon.
Lernt, kinderlekh, hot nit moyre.
Yeder onheyb iz shver.
Gliklekh iz der yid vos lernt toyre,
Vos darfn mir nokh mer?
Az ir vet, kinderlekh, elter vern,
Vet ir aleyn farshteyn,
Vifil in di oysyes lign trern
Un vifil geveyn.
Lernt, kinderlekh, mit groys kheyshik,
Azoy zog ikh aykh on.
Ver s'vet beser vun aykh kenen ivri,
Der bakumt a fon.

Mark Markovich Warshavsky (1901)