domingo, 26 de junio de 2011

NERÓN Y SÉNECA, de Eduardo Barrón: EDUCAR, CURAR, GOBERNAR.


Nerón y Séneca, de Eduardo Barrón

Esta fue una de las primeras estatuas que me impresionaron en mi vida. No sé en que momento entrara en el Ayuntamiento de Córdoba y me topara de frente con estas figuras, por entonces mayores que yo. Ahora aún puedo disfrutar de una copia colocada en un cruce de caminos, lugar cuanto menos extraño para estas figuras. Hoy por hoy, parece que la patria chica del autor ha podido más que la del personaje, y el original está en Zamora.

Realmente estamos ante una obra clásica, porque podría haber sido hecha en cualquier época. Es una obra de propuesta sencilla: todo se basa en el contraste entre las dos figuras.¿Qué podríamos desarrollar?:
  • El juego de las manos: abiertas y expresivas en Séneca, cerradas en Nerón. La mano izquierda del maestro parece soportar todo el peso y la derecha señala firmemente la palabra.
  • Las miradas: Las miradas no se cruzan. Ninguno mira al otro. Mientras Séneca parece mirar al absoluto, a un pensamiento que está fuera, Nerón está ensimismado, concentrado en lo que imagino un profundo vacío interior. Pero está claro que Nerón no escucha al maestro, y Séneca no se dirige a él.
  • Los semblantes: muy conseguidos. Cada cual verá en estos rostros algo propio. No quiero interferir en este juicio.
  • La postura: Nerón no puede ejemplificar la desidia mejor que aquí. Séneca, en cambio, parece firme, estable, equilibrado, pesado y ligero.
  • Los atributos: Nerón está hundido entre sus desordenados ropajes, mientras que las arrugas de la toga de Séneca incluso parecen elegantes. Séneca sólo muestra su rollo, mientras que el adolescente Nerón exhibe torpemente, manto, cojín, trono y lo que sea esa bolsa de cuero que lleva colgada del cuello.
  • Minerva: ¿porqué está en el lado de Nerón? ¿Es acaso un atributo más del césar? Aparece como su valor divino de pensamiento, y entonces tiene una función irónica. O marca la obsolescencia de los dioses frente a la razón (pero no nos desprendamos de la ironía). Minerva, pequeña y rota.
No menos comentable es el episodio histórico. Séneca y Nerón como paradigma del maestro y el alumno. La historia nos ofrece ejemplos más edificantes, como el de Aristóteles y Alejandro; pero creo que son excepcionales, y que la educación en sí, se parece más a esta figura. Curiosamente, hubo otro emperador terrible educado bajo los principios del estoicismo: Cómodo tutelado por los preceptos de Marco Aurelio. Desde luego, estos alumnos no parecen poner en muy buen lugar a sus maestros.

Y digo la educación en sí, que se enfrenta constantemente a la tozudez de la ignorancia. Puede conseguir algo, mucho, pero luego llega una generación nueva, y hay que volver a empezar de cero. No podemos negar que el hombre se resiste a ser educado; en su mayoría, el hombre se resiste a ser un hombre (así hablarían los estoicos), y la educación consiste en poner al hombre en su lugar, a despecho del niño.

Nuestros tiempos parecen dibujados con el modelo de esta figura (¿y qué tiempos no?). Hemos heredado grandes maestros, científicos, filósofos, artistas... pero nuestra sociedad parece adorar a Nerón y sus pasiones. Se habla de toda una generación que ni estudia ni trabaja. Se habla de unos gobernantes que no saben gobernar, que son capaces de incendiar un pueblo en pro del nuevo urbanismo. Se habla del bienestar como principio, en un mundo de obesos y hambrientos, de diversión y aburrimiento, de fanatismo y desidia, de obsesiones, adicciones, depresiones. Mientras la educación...

Pero no nos engañemos. Ya Freud nos lo hizo recordar: "Tempranamente había hecho mío el dicho sobre los tres oficios imposibles —que son educar, curar, gobernar—, aunque me empeñé sumamente en la segunda de estas tareas".


Seguimiento de la escultura:
  • Proceso de copia, Factum Arte. Cómo se realizó la copia que luego quedó en Córdoba, en los Llanos del Pretorio.
  • Proceso de restauración en el Museo del Prado de Madrid.
  • Ficha histórica de la obra en Revista de Arte.
  • Reseña escolar por Paola Ros.

domingo, 12 de junio de 2011

GÓNGORA: La identidad.

.....Hurtas mi vulto y cuanto más le debe
a tu pincel, dos veces peregrino,
de espíritu vivaz el breve lino
en los colores que sediento bebe,
.....vanas cenizas temo al lino breve,
que émulo del barro le imagino,
a quien (ya etéreo fuese, ya divino)
vida le fïó muda esplendor leve.
.....Belga gentil, prosigue al hurto noble;
que a su materia perdonará el fuego,
y el tiempo ignorará su contextura.
.....Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta sordo, tronco ciego;
quien más ve, quien más oye, menos dura.
 
 
Recuerdas, Abraham, los tiempos de gran ignorancia, cuando estabas en la Facultad, y poemas como éste eran el emblema de vuestro trabajo. Ahora podrías prescindir del aparato retórico, y acudir sólo a la memoria.
 
  • Identidad robable. El desdoble del espejo, tratado a través del cuadro, no es original de Dorian Gray. Es un tópico. Está claro que lo que soy es algo diferente a lo que conozco de mí conscientemente, y, sin lugar a dudas, a lo que conocen de mí los demás. Sin embargo, mi identidad es más la que los demás me otorgan que yo mismo. Milán Kundera, en su libro La inmortalidad, aborda precisamente este tema, cómo la posteridad trata no con la persona, sino con una colección de opiniones y anécdotas que han triunfado sobre la persona misma. Esto sucede claramente con la crítica, que encumbra a unos autores y silencia a otros. Mientras más cuadros, más imágenes, más lino, parece que esa persona ha tenido más existencia que aquél del que apenas leemos su nombre en el epitafio. Somos celosos de una identidad que cotidianamente nos es arrebatada... también esto es vanidad y alimentarse de viento.
  • Vanidad. Obsérvese el adjetivo del verso 5. ¿Cuál sería el sentido más normal de la vanidad en este poema? El barro es vano, nuestro cuerpo es vano: materia que se organiza y se corrompe. Lo fundamental de nosotros no es nuestro barro, que a fin de cuentas se va renovando como si ardiera constantemente. El fuego es vano, nuestro aliento, nuestra biología es vana. Se nace como se muere. El tiempo nos sostiene un momento y luego nos desvanecemos como lágrimas en la lluvia. No es nuestra energía lo fundamental de nosotros, que toma de aquí y de allá sus continuas transformaciones.
    Pero a nada de esto atiende el adjetivo "vanas" en el poema. "Vanas" son las cenizas. Y esto puede leerse de dos maneras. Son cenizas inútiles, que no servirán para nada, en cuanto que son producto del fuego y del barro. Pero, por otro lado, es inútil que sean cenizas, que sean final, pues no destruyen el ser. Mi identidad, por un lado, y mi ser, por otro, no es destruido ni por la materia ni por el tiempo. Desaparecido el cuerpo, desaparecido el cuadro, Góngora sigue estando aquí.
  • Las hojas. Las hojas del roble son las hojas del libro o las hojas de los lienzos. Telas y papeles que se multiplican igual que los años. Igualmente, ese retrato y esos poemas no son más que telas y papel, manchas de tinta. ¿Es menos Góngora el que recitaba estos versos, el que los escribía, el que los lee ahora? Delante sólo tenemos manchas; nosotros rescatamos de esas manchas el dibujo que es el mundo y el texto que es el mundo. Y no somos otra cosa que ese rescate. Sobre la madera arde el tiempo, no sobre nosotros. Nostrotros no pertenecemos al tiempo, sino al instante.
  • Quien más ve, quien más oye, menos dura. La materia, inerte o viva, materia al fin, sobre esa vemos actuar el tiempo. La diferencia entre la materia y nosotros es el saber. ¿Sabe acaso la madera dónde está? ¿Acaso el fuego sabe que arde? Nosotros no somos un arder, somos un saber. Y en cuanto saber, estamos en nuestro cerebro tanto como en nuestras palabras o en nuestro actos. Y, claro, ese saber no es nuestro, es un saber robado (o cogido prestado, como Prometeo quiera decirlo). Yo no he de durar, he de ver, he de oír, he de hablar.
  • La identidad. ¿Es que acaso son mías mis palabras? ¿Es acaso mío el mundo? ¿Puede ser mío el saber? Puedo tomar, tal vez, posesión del espacio y del tiempo. Este es mi aquí, y este es mi ahora; y en el aquí y en el ahora puedo poner casas, islas, coches, joyas e incluso personas (pues ¿cómo negar que tú eres mi aquí y mi ahora?). Pero no puedo tomar posesión del saber. No es mío. Simplemente respondo de él. Como hijo, soy fruto del saber; como padre, soy responsable de él. Pero si saber es lo que soy, tampoco puedo tomar posesión de mí mismo. Mis ideas no son de mi propiedad; mis palabras no son de mi propiedad; yo no soy de mi propiedad... pero sí mi cuidado. Y el que tenga oídos que oiga.

Y ahora, otras voces sobre este poema:
  1. Mercedes Blanco: Góngora et la peinture. Université Charles-de-Gaulle.Lille 3. Creathis.
  2. Kristen Kramer: Mitología y magia óptica: sobre la relación entre retrato, espejo y escritura en la poesía de Góngora. Universidad de Erlangen, Nuremberg.
  3. Sorprendente falta de documentos españoles en el Google Académico sobre este poema.

domingo, 5 de junio de 2011

El YO: El traje nuevo del emperador.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.

H. C. Andersen: El traje nuevo del emperador (1837)


Bien mirado, el yo es una máscara invisible, que todos nos empeñamos en mostrar y que todos nos empeñamos en ver en los demás; cuando, en realidad, siempre estamos desnudos unos ante otros. Podemos decir, que el que ve yos, no ve nada, no ve realmente a la persona detrás de la máscara (expresión redundante donde las haya). Reconocer que conozco al otro, es reconocer que pueden conocerme, que me ven en mi "intimidad". Sería, pues, lo contrario de la soledad, por eso nos ponemos este vestido invisible, para garantizarnos la sensación de una soledad ilusoria, de una intimidad menos transparente.
Muchos han visto en este relato un trasunto de las imposiciones culturales, de las falsas verdades aceptadas por consenso, de la estupidez... del teatro del mundo y de la impostura social. Todo ello puesto en evidencia por la mirada inocente del niño (o del negro, pero siempre en consonancia con la idea del "buen salvaje"). Mirémoslo ahora de otro modo. Veámoslo con ironía: pensemos que los embaucadores no son tales embaucadores, sino que son verdaderos artistas:
Los dos tejedores le preparan al rey un vestido hecho sólo de palabras. Ya hablamos otra vez de la consemancia "tejido" = "texto". El ser humano que no pueda ver que su verdadero vestido está hecho de palabras, efectivamente, o no está preparado para ser un ser humano (no es apto para su cargo), o es estúpido. ¡Claro que el niño no está preparado para su cargo: tiene que ser educado!
En la versión de don Juan Manuel, seguramente más cercana a la original, la incapacidad de ver el tejido denota "no ser hijo de su padre". Esta idea es fundamental en la sociedad occidental: tanto en los mitos griegos, como en la tradición cristiana, el héroe no es hijo de su padre, sino hijo de Dios. Aquí la ironía es mayor, porque cuando todos se sienten ciegos, lo que nos dice el texto es que no hay nadie que sea hijo del padre que cree ser su padre, tal como es. Sin embargo, todos se esfuerzan en "revestir" al rey, para que el rey no sea rey, para que yo no sea yo, sino su vestido. Quiero decir: todos deberían asumir que, al no ver el tejido, no son hijos de quien creen ser; por dogma eso debería estar asumido por la fe, pero no lo está. Prefieren el yo cotidiano, mundano, que la identidad trascendente.
El yo es un traje hecho con palabras: nuestra historia. Presumir de ese traje es absurdo, pues no es realmente lo que somos, sino una narración, que podría narrarse de otro modo. Ahora bien: en la medida en que nos involucramos en esa historia, eso somos. Por tanto, no tiene sentido obviarlo. Es por eso, que hemos de seguir en esa postura de que vemos lo que en realidad no se ve o somos lo que en realidad no somos. Porque no es ya la historia que tenemos contada, sino la historia que estamos contando.  

Et desque las gentes lo vieron assí venir et sabían que el que non veía aquel paño que non era fijo daquel padre que cuidava, cuidava cada uno que los otros lo veían et que pues él non lo veía, que si lo dixiesse, que sería perdido et desonrado. Et por esto fincó aquella poridat guardada, que non se atrevié ninguno a lo descubrir, fasta que un negro que guardava el cavallo del rey, et que non avía que pudiesse perder, llegó al rey et díxol’:

-Señor, a mí non me enpeçe que me tengades por fijo de aquel padre que yo digo, nin de otro, et por ende, dígovos que yo só çiego, o vós desnuyo ides.
El rey le començó a maltraer diziendo que porque non era fijo daquel padre que él cuidava, que por esso non veía los sus paños.

Infante don Juan Manuel: El Conde Lucanor (siglo XIV)


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