viernes, 31 de enero de 2014

GATTACA: Alma vs. Cuerpo; Determinismo vs. Libertad


Mi corazón ya lleva diez mil latidos de más


Vincent: Pero tenemos algo en común
salvo que al mío no le quedan veinte o treinta años de vida,
el mío ya lleva diez mil latidos de más.
Irene: No es posible.
Vincent: Tú eres toda una autoridad en lo que no es posible. 
¿No es cierto, Irene?
Te han obligado a esforzarte en buscar defectos, 
que al cabo de un tiempo es lo único que ves.
Pero, por si te sirve, yo estoy aquí para decirte 
que es posible. Es posible.

Gattaca (1997), de Andrew Niccol

Juguemos un poco al dualismo:


Jerome Eugene es el cuerpo. Un ser destinado a la perfección pero postrado por el fracaso. Un ser perfecto incapaz de asumir su propia derrota. Un ser sumido en su miserable y hermosa autocomplacencia.
Jerome Vincent es el alma. Desubicada. Huérfana. Impostora, un escalón prestado. Sin identidad. Sin más amor que su sueño. El sueño de habitar nuevos mundos.
Yo me he llevado la mejor parte. Yo sólo te presté mi cuerpo; tú me diste tu sueño.

Ambos son Jerome Morrow. El ser en el futuro.


Y el cuerpo no es sólo el soporte biológico. Es la vida, con todo su argumentario de vivencias, y recuerdos, tenidos como paisaje del ser. Todo el discurso es un cuerpo. Toda la memoria es un cuerpo. Todas las sensaciones y las pasiones entendidas son el cuerpo.
El alma es la acción, ignorante de su sentido. 


Vincent es Caín. El desdeñado. El expulsado de sí mismo por el significante.  El creador de lo imposible.
Anton es Abel. El hijo merecedor del nombre del padre. El vigilante de la ley que ha de cumplirse.

Vincent está prisionero de sí mismo. El exterior es sólo un sueño. Pero entonces llega Irene. ¿Quién es Irene?
Se lo ha llevado el viento


Vincent es una máquina. Una máquina destinada a fallar. Vincent es la máquina perfecta de su propio inconformismo. Vincent es un sueño en imparable ejecución.
Pero entoces llega Irene. ¿Quién es Irene?

Con el permiso del padre:
Heracles, el gran héroe, nacido bajo el odio de Hera, tiene por delante la imposible tarea de conquistar su perdón. La fuerza bruta, corporal, loca, de Heracles, capaz de vencer en todas las batallas, pero incapaz de reconciliarse con la falta de Hera. Sólo al final, en plena ejecución de su esencia, deja arder su cuerpo y es recibido en el misterio de los dioses. 
El fuego de la paradoja real, en la que se resuelve la ilusoria dialéctica entre Caín y Abel, el alma y el cuerpo, la libertad y el determinismo. El encuentro desnudo con el otro. El auténtico hogar que es el otro mundo del sujeto amado.

"Para ser alguien que nunca estuvo hecho a la medida de este mundo, debo confesar que me está resultando difícil abandonarlo"