domingo, 30 de mayo de 2010

WALT WHITMAN: la palabra

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Estos son en verdad los pensamientos de todos los hombres en todas las épocas y países: no son originales míos,
Si no son tan tuyos como míos, son nada o casi nada,
Si no son el enigma y la solución del enigma, son nada,
Si no son tan cercanos como lejanos, son nada.

Ésta es la hierba que crece donde hay tierra y hay agua,
Éste es el aire común que baña el planeta.

(Walt Whitman: Hojas de hierba, "Canto de mí mismo", 17;
en la traducción de Jorge Luis Borges)

Hace mucho tiempo que debería haber puesto algo del "maestro de atletas". El fragmento anterior hubiera sido un un buen texto de presentación. Podría ser también el lema de todos los blogs, o de internet en sí. Con esto no intento vender que Whitman sea un visionario. En realidad, el lenguaje, el poder de la palabra es ese, funciona así. Al lado de esto, ¡qué ridiculas algunas posturas de "propiedad" con respecto al lenguaje!

Es difícil comentar a Withman (es difícil comentar a los grandes). Sus juegos retóricos son sencillos y evidentes, y no es en ellos donde se cuece lo mejor. Suele dar la sensación de ir al grano con pequeños rodeos. Además, es fácil perderse en lo magestuoso de esa totalidad a la que aspiran sus Hojas de hierba, y que suele atraer e hipnotizar a los lectores. Pero desde su título (y el título de su principal apartado "Canto de mí mismo"), vemos que lo más interesante es la relación de ironía épica que hay entre cada detalle y su conjunto.
Yo diría que Whitman no habla tanto de la humanidad, ni del planeta, ni de grandes hipérboles místicas. Creo que Whitman habla del lenguage mismo, en todas sus facetas. ¿Cómo hablar del lenguaje si no es hablando de todo y de cada detalle? Pero, ¿hablar del lenguaje es hablar de algo? "¿Me contradigo? Muy bien, me contradigo. (Soy amplio, contengo multitudes)".

Vamos hasta el fondo. Cada uno de nosotros tenemos que ser algo distinto al lenguaje; pero sólo somos "eso" en la medida en que somos nombrados por él. El lenguaje nombra algo que está más allá de sí mismo. (No sé si suena a trabalenguas; pero este es el origen de la trascendencia mística: "lo inefable").
En poesía, el sujeto queda convertido en una pura voz poética (recordemos el mito de Eco y Narciso): sólo es lenguaje que habla. Y si el lenguaje habla de sí mismo, ¡no puede hablar de nada! Acabaría siendo un discurso que se repitiera hasta el infinito como los espejos enfrentados (bien mirado, ¿no es eso el gran discurso humano?). Esa es la extraña grandeza de Whitman.
Cuando alguien muere solemos decir "no somos nada". El maestro de atletas lo dice mejor: somos "nada o casi nada". Y esa diferencia, ese casi, es fundamental:
tú y yo somos unos "casi nada".

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These are really the thoughts of all men in all ages and lands, they are not original with me,
If they are not yours as much as mine they are nothing, or next to nothing,
If they are not the riddle and the unthing of the riddle they are nothing,
If they are not just as close as they are distant they are nothing.

This is the grass that grows wherever the land is and the water is,
This is the common air that bathes the globe.

(Walt Whitman: Leaves of Grass, "Song of Myself", 17)
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sábado, 22 de mayo de 2010

SÓFOCLES: LA LEY. Edipo, Antígona

CREONTE. Y tú, tú que inclinas al suelo tu rostro, ¿confirmas o desmientes haber hecho esto?
ANTÍGONA. Lo confirmo, si; yo lo hice, y no lo niego.
CREONTE. Tú puedes irte, entonces, a dónde quieras, libre ya del peso de una grave responsabilidad. Pero tú, en cambio, dime brevemente, sin extenderte; ¿sabías que un edicto ordenaba que nadie hiciera lo que tú has hecho?
ANTÍGONA. Si, lo sabía: ¿cómo no iba a saberlo? Todo el mundo lo sabe.
CREONTE. Y, así y todo, ¿te atreviste a pasar por encima de la ley?
ANTÍGONA. No era Zeus quien me la había decretado, ni la misma Justicia, compañera de los dioses subterráneos, perfiló nunca entre los hombres leyes de este tipo. Y no creía yo que tus decretos tuvieran tanta fuerza como para permitir que un simple mortal pueda saltar por encima de las leyes de los dioses, inmutables y anteriores a todo escrito: su vigencia no es de hoy ni de ayer, sino que siempre están vigentes, y nadie sabe cuándo fue que aparecieron. ¡No iba yo a atraerme el castigo de los dioses por temor a lo que pudiera decidir hombre alguno! Pues que iba a morir bien lo sabía –¡y cómo no!—, aunque tú no hubieses decretado nada. Y, si muero antes de tiempo, yo digo que es ganancia: quien, como yo, vive en un mar de calamidades, ¿no hace acaso con morir un buen negocio? Por eso, no es, no, una desgracia para mí tener este destino; y, en cambio, si hubiera tolerado que el nacido de la misma madre que yo, fuera, una vez muerto, un cadáver insepulto, entonces, eso sí me sería doloroso. Esta situación, en cambio no me causa dolor alguno. Por lo que a ti respecta, si insistes en que me estoy comportando estúpidamente, puedo afirmar que es un estúpido aquel ante quien he incurrido en estupidez.

Sófocles: Antígona (vv. 441-470)

¡Toma ya, las palabras de Antígona! Una vez más, Sófocles nos ofrece un texto en el que no hay lugar al desperdicio (para los privilegiados, recuerden lo fácil que es acudir al original). ¿Desde dónde abordamos la interpretación de este alegato? Son tantas la opciones, que resulta imposible aquí ni esbozarlas (de hecho, llevamos casi 2500 años dándole vueltas, y quién sabe cuánto tiempo se vino arrastrando estas ideas).
Interrogarse sobre la diferencia entre las leyes humanas y las divinas no es poca cosa. A Dios lo de Dios, y al César lo que es del César. Pero, ¿acaso sabe el hombre qué es Dios?, ¿acaso sabe el hombre qué es el hombre? Y así llevamos en toda nuestra historia (social, individual) intentando asumir, o intentando subvertir, las leyes que nos son incognoscibles. ¿Cómo es eso posible?
Y siempre desde la muerte. La ineludible certeza. La única, la separadora.
¿Qué es el hombre? Fidelidad, acatamiento, sublevación, rebeldía, conocimiento, ignorancia, investigación.... Un "mar de síntomas", Sófocles lo expresa magistralemente en su Edipo (también original):

¡Compatriotas de Tebas, mirad: éste es Edipo! El que resolvió los famosos enigmas, hombre poderosísimo y envidia de muchos por su destino. ¿Quién de sus conciudadanos no vivía con la mirada fija en él? ¡A qué enorme oleaje de espantosas desgracias ha venido a parar! De modo que nadie entre los mortales puede considerarse feliz, examinando con toda atención cada momento de su vida, incluido el último en el que vea la luz, hasta que franquee el límite de su vida, sin haber sufrido nada doloroso.

Sófocles: Edipo rey (final).

domingo, 16 de mayo de 2010

James Joyce: UN ENCUENTRO

Como homenaje al viernes 7 de Mayo, 2010; anocheciendo.

-¿Qué es esta basura? -dijo-. ¡El jefe apache! ¿Es esto lo que ustedes leen en vez de estudiar Historia Romana? No quiero encontrarme más esta condenada bazofia en esta escuela. El que la escribió supongo que debe de ser un condenado plumífero que escribe estas cosas para beber. Me sorprende que jóvenes como ustedes, educados, lean cosa semejante. Lo entendería si fueran ustedes alumnos de... escuela pública. Ahora, Dillon, se lo advierto seriamente, aplíquese o...
James Joyce: Dublineses. "Un Encuentro".

Hay momentos que son como encrucijadas.

Y una vez que el devenir se dobla y te acerca un espejo, ¿qué hacer con la imagen nueva de lo que siempre has sido?
No puedo decir nada sobre el texto de Joyce. Sucede como en todos los grandes de verdad. Hay tantas verdades y tan personales que sacar... Cada una ha de buscar la suya. Ya me ha sido difícil seleccionar un fragmento de este relato. Y decir o sugerir cualquier cosa me parece negarle a cada cual su oportunidad de acceder libremente al texto.

Abrir textos. Pero, y cuando el texto ya está abierto, ¿qué decir? Y no es que el texto de Joyce plantee abiertamente varias lecturas. Sus epifanías son enigmas. Y un enigma sólo tiene una única respuesta verdadera, para un único sujeto.

Como este es sólo el comienzo de una arduosa andadura, voy anotando víveres con que ayudar el viaje:

domingo, 9 de mayo de 2010

CYRANO DE BERGERAC: La fealdad y el genio.

Cyrano de Bergerac, de Edmond Ronstand

Me resulta realmente difícil hablar de este personaje. Me hace derivar hacia toda esa lista de los que trabajan en la sombra, sin reconocimiento, y hacen que la ilusión de un mundo mejor sea posible. Cyrano, con la entrada en la utopía negada por su propia fealdad, trabaja incansable por el triunfo de su amor: que nada destruya la utopía de quienes la merecen.
Después de haber paseado durante el drama de Rostand, la última escena es más que conmovedora. Vivimos la imposiblilidad de acceder al amor, tan propia del romántico. Pero lo conmovedor es adonde dirige la mirada: "así debe ser". Un lugar donde no importa el reconocimiento, sino el mundo creado. Y allí ha de encontrarse con los grandes: Sócrates, Galileo, y todos los que han luchado incansables contra lo falso.
No es importante el atributo, nada nuestro nos pertenece. No es importante entonces qué me merezco. Lo importante es que exista el genio, bien sea Molière. Lo importante es que Roxane sea dignamente amada. Y que el objeto de su amor sea verdaderamente hermoso. "Así dede ser".
Si vine al mundo arrojado de todo, con una originalidad indescifrable, difícil de comprender, única, ¿qué puedo llevarme? ¿Y qué ha de quedar? ¿Mi discurso, mis actos? Sólo una cosa, evidente, intraducible: "mon panache".

domingo, 2 de mayo de 2010

Velázquez: LA VENUS EN EL ESPEJO

¿Es el amor ciego? Este paseo que venimos dando por la interpretación de la belleza no podía pasar sin detenerse en esta obra; sin duda, una de las más sensuales de toda la historia.



Venus del espejo, de Diego Velázquez.

Varios aspectos podríamos comentar de este cuadro, y seguramente nos gustaría quedarnos párrafo tras párrago gozando con los detalles de la imagen. Empezaré por tres elementos, y más adelante podremos ir ampliando el comentario:
  • El placer de la mirada:
    -Lo más subyugante de esta composición es la elegante curva de la mujer, que prácticamente nos obliga a acariciarla con la mirada. Esta curva viene potenciada por el juego de sinuosas espirales que tiene como foco el pie izquierdo de Venus.
    -El juego de ocultamiento de los pies es muy interesante, tanto por aumentar el deseo de ver (parece que es precisamente en esa parte donde percibimos más detalle), como por la simbología (y fetichismo) del pie.
    -El contraste de colores, entre capas de telas y fondo, hacen al cuerpo de la diosa más luminoso de lo que sería de por sí. En este sentido, hay que atender al trozo de sábana blanca que ocupa el centro de la composición, que realza la cadera y la intruduce (junto con la mirada del espectador) en el espejo.
    -El grueso de la pincelada va buscando representar, no los objetos, sino la visión. Los contornos se difuminan, y en algunos casos son descaradamente borrosos, como los pies izquierdos de las dos figuras o la propia imagen del espejo. Esta es una característica del maestro Velázquez, que ya tira cartas de envite a lo que luego veremos en Goya o en el Impresionismo.
    -El voyeurismo tanto de Venus (que se complace, bien en mirarse a sí misma, bien en ser mirada), como de Cupido (¿inocente mirada infantil?), como del espectador. Ahora bien, el placer del espectador viene por mirar la belleza del desnudo, ¿o será porque está siendo mirado por la belleza? Mirar, igual a ser mirado. Ver, igual a ser visto.
  • El amor:
    -Los atributos usuales que acompañan a Cupido (la venda en los ojos, el arco y el carcaj) han sido reducidos a dos juegos de cintas. La cinta rosa de sus manos ha sido relacionada con la esclavitud voluntaria del amor hacia la belleza. Quiere estar atado a la imagen (el espejo) de la belleza.
    -Que el amor sea un niño nos viene desde al iconografía antigua; pero aquí queda perfectamente reflejado la posisión de un niño que mira encandilado la belleza de su
    madre (si bien, su madre sólo se mira a sí misma, o a un tercero; no a él). Aunque si nos fijamos, apenas se aprecian los ojos de ninguno de los dos.
    -¿Por qué las alas? Visualmente, aportan un equilibrio perfecto a la imagen, al tiempo que orientan la mirada del espectador y favorece la sensación de profundidad. Simbólicamente, ¿acaso el amor es libre?; si así fuera sería aún más intenso el deseo de atarse a la belleza.
  • El espejo:
    -El juego de planos es un recurso que también aparece en las otras dos grandes obras maestras de Velázquez: Las
    Meninas y Las Hilanderas. No se trata sólo de jugar con el espacio, sino de jugar con el espectador.
    -La belleza no está estrictamente en el objeto, sino que es sentida por el sujeto, que proyecta su idea de belleza en él. Así parece reflejarlo la actitud del niño, que coloca delante del objeto (la mujer) el espejo de su propia percepción. Interesante pensar que mirante y mirado se relacionan a través de la mirada de un niño.
    -Se supone que el espejo está ahí para que Venus se mire a sí misma, su propio rostro. Pero es el espectador el que ve el rostro de la diosa. ¿Nos mira entonces a nosotros, o es que realmente nosotros ocupamos el lugar de esa mirada de la diosa? Es decir: tal vez somos nosotros los que nos miramos a nosostros mismos, en un juego distorsionado, y la belleza la que nos contempla mirándonos, sin que nos demos cuenta.
    -La imagen del espejo está borrosa. La belleza no nos muestra la verdad del sujeto. Todo lo contrario, la difumina. Cada cual terminará de imaginar ese rostro, según su peculiar idea de belleza. Y siempre quedará insatisfecho (como con el pie que se oculta); su deseo aumentará. Así, (y esto podría escandalizar a muchos y muchas -¡ah que ya pasó en marzo de 1914!-), el deseo aumenta cuando el objeto se sitúa detrás de un velo, y aún más, del velo de la belleza.
    -El cuadro y el espejo. No es necesario hablar de esto: gracias a Oscar Wilde, ya tenemos El retrato de Dorian Gray.