viernes, 16 de septiembre de 2016

Crítica e influencia: EL PESCADOR, de Luciano de Samosata

Porque todo esto que estoy diciendo ¿de qué otro sitio iba a sacarlo, si no es de parte vuestra, al tiempo que, cual abeja, de flor en flor, lo voy mostrando a los hombres? Ellos lo aplauden y conocen cada uno dónde, de quién y cómo he cogido la flor en cuestión; y aunque de palabra me envidian por la calidad de la flor, en realidad admiran vuestro prado y a vosotros que habéis plantado en él flores variopintas de múltiples formas y colores; eso si hay alguien que pueda saber escogerlas y entrelazarlas y combinarlas para que no pierdan la rima una con otra. Así, pues, ¿quién que haya recibido este formidable trato de vosotros intentaría hablar mal de unos hombres a los que les debe "ser alguien"?

Luciano de Samosata: El pescador o los resucitados, (6)

José Alsina Clota dice en la "Introducción general" a la edición de Gredos de las obras de Luciano: "aunque Luciano no es, en sentido estricto, un genio de la literatura"... Yo por mi parte no tengo muy claro cuál es el criterio estándar de "genio de la literatura" al que pueda referirse "en sentido estricto"; pero sigue... "su tempreamento y la gracia de su estilo han sido los determinantes decisivos en una larga influencia en la literatua universal". Subrayo lo de "determinantes decisivos". Inmediatamente continúa dándole vueltas a una noción algo ambigua: "Pero esta influencia no ha conocido una línea constante. Cabría decir que, al lado de autores aislados que lo han utilizado ocasionalmente, existe una corriente espiritual, en la historia de Europa, que, intermitentemente, ha asimilado el espíritu lucianesco". Bueno, y ahora nos encontramos con que, entre esos salpicados autores que retoman con claridadel testigo lucianesco, aparecen los siguientes nombres:
-Cyrano de Bergerac
-Nicolás Maquiavelo
-Erasmo de Róterdam
-François Rebelais
-Jonathan Swift
-Voltaire
-Miguel de Cervanes
-Mateo Alemán
-Francisco de Quevedo
Resulta cuanto menos extraño que alguien que no es un genio de la literatura estrictamente hablando sea el determinante decisivo de tan acreditados genios de la literatura o del pensamiento.

Este fragmento de Luciano es también sospechoso de ironía. En efecto, precisamente en esta obra Parresíades (="Descaradez") es llevado a juicio ante la Filosofía por dedicarse, no a homenajear a los mejores (las "flores"), sino a criticar ácidamente a los peores. Así pues, ese "alguien que es" sospechamos que le debe tanto a unos como a otros, bien por afinidad, bien por rechazo (sin que quede claro a qué se afina realmente y qué rechaza).
En cualquier caso, mientras los acusadores asumen como propias sus doctrinas y se se sienten personalmente ofendidos, hasta el punto de volver a la vida para reclamar el orgullo de su nombre y de su condición, el acusado, en cambio, asume que lo que él sea es producto de su peculiar antología. Curiosamente, los grandes filósofos, en esta parodia de Luciano, no son capaces de distinguir el ataque a la pseudofilosofía de sus seguidores y lo confunden con un ataque a ellos mismos. No notan la diferencia, como el que idea no nota la diferencia entre sus ideas y sus fuentes, y cree que se le ha ocurrido a él, tal cual, que su pensamiento es suyo y su indignación es suya y no una copia y reivindica tenazmente la exclusiva autoría de su obra.
Sucede que ¿quién es el que es capaz de "no perder la rima" al mezclar unos textos con otros, al traducir unas personas (antologías a su vez) en otras? Así pues, lo que cada uno habría de reivindicar no es el contenido de las ideas, o las frases, o las intenciones presentes en nuestros actos  o parlamentos. Lo que tanto suele reivindicar el autor como propio, suyo, es un collage de copias, más o menos pequeñas, que han sido reproducidas automáticamente y con nítida exactitud, de unos y de otros, como copiamos las palabras, tal cual, del léxico o el diccionario. Lo que hay, en cambio, bajo la firma de uno no es realmente otra cosa que el peculiar repertorio de rimas perdidas.

FILOSOFÍA: Vamos a ver, ¿qué sabes hacer? Eso sí que merece la pena saberse.
PARRESÍADES: Odio la fatuidad, odio la impertinencia, odio la mentira y odio el engreimiento y odio toda esa clase de lacras propias de hombres miserables, que, por cierto, como sabes, son muy numerosas.
FILOSOFÍA: ¡Por Heracles!, tú especialidad está plagada de odio.
PARRESÍADES: Bien dices; ya ves en cuántos berenjenales me veo metido por causa de ella. Pero aguarda, que yo también conozco con todo detalle  su cotraria: me refiero a la técnica que hunde sus raíces en el amor. Amo la verdad, amo la belleza, y la sencillez, y todo lo que es connatual al amor. Lo que pasa es que muy pocos se hacen acreedores de esa especialidad; en cambio, los que se gobiernan por la contraria y son proclives al odio se cuentan por millares. Desde luego, corro el riesgo de olvidar la una por falta de práctica y dominar, a la perfección, la otra.

Luciano de Samosata: El pescador o los resucitados, (20)

domingo, 11 de septiembre de 2016

LA NADA. Abel Martín y Juan de Mairena, de ANTONIO MACHADO

No hay pues, problema del ser, de lo que aparece. Sólo lo que no es, lo que no aparece, puede constituir problema. Pero este problema no interesa tanto al poeta como al filósofo propiamente dicho. Para el poeta, el no ser es la creación divina, el milagro del ser que se es, el fiat umbra! a que Martín alude en su soneto importal Al gran Cero, la parabra divina que al poeta asombra y cuya significación debe explicar el filósofo.
        Borraste el ser; quedó la nada pura.
        Muéstrame, ¡oh Dios!, la portentosa mano
        que hizo la sombra: la pizarra oscura
        donde se describe el pensamiento humano.
O como más tarde dijo Mairena, glosando a Martín;
        Dijo Dios: Brote la nada.
        Y alzó la mano derecha,
        hasta ocultar su mirada.
        Y quedó la nada hecha.
Así simboliza Mairena, siguiendo a Martín, la creación divina, por un acto negativo de la divinidad, por un voluntario cegar del gran ojo, que todo lo ve al verse a sí mismo.

Antonio Machado: Cancionero apócrifo, "Juan de Mairena".
(en Poesías Completas, 1936)


En efecto, tampoco este taparse los ojos puede considerarse un acto negativo (obsérvese la paradoja de este enunciado, con su doble o triple negación).

Esta es la otra cara de la banda a la que aludíamos en la entrada anterior. Aquí parto de un ejemplo principal de lo abordábamos entonces:
Una creación intelectual humana que pasa por ser un objeto natural de la realidad.
El ejemplo en cuestión es precisamente este: la nada.

Durante siglos de textos, la filosofía, la teosofía, la palabrería, ha ido dándole vueltas al problema de la nada, de la creación ex nihilo. Se da por hecho que la nada, el no-ser, es algo. Desde los eleatas, que montaron su extremista teoría del ser esforzándose en negar el no-ser. Y aún hoy encontraremos sesudos esforzados intentando explciar por qué este mundo y no nada. 
Sin embargo, de lo que tenemos clara evidencia es de "algo". Creo que es imposible encontrar una sola evidencia de "nada" (vuelvo a señalar la paradoja de la doble negación). ¿Por qué ese empeño en considerar que la nada tuvo que existir o tiene que existir o tendrá que existir.

Desde mi punto de vista, el concepto de nada viene de una derivación al absoluto de los valores de negación. Esta tendencia al absoluto totalizador la tenemos también en positivo y es el principal camino al prejuicio: me basta un cisne blanco para decir que todos los cisnes son blancos, y si veo más de uno empezaré a creérmelo del todo. Al mismo tiempo, la nada viene de confundir el conjunto con la unidad. Esto se hace también en positivo: el conjunto de todos los cisnes es "el Cisne", el conjunto de todos los españoles es "España"; cuando realmente nunca actúa "el cisne" como especie ni actúa una realidad unipersonal que sea "España". El conjunto de todas las negaciones es un único objeto: la Nada.
El absoluto nos lo inventamos, pero creemos que es un objeto natural, físico.

¿De dónde viene el sentido de negación? El "no" desdobla la designación de los objetos en un mundo paralelo de antítesis. Cualquier cosa es susceptible de tener su opuesto (recordemos: si alguna lo tiene, todas lo tienen; aunque dudo que haya alguien que se haya tomado la molestia de comprobarlo con las ochenta y tantas mil palabras del diccionario -porque, sí, las cosas que negamos son palabras-). Como en las matemáticas, el "no" permite trabajar con la "deuda", algo que no está pero que debería estar.
Se me antoja que el "no", en su origen, es más una interjección que un adverbio. Expresa nuestra desaprobación, nuestro rechazo ante la actitud del otro. En algún momento, en respuesta a la aprobación o desaprobación se genera una valoración de los objetos como "esto no, esto". En fin, son especulaciones.

En este modo que tiene Machado, a través de este juego de fuentes ficticias que son sus "apócrifos", de identificar a Dios con "el ser absoluto, único y real", sitúa el debate ontológico en este juego de espejismos que es el lenguaje y su mundo de ficción, que incluso ahora (yo cuando escribo, tú cuando lees) consideramos, en una ilusión no ficcional sino referencial, naturalmente real.

Todo el trabajo de la ciencia -que Mairena admira y venera- consiste en descubrir nuevas apariencias; es decir, nuevas apariciones del ser; de ningún modo nos suministra razón alguna esencial para distinguir entre lo real y aparente. Si el trabajo de la ciencia es infinito y nunca puede llegar a un término, no es porque busque una realidad que huye y se oculta tras una apariencia, sino porque lo real es una apariencia infinita, una constante e inagotable posibilidad de aparecer.

Antonio Machado: Cancionero apócrifo, "Juan de Mairena".
(en Poesías Completas, 1936)