domingo, 28 de junio de 2015

Dostoyevski: MEMORIAS DEL SUBSUELO

Siendo así, díganme ustedes qué se puede esperar del hombre, de ese ser dotado de cualidades tan extrañas. Prueben a volcar sobre él todos los bienes de la Tierra; sumérjanlo en la felicidad tan profundamente que sólo se perciban en la superficie algunas burbujas; satisfagan sus necesidades económicas hasta el punto de que sus únicas ocupaciones sean dormir, comer pan de especias y pensar en el modo de prolongar la historia universal…; hagan todo esto, y verán como el hombre, por pura ingratitud, por necesidad de envilecerse, les corresponde cometiendo alguna villanía. Incluso correrá el riesgo de perder sus panes de especias y volverá a caer en las necedades más peligrosas, en los absurdos menos ventajosos, sólo por mezclar a esa sensatez positiva un elemento fantástico, pernicioso. Precisamente sus sueños más fantásticos y sus más vulgares tonterías es lo que pretenderá conservar, sólo para demostrarse a sí mismo (como si esto fuera necesario) que los hombres son hombres y no teclas de piano, aunque en verdad lo son para las leyes de la naturaleza, que las tocan, y con tal brío, que pronto no será posible desear nada sin antes consultar el calendario. Además, incluso si se comprobara que el hombre no es más que una tecla de piano y se le demostrase matemáticamente, el hombre no sentaría la cabeza: seguiría haciendo disparates, solamente para evidenciar su ingratitud y su conducta caprichosa. Y si los demás medios le fallan, se sumergirá en la destrucción, en el caos. Será capaz de provocar cualquier desastre únicamente para hacer lo que se le antoje. Lanzará maldiciones contra el mundo, y como sólo el hombre puede maldecir (éste es el privilegio que más claramente lo distingue de los demás animales), conseguirá sus fines, que son convencerse de que es un hombre y no una tuerca.

Fiódor Dostoyevski: Memorias del subsuelo, VIII (1864)

¿Alguien se tomará la molestia de recopilar ejemplos que corroboren esta fantasía? Nuestro no sé si añorado siglo XX, fértil en matices humanos. Nuestro aún adolescente siglo XXI. 
O bien nos basta con las últimas noticias (sean las últimas que sean).
Obsérvese que ese "lo que se le antoje" no está libre de determinismo natural; no pierde, aún así, un ápice de su contenido de libre albedrío. En su razón, el ser humano defiende el arbitrario absurdo de su sentido; no la lógica y caótica disposición de su sintaxis. Y sin embargo, por su naturaleza, ejecuta la compleja construcción de su estructura, independientemente del contenido de sus razonamientos.
¿A qué leer entonces el contenido de los textos?
¿A qué preocuparse por explicar su lógica ejecutante?
Lo dicho obedecerá a su lógica y no a su explicación. La lógica, explicada, no es explicada, sino pervertida al servicio de la otra lógica, que siempre se ejecuta.
¿Vamos a hablar del fracaso del ideal educativo?
¿Vamos a hablar de la poderosa máquina consumista del posmodernismo (o era de los antiguos imperios mediterráneos)?
¿Vamos a hablar de las supersticiones, las pseudociencias, los absurdos escepticismos fóbicos?
¿El fanatismo?
¿Las diminutas manías de nuestro cotidiano comportamiento?
¿A qué nivel? 
Vayan dejando (libremente) sus ejemplos aquí o repartidos por el mundo.

Ustedes pretenden librar al hombre de sus antiguos hábitos y corregir su voluntad adaptándola a las leyes de la ciencia y de acuerdo con el sentido común. Pero ¿están ustedes seguros de que es necesario corregir al hombre? ¿En qué se fundan ustedes para creer que la voluntad del hombre requiere una educación? ¿Por qué creen que esta educación ha de serle útil? Y, para decirlo todo, ¿por qué están ustedes tan convencidos de que siempre es ventajoso para el hombre no ir en contra de sus intereses normales, reales, garantizados por el razonamiento y la aritmética? Esto no es, en resumidas cuentas, más que una suposición de ustedes. Incluso aunque una sea la ley lógica, ¿es acaso la ley humana? Ustedes se dirán que estoy loco. Pero permítanme explicarme.

Fiódor Dostoyevski: Memorias del subsuelo, IX (1864)