martes, 28 de febrero de 2017

HOMENAJES. El Greco y Goya.


 
Domenikos Theotokopoulos, 
El Greco: Expolio (1576)
Francisco de Goya:  
El prendimiento de Cristo (1798)

Vivimos como en el centro de la atención. En el sentido usual, aspiramos, sospechamos o nos creemos en la mirada de los demás, las conversaciones de los demás. En el sentido más exacto, nuestra intención observa y somos el fruto de esa intención y esa observación. Sujeto que observa, objeto observado. Por supuesto, es una ilusión.
Estas dos obras se miran entre sí, se conocen; llevan viviendo juntas varios siglos. Hablan entre ellas, por más que aceites y lienzos son amalgamas inertes. Pero además, ofrecen un espejo para la situación en que se encuentran: igual que las cabezas se amontonan para mirar el espectáculo de Cristo (concepto muy barroco este), oleadas de cabezas entran y salen de la sacristía de la catedral de Toledo para mirar el espectáculo de estos cuadros.
Podemos especular aún más. El autor, Goya o el Greco, pinta muy consciente de aquellos que le precedieron y que le proporcionan sus modelos. Pinta desde ellos, antendiéndolos, pero también pinta para ellos, como si, de alguna manera, los antiguos maestros estuvieran atendiendo. O al revés: se dice que los grandes maestros ya pintan con la mirada de los artistas futuros; entre aquellos y aquellos, parecen hacer poco caso a su momento. Luego está la versión del que considera al artista encerrado en sí mismo, en la tarea introspectiva que es el tenso diálogo entre sus intenciones, sus decisiones y sus resultados, entre la obra y él. ¿De qué realidad es, entonces, reflejo una obra? Especulaciones.
Con el homenaje que Goya hace al maestro griego, podemos desarrollar un fácil juego de semejanzas y diferencias. Este mismo juego es el que, muy probablemente, desarrolle nuestra cotidiana percepción de las cosas.

  • La muchedumbre. Empezamos por lo más obvio, el que conecta más claramente el juego de homenajes y el juego especular con los visitantes, que antes comentamos. Continúa esa tradición artística del friso, que amontona cuerpos y retratos en serie. De hecho, esta sacristía juega a compilar distintos retratos, de diversos autores, por toda la sala.
    En las caras del Greco observamos una diversa gama de actitudes y preocupaciones, muy individuales, bastante reconocibles. Cuadra muy bien con la escena del expolio, como si cada cual estuviera pensando qué provecho pudiera sacar de la situación, cada uno a su manera. Obsérvese cómo la mayoría tienen los ojos ensombrecidos, ensimismados, distraídos. Los ojos de Cristo son hermosos, grandes, brillantes y claros.
    En Goya, las caras son grotescas. La psicología ha derivado en una
    explosión de extremos emocionales que avisan el Expresionismo. Algunos parecen ahogarse en la asfixia provocada por la multitud misma. Aquí, la mayoría tienen los ojos muy abiertos, muchos desorbitados, varios mirando fijamente a Jesús, quien, por el contrario, tiene los ojos casi cerrados.
  • Las lanzas. Esas líneas rectas que contrastan fuertemente con las redondeces de las caras, juegan de distinta forma en un cuadro y otro.
    En el Expolio, todas tienen el mismo lugar, por encima de las cabezas, al fondo. Acentúan el juego de perspectiva que va desde las grandes formas de la parte inferior del cuadro hasta esa colección de líneas verticales de la parte superior. En cierto modo, las lanzas se funden con el cielo, y no se distingue bien si las nubes son nubes o pendones, de irreales que son. Esta asociación entre las lanzas y el cielo no está exenta de peliagudos simbolismos.
    En el Prendimiento, las lanzas ni se ven, excepto una, sola, que aparece en primer plano, compitiendo por el protagonismo con el propio Jesús, tanto en el valor estructural como en la dirección de la luz. También es aquí muy simbólico que la lanza organice de esta manera el cuadro, separando al espectador de la figura supuestamente principal, enlazando las tinieblas del fondo con la luz del primer plano, formando dos oblicuas contrarias.
  • La perspectiva. Ambos cuadros tienen un poco de posición imposible. Ambos juegan paradójicamente con la colocación del cuadro: muy por encima del espectador. Así, la mitad inferior de los cuadros parece estar vista desde el nivel del suelo, mientras que en la parte superior, vemos agolparse las cabezas como si miráramos desde arriba. Esto es especialmente notable en el Expolio, donde cada personaje parece tener su propio y sutil punto de fuga.
  • Cristo. Cristo, en el cuadro del Greco, flota impasible entre el gentío, domina sin problemas el centro visual. Sus gestos, su mirada y el rojo de su túnica tienden a expandirse, más allá de su cuerpo.
    En la escena de Goya, el cuerpo de Jesús parece desestabilizado por los empujones de unos y de otros, en un tenso esfuerzo por mantenerse de pie. El blanco de su túnica se apaga oculto por los cuerpos y las sombras. El centro de luz lo comparte con los otros dos que lo cercan, tan brillantes o más que él, lanza incluida. Su rostro refleja cansancio, resignación y derrota. Sus brazos, de alguna manera (no sé como, pues no están visibles), se intuyen presos, incómodos, forzados.
  • La luz. Por ausencia o por presencia, la luz es el indiscutible protagonista de ambos cuadros. En el Greco, vemos su característico despliegue de colores eléctricos, hoy seguramente ennegrecidos, pero que en su momento debieron refulgir como auténticos fuegos de artificio. No sabemos cómo eran los colores que Goya vio en el cuadro del Greco, pero los suyos ya son desde el inicio oscuros y tenebrosos, preparándonos para sus futuras "pinturas negras"; esto es especialmente evidente en el boceto preparatorio expuesto en el Museo del Prado.
Es posible que todo nuestro pensamiento, analítico, interpretativo, se base en un mero contraste de descripciones, como estas. Incluso el conflicto entre el "ser" y el "deber ser" podría explicarse por efecto del diálogo entre las distintas imágenes que componen nuestra ficción: lo que el mundo nos ofrece y lo que nosotros construimos para comprenderlo. 
Aquí tenemos dos ejemplos de miradas que componen un paisaje donde hay algo más que lo evidente, algo que, ironía, tiende a ser más digno de atención.