viernes, 30 de junio de 2017

Escribas: FIN DEL MUNDO FIN, de Cortázar

Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas. Cada vez más los países serán de escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas de día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de los escribas. Primero las bibliotecas desbordarán de las casas, entonces las municipalidades deciden (ya estamos en la cosa) sacrificar los terrenos de juegos infantiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los teatros, las maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales. Los pobres aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen paredes de libros y viven en cabañas de libros.
Julio Cortázar: Historias de cronopios y famas (1962)
"Fin del mundo fin" (texto completo en Literaberinto)

Así comienza esta clarividente distopía de Julio Cortázar. Es un relato muy intenso, con un tono rayano en la mitología. Prácticamente cada nuevo enunciado introduce una nueva línea de interpretación, una distinta posibilidad de análisis que parece desplegar la alegoría como un árbol multiplica sus ramas. 
Apuntemos sólo algunas:
  • Proliferación de escribas. Curiosamente, con la irrupción de lo digital, que se independiza del soporte físico, da la sensación de que realmente ha explosionado el número de escribas. Blogs, Twitter, Facebook, Whatsapp, las redes sociales están llenas de gente que escribe y escribe. Entre perfiles y pseudos, no es difícil llegar a la conclusión de que hay más gente que escribe de los que leen, y que los que escriben, sabiendo esto, saben que escriben sin ser leídos. Pero la ilusión, y los guiños en forma de "me gusta" trabajan en ese sentido, es que sí se nos lee. Lo dudo. De la misma manera que la gente habla y habla pero apenas escucha, la gente escribe que te escribe pero tampoco lee.
  • Escritura constructiva. Es obvio que el espacio virtual en internet está construido a base de textos. Por supuesto, textos de códigos informáticos que generan estas plataformas visuales que llamamos "sitios". A su vez, en los videojuegos, pero también las mismas páginas web, generan mundos. Por no hablar de la "realidad aumentada". Pero el otro mundo, tangible, "tradicional", no funciona de manera diferente: hemos construido nuestra civilización a base de espacios textuales, con nuestras leyes y nuestras empresas. Antes de que ningún hombre dibujara el trazado de ninguna calle en el suelo, ya escribía otro mundo por encima del mundo atando las estrellas.
  • Tóxicos. En el relato de Cortázar el papel simboliza el elemento perverso de la cultura. La manera en la que el papel revaloriza el ordenamiento de la ciudad es paralela a la manera en la que vemos los tejemanejes políticos desplegando su peor cara. El precio ecológico del papel, devorador de bosques, se refleja en esa "inundación" del mar (hermosa inversión del diluvio). El soporte tecnológico de la actual escritura virtual no es menos preocupante. Todo el plástico y todo el metal que sacamos de la tierra ocupa su sitio en gigantescos vertederos, en lugares apartados de la vista: África, el océano. Pero esa "vista" curiosamente también son textos escritos: sabemos que esto de la contaminación y la obsolescencia programada, etcétera, es un problema acuciante por la investigación, prensa, estudios. Sin esos textos, no sabríamos, por un lado que existen esos vertederos, esos mares de basura flotante, ni, por otro, que eso supone problema alguno para la sostenibilidad de estas civilizaciones. Porque curiosamente, para el planeta y su historia poco relevante es que un material esté aquí o allí, que viva esto o viva aquello; sólo para el breve y efímero relato humano ese episodio del relato supone un problema.Pero sin salirnos de la alegoría textual, la toxicidad no sólo afecta al paisaje natural. El discurso común, en esta era de la conversación múltiple y perpetua, también resulta inundado de "opinión". La proliferación de medios de escritura, y no de masas precisamente donde cada uno puede crear las personas individuales que quiera, no parece haber oxigenado en el buen sentido el panorama de la "libertad de expresión", sino que lo está oxidando, en esa visión tóxica del oxígeno, que arde mejor que el papel. La opinión pública ha generado su propia autocensura social en lo llamado "políticamente correcto" en alianza con la "desinformación" y la publicidad absoluta (el escaparate de cualquier cosa). Por doquier pululan moralinas fáciles, irreverentes, contestatarias y reaccionarias a su vez. Denuncias y recriminaciones embarullan su relativa importancia en un valor ético que corresponde a la estética "superflat". Todo vale, y todo lo que vale merece ser denunciado. Y en el imperio del todo, borramos los matices. 
  • Escritura social. También en su momento la irrupción de la escritura transformó las clases que funcionaban en la ciudad. Burócratas irrumpieron entre la casta sacerdotal, entre los mercaderes, entre los estrategas militares. En la sociedad post-ilustrada, en una población suficientemente educada, la mayoría de los trabajos consisten en realidad en una suerte u otra de movimiento de textos. Sospecho que un porcentaje mayoritario de los pulsos económicos y las posiciones de poder dependen hoy más de estos mundos creados por la escritura que de las materias primas o los recursos y lugares estratégicos. El relato es la auténtica estrategia. En la distopía de Cortázar, los valores parecen cambiados, pero no. Los capitanes, que podrían simbolizar a la clase ejecutora, militares, ingenieros, acaban teniendo una posición de control que les correspondería a los presidentes. Estos mismos acabarán siendo los futuros escribas. En nuestro mundo, son los escribas los que parecen refugiados, parapetados, tras sus escritorios, en sus ciudades-islas; pero aquí es la gente que permanece al margen de la producción literaria (una ociosa élite iletrada) la que se refugia en las islas-trasatlánticos. La sociedad que viven en la ficción es dinámica, o aparentemente dinámica, como urbanitas aparentemente errantes sin salir de su ciudad.