domingo, 30 de octubre de 2011

BEETHOVEN: Himno de la Alegría


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No creo que se pueda ni se deban hacer comentarios sobre el Himno de la alegría de Beethoven. ¿Qué más habría que decir? Es una obra a la que sólo podemos acercarnos, entregarnos, una y otra vez, cuando sea, en los momentos que sean, y dejar que nos enseñe o nos transforme.
Aún así, pienso que toca hacer este comentario, y ha de ser así, incumpliéndome a mí mismo, posibilitándome una rebeldía imposible.
Lo haré tangencialmente: a través de esta secuencia de "Immortal beloved". La película puede resultar más o menos interesante, pero esta secuencia del Himno de la alegría es magistral. Nos da, por supuesto, una visión personal, pero que nos ayuda a comprender mejor esta música. No creo que nos distorsione ni nos aleje del mensaje.
Veamos los elementos de la secuencia: las estrellas (el Padre), el padre (junto con el goce, la violencia, la autoridad...), los hermanos (la humanidad), Beethoven (el yo, ¡magnífico!, el yo escapando por la ventana de casa), el bosque (aquí se puede poner lo que se quiera), la laguna (algo de útero, algo de sexo, algo de equilibrio, algo de paz), y otra vez las estrellas: lo universal.
Cómo no ver en esta música la carrera misma de la humanidad: huyendo del padre odiado y corriendo para amar al Padre. Y en esa carrera podemos situar lo que queramos: la ambición, la política, la guerra, el pensamiento, la filosofía, el arte, la ciencia... todo el esfuerzo humano que se estorba y se apoya en sí mismo para trascender, siempre a punto de culminar sin conseguir culminar nunca. Hasta que el absurdo nos lleva al sosiego de la risa y la alegría.
Porque sí, todos estos sones, alegres o quejosos, gozosos, marciales, religiosos, solemnes, explosivos... no son el meollo de la cuestión. Que no. ¿Piensas tomarte en serio esta música? Bah. Amigo, suelta esa seriedad y divirtámonos con ella. ¿No ves que en el fondo es una melodía simple, infantil, insignificante? Podemos hacer con ella lo que queramos, sin temor a recriminaciones. ¿A qué ese empeño del hombre en recriminar y en sacralizar? Así es el universo, algo tan sutil como una cancioncilla, un canturreo que no se puede olvidar; y por más que sobre ella levantemos un edifcio enorme con nuestros empeños, seguirá sonando en el idioma de lo absurdo, lo trivial, lo insignificante... hasta que comprendas que es hermoso.
Tememos aquello a lo que estamos obligados, y nos obligamos a ese temor, y con ese afán luchamos y tropezamos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo. Si tan solo aprendiéramos a dejarnos flotar en la eternidad.
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domingo, 9 de octubre de 2011

La educación según MONTY PYTHON

PROFESOR: Vale, vale. Ya está bien. Sentaos, sentaos. Escuchad con atención. Todos aquellos de vosotros que participéis en el partido de esta tarde deberéis poner la ropa en la percha de abajo después de comer, antes de escribir la carta a la familia, si no tenéis que cortaros el pelo o un hermano menor que este fin de semana haya sido invitado por algún compañero, en cuyo caso, recoged la nota antes de comer, metedla en el sobre antes de cortaros el pelo y aseguraos de que él pone la ropa en la percha de abajo. Bien...
ALUMNO: Señor.
PROFESOR: ¿Sí, Vaimer?
ALUMNO: Mi hermano menor va a pasar el fin de semana con Diven, pero yo no voy a cortarme el pelo, señor. ¿Tengo que cambiar la ropa o...?
PROFESOR: ¿Te importaría prestar atención, Vaimer? Esto es muy sencillo. Si no tienes que cortarte el pelo, no tienes que poner la ropa de tu hermano en la percha de abajo; basta con que recojas su nota antes de comer, después de escribir tu redacción y la carta a tu familia. Antes del descanso debes poner la ropa en la percha de abajo, saludar a las visitas y decirle al señor Vaimy que te han firmado la nota. Bien... Sexo.

Monty Python: El sentido de la vida. (1983)


No hay mejor estampa de lo fácilmente que se pervierte el sistema educativo que algunos sketch de los Monty Python. En principio, la educación debería conseguir el pulimento de las pasiones y los vicios del niño en pro de su sociabilidad y su libertad (sin contradicción). Sin embargo, no es difícil ver cómo el sistema educativo fomenta los valores de otro sistema moral tan degradado como el que se pretende corregir, echando por tierra la originalidad y la libertad del individuo. Esos son los extremos ideales y aquí comienza el juego.

*Romanes, eunt domus. Pocos habrá que no conozcan la lapidaria escena en que unos guardas romanos improvisan una clase de latín para corregir las pintadas de un Bryan revolucionario e independentisa (ver escena de La vida de Brian: en español, original en inglés). Por un lado, se satiriza a los revolucionarios que quieren independizarse del yugo de civilización y progreso que imponen los romanos (muy parecido a lo que podríamos ver en los niños frente a sus maestros). Pero estos dos guardas romanos, en lugar de corregir su verdadero error, sólo se fijan en la sintaxis; como esos profesores, obsesionados por la ortografía, pero que no se dan cuenta de los verdaderos problemas a los que el alumno se enfrenta. Con ellos, y sin quererlo, sólo contribuyen a que el “error” se extienda en el sistema, eso sí, gracias a la eficacia de una buena caligrafía. La próxima generación sabrá construir cosas pero no personas.

Igualmente iluminador es el episodio dedicado a la educación en El sentido de la vida. Se le da la vuelta completamente, y nos reímos, no sé muy bien si porque el inverso resulta disparatado o bien más real que lo aparente. Los niños estudian solos, pero cuando llega el profesor aparentan ser revoltosos. Los niños son tímidos y cándidos, y es el profesor el que les instruye en las pasiones. Y, lo más significativo, usando un tono y un lenguaje en el que parece más importante la terminología y los esquemas que la propia realidad que pretende enseñar.

Ambos sketchs tienen en común la hipérbole de dos momentos de la humanidad: el del alumno y el del profesor, que se diría hablan dos idiomas totalmente distintos. Y de ahí viene el texto que he escogido para comentar. Da en el clavo del galimatías que se produce en nuestra cabeza cuando somos alumnos y no sabemos la “intención” de todo eso que nos intentan enseñar: moral, principios, consejos prácticos, emociones, conceptos... ¿De qué me estás hablando realmente? ¿Qué me quieres contar?

Para terminar, os dejo con el alegórico partido profesores-alumnos, que da buena cuenta de qué es lo que hace un sistema educativo eficaz al servicio de un sistema moral decadente (¿es así el nuestro?). Por cierto, por si alguien no se da cuenta: los profes son los de naranja (¿por qué será?).
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domingo, 2 de octubre de 2011

LA DISIPACIÓN: Dostoievsky, CRIMEN Y CASTIGO

.....–Entonces, ¿usted sólo ha venido aquí para entregarse a la disipación?
.....–Exacto, para entregarme precisamente a la disipación. Sí, señor, una pregunta directa. La disipación tiene, cuando menos, un carácter de continuidad fundado en la naturaleza y no depende de un capricho: es algo que arde en la sangre como un carbón siempre incandescente y que sólo se apagará con los años, y aun no tan pronto. Confiese que esto, en cierto modo, no deja de tener su interés.
.....–Pero ¿qué tiene de gozoso? Es una enfermedad, y de las peligrosas.
.....–¡Ahora sale con esas! Admito que eso es una enfermedad como todo lo que rebasa su medida, y en este caso uno rebasa siempre la medida; pero, en primer lugar, en unos adopta una forma y en otros otra; y en segundo lugar, desde luego, hay que conservar la medida en todas las cosas, aun en las cantidades despreciables; pero si yo no tuviera esta ocupación, acabaría por dispararme un tiro en la cabeza. Bien sé que el hombre honrado tiene que aburrirse, pero aun así...
.....–¿Sería usted capaz de dispararse un balazo en la cabeza?
.....–¿A qué viene esa pregunta? –exclamó Svidrigailov con un gesto de contrariedad–. Le ruego que no hablemos de estas cosas –se apresuró a añadir, dejando su tono de jactancia. Incluso su semblante había cambiado–. No puedo remediarlo. Sé que esto es una debilidad vergonzosa, pero temo a la muerte y no me gusta oír hablar de ella. ¿Sabe usted que soy un poco místico?

Fiòdor Dostoievsky: Crimen y castigo.
Sexta parte, capítulo III.


La disipación, el libertinaje, el goce... la pereza... o todo el resto de sus mil nombres. El gusto de la repetición: una mujer traducida en otra mujer y en otra y otra y otra... ¿nunca la misma?

Un analista entusiasmado podría picar aquí, con mucha facilidad, un poco de termodinámica, de matemáticas, de moral, de teología, de biología, de física, de medicina (dietética), economía, sociología, psicología, retórica... y cuantos más detalles pudieran subdividirse estas clasificaciones. Empieza a relacionar y no acabes nunca: disípate.

Y para todas ellas no se reserva sino el impulso común de sobrevivir un segundo más a la náusea de la muerte, el caos, el vacío, la nada, lo incomprensible, lo inimaginable...

Dostoievsky se ríe del Existencialismo un siglo antes y del Platonismo dos mil años después, y del Positivismo de suyo contemporáneo, y del Racionalismo de su siglo anterior... la razón sólo ha venido aquí a divertirse. Pero nada de esto es demostrable, el Empirismo, la Ciencia, el rigor, sólo son pantomimas con pretensiones.

¿Y por qué un tiro? Muy masculino eso del tiro. Pero el disparo es el instante. ¿Por qué el instante?

Svidrigailov es el Diablo. Pero también Zeus era un "vividor", un disipado, un libertino... y su emblema era el rayo iluminador, el rayo fulminante, la luz y la muerte en el instante.

La facilidad de entregarse a la disipación, porque ¿quién, amigos, está dispuesto a enfrentarse al capricho de lo discontinuo?