¿Es el amor ciego? Este paseo que venimos dando por la interpretación de la belleza no podía pasar sin detenerse en esta obra; sin duda, una de las más sensuales de toda la historia.
Venus del espejo, de Diego Velázquez.
Varios aspectos podríamos comentar de este cuadro, y seguramente nos gustaría quedarnos párrafo tras párrago gozando con los detalles de la imagen. Empezaré por tres elementos, y más adelante podremos ir ampliando el comentario:
- El placer de la mirada:
-Lo más subyugante de esta composición es la elegante curva de la mujer, que prácticamente nos obliga a acariciarla con la mirada. Esta curva viene potenciada por el juego de sinuosas espirales que tiene como foco el pie izquierdo de Venus.
-El juego de ocultamiento de los pies es muy interesante, tanto por aumentar el deseo de ver (parece que es precisamente en esa parte donde percibimos más detalle), como por la simbología (y fetichismo) del pie.
-El contraste de colores, entre capas de telas y fondo, hacen al cuerpo de la diosa más luminoso de lo que sería de por sí. En este sentido, hay que atender al trozo de sábana blanca que ocupa el centro de la composición, que realza la cadera y la intruduce (junto con la mirada del espectador) en el espejo.
-El grueso de la pincelada va buscando representar, no los objetos, sino la visión. Los contornos se difuminan, y en algunos casos son descaradamente borrosos, como los pies izquierdos de las dos figuras o la propia imagen del espejo. Esta es una característica del maestro Velázquez, que ya tira cartas de envite a lo que luego veremos en Goya o en el Impresionismo.
-El voyeurismo tanto de Venus (que se complace, bien en mirarse a sí misma, bien en ser mirada), como de Cupido (¿inocente mirada infantil?), como del espectador. Ahora bien, el placer del espectador viene por mirar la belleza del desnudo, ¿o será porque está siendo mirado por la belleza? Mirar, igual a ser mirado. Ver, igual a ser visto. - El amor:
-Los atributos usuales que acompañan a Cupido (la venda en los ojos, el arco y el carcaj) han sido reducidos a dos juegos de cintas. La cinta rosa de sus manos ha sido relacionada con la esclavitud voluntaria del amor hacia la belleza. Quiere estar atado a la imagen (el espejo) de la belleza.
-Que el amor sea un niño nos viene desde al iconografía antigua; pero aquí queda perfectamente reflejado la posisión de un niño que mira encandilado la belleza de su madre (si bien, su madre sólo se mira a sí misma, o a un tercero; no a él). Aunque si nos fijamos, apenas se aprecian los ojos de ninguno de los dos.
-¿Por qué las alas? Visualmente, aportan un equilibrio perfecto a la imagen, al tiempo que orientan la mirada del espectador y favorece la sensación de profundidad. Simbólicamente, ¿acaso el amor es libre?; si así fuera sería aún más intenso el deseo de atarse a la belleza. - El espejo:
-El juego de planos es un recurso que también aparece en las otras dos grandes obras maestras de Velázquez: Las Meninas y Las Hilanderas. No se trata sólo de jugar con el espacio, sino de jugar con el espectador.
-La belleza no está estrictamente en el objeto, sino que es sentida por el sujeto, que proyecta su idea de belleza en él. Así parece reflejarlo la actitud del niño, que coloca delante del objeto (la mujer) el espejo de su propia percepción. Interesante pensar que mirante y mirado se relacionan a través de la mirada de un niño.
-Se supone que el espejo está ahí para que Venus se mire a sí misma, su propio rostro. Pero es el espectador el que ve el rostro de la diosa. ¿Nos mira entonces a nosotros, o es que realmente nosotros ocupamos el lugar de esa mirada de la diosa? Es decir: tal vez somos nosotros los que nos miramos a nosostros mismos, en un juego distorsionado, y la belleza la que nos contempla mirándonos, sin que nos demos cuenta.
-La imagen del espejo está borrosa. La belleza no nos muestra la verdad del sujeto. Todo lo contrario, la difumina. Cada cual terminará de imaginar ese rostro, según su peculiar idea de belleza. Y siempre quedará insatisfecho (como con el pie que se oculta); su deseo aumentará. Así, (y esto podría escandalizar a muchos y muchas -¡ah que ya pasó en marzo de 1914!-), el deseo aumenta cuando el objeto se sitúa detrás de un velo, y aún más, del velo de la belleza.
-El cuadro y el espejo. No es necesario hablar de esto: gracias a Oscar Wilde, ya tenemos El retrato de Dorian Gray.
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