En el momento en que la mirada de Magdalena encontró la de Javert, el rostro de éste adquirió una expresión espantosa. Ningún sentimiento humano puede ser tan horrible como el de la alegría.
La seguridad de tener en su poder a Jean Valjean hizo aflorar a su fisonomía todo lo que tenía en el alma. El fondo removido subió a la superficie. La humillación de haber perdido la pista y haberse equivocado respecto de Champmathieu desaparecía ante el orgullo de ahora. Javert se sentía en el cielo. Contento e indignado, tenía bajo sus pies el crimen, el vicio, la rebelión, la perdición, el infierno. Javert resplandecía, exterminaba, sonreía. Había una innegable grandeza en aquel San Miguel monstruoso.
La probidad, la sinceridad, el candor, la convicción, la idea del deber son cosas que en caso de error pueden ser repugnantes; pero, aún repugnantes, son grandes; su majestad, propia de la conciencia humana, subsiste en el horror; son virtudes que tienen un vicio, el error. La despiadada y honrada dicha de un fanático en medio de la atrocidad conserva algún resplandor lúgubre, pero respetable. Es indudable que Javert, en su felicidad, era digno de lástima, como todo ignorante que triunfa. Nada tan conmovedor y terrible como esta figura que podríamos llamar todo el mal del bueno.
Victor Hugo: Los Miserables
Primera parte: "Fantina"
Octavo Libro: "Contragolpe"
Ese esfuerzo por que en el otro se cumplan las leyes de nuestro mundo, de nuestra configuración moral, como si fueran dictados de la naturaleza y no posiciones personales.
Uno sigue las leyes implacables de la física. Uno adopta la postura que cree conveniente dentro de la convulsa sociedad que le rodea. Crea un deber ser. Pero no basta con eso, queda el esfuerzo por que cada uno de los demás cumpla con ese mismo deber ser. ¿Y si escapa? ¿Consentir que uno escape de las leyes sociales y morales como no escaparía de las físicas?
Cumplir con lo físico ya es tarea afanosa.
Comprender el tejido de conflictos que es una sociedad y su día a día es un asunto difícil de acabar. Posicionarse, una temeridad.
¿A qué empeñarse en que los demás cumplan? O es así o no, y en el terreno moral, rara vez lo es.
Pero sobre todo... confundir la venganza con justicia, confundir la satisfacción personal con la ley universal, exigir una compensación por los sucesos trágicos, el pago de una culpa...
¡Cuántas veces hemos visto en la historia las grandes aberraciones en nombre del deber ser! Porque, como perros de presa de nuestro bosque delirante, no permitiremos que nadie escape.
El hombre crea su Tártaro. El mundo de los castigos. Las columnas que han de sostener el Paraíso.
Donde el error es obviado.
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