domingo, 1 de noviembre de 2009

Michael Ende: La Historia Interminable

–¿Me preguntas qué serás allí? ¿Y qué eres aquí? ¿Qué sois los seres de Fantasía? ¡Sueños, invenciones del reino de la poesía, personajes de una Historia Interminable! ¿Crees que eres real, hijito? Bueno, aquí en tu mundo, lo eres. Pero si atraviesas la Nada, no existirás ya. Habrás quedado desfigurado. Estarás en otro mundo. Allí no tenéis ningún parecido con vosotros mismos. Lleváis la ilusión y la ofuscación al mundo de los hombres. ¿Sabes, hijito, lo que pasará con todos los habitantes de la Ciudad de los Espectros que han saltado a la Nada?
–No –tartamudeó Atreyu.
–Se convertirán en desvaríos de la mente humana, imágenes del miedo cuando, en realidad, no hay nada que temer, deseos de cosas que enferman a los hombres, imágenes de la desesperación donde no hay razón para desesperar...

En las últimas conversaciones, vuelvo a enredarme en la fuerza de la palabra. El discurso creado por el hombre que acaba dominándolo, arrastrándolo por derroteros insospechados. ¿Culparíamos a la palabra del genocidio atroz ejecutado por los nazis? ¿Es la palabra la causa primera de la decadencia moral de tantas épocas? ¿Cuántas ideas nos han hecho más daño que un vendaval, una sequía o un terremoto?
El ser humano ha ido creando ideas (el discurso mismo ha ido creándolas), igual que cultiva grano o alimenta sus gallinas. Vive de ellas. La ciencia nos dio un método para dominar las ideas, hacerlas andar por un camino preciso. Pero antes, cuando el mundo era oscuro, el lenguaje creó cientos de criaturas fabulosas para intentar comprender la verdad. ¿Qué es el miedo? ¿Por qué la ira? ¿A dónde va la pasión? Tantas preguntas que aún no atinamos a comprender...
Esas criaturas antiguas siguen hablando. A pesar de la mecánica consumista, de la tecnología que nos domestica, de las leyes morales que acatamos sin darnos cuenta y nos convencen... mejor no pienses. La fantasía nos atrae tanto como en los primeros tiempos. Como decía Paul Auster, somos como en la infancia de la civilización: seguimos necesitando que nos cuenten una historia; a ser posible, nuestra historia.

–Calma, pequeño necio gruñó el hombre-lobo–. En cuanto te llegue el turno de saltar a la Nada, serás también un servidor del poder, desfigurado y sin voluntad. Quién sabe para qué les servirás. Quizá, con tu ayuda, harán que los hombres compren lo que no necesitan, odien lo que no conocen, crean lo que los hace sumisos o duden de lo que podría salvarlos. Con vosotros, los pequeños fantasios, se harán grandes negocios en el mundo de los hombres, se declararán guerras, se fundarán imperios mundiales...
Gmork contempló al muchacho un rato con los ojos semicerrados, y luego añadió:
–También hay una multitud de pobres zoquetes, los cuales, naturalmente, se consideran a sí mismos muy inteligentes y creen estar al servicio de la verdad, que nada hacen con más celo que intentar disuadir hasta a los niños de que existe Fantasía. Quizá tú les seas útil precisamente a ellos.
Atreyu conservó la cabeza baja.

Michael Ende: La historia interminable.“Capítulo IX. La ciudad de los espectros”

2 comentarios:

  1. Nunca habría relacionado ese texto con la palabra misma, pero es cierto que nosotros somos esclavos de nuestras mismas palabras. Con ella nos equivocamos más incluso que con nuestros hechos, o incluso me atrevería a decir, que nuestros hechos dependen totalmente de nuestras palabras, y condicionamos con ella las acciones de otros y sus palabras.

    Por tanto, ¿cuándo alcanzaremos la libertad?, ¿estamos condenados a esta "libertad expresiva"?

    Puede que me desvíe un poco del tema del fragmento, y del comentario, pero es lo que a mi me ha suscitado al leerlo y es lo que me ha llevado a preguntarme a mi mismo: ¿Realmente soy libre para expresarme, o soy esclavo de lo que digo?

    Curiosa paradoja

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  2. Muy bien, José Daniel. Sigue buscando paradojas. Siempre son interesantes; pero hay que resolverlas.

    Efectivamente, debido a mis estudios, le he dado muchas vueltas al poder de la palabra. Es un asunto largo de tratar.

    En cuanto a la libertad... esa es otra historia interminable. También es una palabra, una idea. Mucho se ha dicho y poco se admite sobre ella.

    Creo que si no ya, pronto empezaréis con Platón. De él aprenderéis mucho sobre la palabra.

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