–No parece justo –replicó– prescribir lo que tú dices a hombres íntegros, porque ellos mismos encontrarán fácilmente la mayor parte de las leyes que convenga dictar.
–Sí, querido amigo –dije yo–, a condición de que los dioses les concedan la conservación de las normas a que antes nos referíamos.
–Si así no fuese –dijo–, pasarán su vida dictando y rectificando leyes y pensando que van a conseguir lo más perfecto.
–Con lo cual querrás dar a entender –insinué yo– que esos hombres vivirán lo mismo que los enfermos que no se avienen, por su intemperancia, a dar de lado a un régimen perjudicial.
–En efecto.
–Pues sí que va a resultar agradable su vida. Con ese cuidado ningún progreso alcanzan, sino, muy al contrario, la complicación y el empeoramiento de sus enfermedades. Pero, con todo, estarán siempre esperando que les procure salud un medicamento que cualquiera les recomiende.
–Ciertamente –dijo–, eso les pasa a tales enfermos.
–¿Pues qué? –proseguí–. ¿No es todavía lo más gracioso que consideren como el peor de sus enemigos a aquel que les dice la verdad y les anuncia que si no dejan de comer y de beber inmoderadamente y de vivir entregados al placer y a sus ocios, ni los medicamentos, ni los cauterios, ni las incisiones, ni los conjuros, ni cosas por el estilo, les servirán de utilidad?
–Sí, querido amigo –dije yo–, a condición de que los dioses les concedan la conservación de las normas a que antes nos referíamos.
–Si así no fuese –dijo–, pasarán su vida dictando y rectificando leyes y pensando que van a conseguir lo más perfecto.
–Con lo cual querrás dar a entender –insinué yo– que esos hombres vivirán lo mismo que los enfermos que no se avienen, por su intemperancia, a dar de lado a un régimen perjudicial.
–En efecto.
–Pues sí que va a resultar agradable su vida. Con ese cuidado ningún progreso alcanzan, sino, muy al contrario, la complicación y el empeoramiento de sus enfermedades. Pero, con todo, estarán siempre esperando que les procure salud un medicamento que cualquiera les recomiende.
–Ciertamente –dijo–, eso les pasa a tales enfermos.
–¿Pues qué? –proseguí–. ¿No es todavía lo más gracioso que consideren como el peor de sus enemigos a aquel que les dice la verdad y les anuncia que si no dejan de comer y de beber inmoderadamente y de vivir entregados al placer y a sus ocios, ni los medicamentos, ni los cauterios, ni las incisiones, ni los conjuros, ni cosas por el estilo, les servirán de utilidad?
Platón: La República, IV, iv (425d-426b).
Traducción de José Antonio Miguez.
Ya expresé esta idea en la entrada de diseño: deberíamos ir por el mundo con la mirada del diseñador (el demiurgo). Debemos intentar comprender cómo funcionan las cosas, cómo evolucionan los procesos. Ya sabéis la filosofía de este blog de que todo es susceptible de ser comentado, analizado, como si todo, en definitiva, se enlazara entre sí igual que un supertexto. Y también nosotros estamos ahí. También nosotros somos textos. Nuestra ingenuidad proviene muchas veces de no comprender esto o no tenerlo en cuenta.
Podemos reconducir esta reflexión de Platón de la siguiente manera:
Si nosotros mismos somos un texto, y buscamos un remedio a nuestros males, buscamos una palabra, un mensaje, otro texto incluso, que nos alivie. Y será sólo un alivio, pues todo mensaje exterior será integrado, fagocitado, por nuestra propia estructura textual. Para “curar” nuestros males hemos de reestructurarnos, recomponer el texto que somos. Por tanto, el primer paso habría de ser averiguar cómo es nuestro texto: ¿quiénes somos?, ¿qué nos está pasando?, ¿cómo se organiza mi mundo? Si algo va mal, será preciso reelaborar la estructura, y eso no va a ser agradable, pues habremos de desprendernos de unos funcionamientos que creíamos imprescindiblemente nuestros. Si nos limitamos a coleccionar alivios, simplemente nos enredamos, nos complicamos, contribuimos a hacer más poderosa nuestra dolencia.
Podemos reconducir esta reflexión de Platón de la siguiente manera:
Si nosotros mismos somos un texto, y buscamos un remedio a nuestros males, buscamos una palabra, un mensaje, otro texto incluso, que nos alivie. Y será sólo un alivio, pues todo mensaje exterior será integrado, fagocitado, por nuestra propia estructura textual. Para “curar” nuestros males hemos de reestructurarnos, recomponer el texto que somos. Por tanto, el primer paso habría de ser averiguar cómo es nuestro texto: ¿quiénes somos?, ¿qué nos está pasando?, ¿cómo se organiza mi mundo? Si algo va mal, será preciso reelaborar la estructura, y eso no va a ser agradable, pues habremos de desprendernos de unos funcionamientos que creíamos imprescindiblemente nuestros. Si nos limitamos a coleccionar alivios, simplemente nos enredamos, nos complicamos, contribuimos a hacer más poderosa nuestra dolencia.
Aquí pongo algunos enlaces interesantes para este texto:
-El texto de La República comentado.
Como dijo Arthur Schopengauer, "Los primeros 40 años de vida nos dan el texto; los 30 siguientes, el comentario"
ResponderEliminarUn tópico muy extendido es el de "el tiempo lo cura todo"; haciendo referencia a lo expuesto, pienso que ese ideal se basa en algo que tu comentas en el texto:
Nos limitamos a coleccionar alivios
Es decir, coleccionando situaciones gratificantes, superponemos dichas situaciones a modo de parches, para ocultar el dolor. De este modo complicamos la estructura de nuestra vida y cuando dirigimos la vista atrás, vemos cómo el dolor escapa de nuestro engaño, aplastandonos con su verdad con más intesidad que antes.
Espero haber sido claro, aunque un poco metafórico.
Por error mío no pude terminar el comentario, se borró una parte (aprovecho para añadir algo más).
ResponderEliminarAntes de la última línea, corresponden estos párrafos:
Con esto aclaro que no podemos fiarnos de los tópicos. Antes de usarlos es conveniente intentar llegar a su origen, conocerlo y entenderlo.
En este caso, creo que no es un tópico cierto, pero se ciñe totalmente a la vida de muchas personas, gracias a un engaño generalizado. O más bien a que, en general, las personas preferimos olvidar (olvidar viene a ser engañarnos a nosotros mismos), o no mirar atrás, a tener que descoser los "parches" y enfrentarnos a un dolor que no podemos soportar, a nuestro propio miedo.
Entonces, podemos pensar:
Si este tópico se aplica a tanta gente, ¿es cierto?; o, concretamente, ¿sólo es cierto si se aplica a las personas que tienen miedo al dolor?
En este momento se abren demasiadas preguntas en mi cabeza, que, de intentar contestarlas, desencadenarían otras muchas que se alejan de este texto, aunque no dejan de estar enlazadas.
Un saludo
Saludos, José Daniel.
ResponderEliminarTienes una forma muy interesante de pensar. Te animo a que nunca dejes de aprovecharla y desarrollarla.
Tu idea de los "parches" es muy productiva. De hecho, también surgen en mí algunas preguntas al respecto que me gustaría plantearte, pero habría de ser con más detenimiento.
De momento, una sencilla y curiosa: ¿tu expresión de 'se "abren" demasiadas preguntas' la has hecho a propósito o se ha relacionado con el título del blog sin darte cuenta?
Buenas, Abraham.
ResponderEliminarCon respecto a tu pregunta...: No me di cuenta del título del blog, pero ahora que si lo hago, pienso que se podría enlazar con esa frase de Schopengauer.
Y como todo está tan relacionado, realmente se "abren" preguntas, tantas como en un comentario de mi propia historia debo plantearme para comprenderlo. El texto ya está abierto, falta entender qué pone, porqué y qué sentido tiene abrirlo