Un aspecto importante de la evolución cuántica es que, según Simpson, requiere casi necesariamente la existencia de una preadaptación, sin la que no sería posible tal modo evolutivo. Esa preadaptación puede ser inadaptativa (desfavorable) o simplemente neutra. La preadaptación se fija generalmente en una población pequeña y aislada. Entonces, la población puede, gracias a la pradaptación, entrar en una nueva zona adaptativa, para la que estaría predispuesta, o bien el ambiente puede cambiar y la población verse de improviso favorecida gracias a la preadaptación. En el caso de que la preadaptación fuera neutra, o escasamente desfavorable, la fase de transición entre el viejo equilibrio y el nuevo sólo sería relativamente inestable.
Pero la evolución cuántica de Simpson, tal como fue formulada en 1944, encaja mal con la síntesis. ¿Qué necesidad hay de recurrir a un tipo especial de evolución para explicar la aparición de nuevos organismos? ¿No bastaría con la selección natural «normal»? Lo cierto es que Simpson se comporta en su libro como un paleontólogo tradicional, al que le preocupan los dos grandes problemas que nos ocupan a los paleontólogos de todas las épocas: el origen de las grandes novedades evolutivas, para el que generalmente no se encuentran largas series de fósiles intermedios, y las tendencias evolutivas, que persisten durante mucho tiempo. La diferencia respecto de los paleontólogos anteriores a la síntesis, es que Simpson renuncia al saltacionismo, el vitalismo, el misticismo, el neolamarkismo y la ortogénesis para explicar estos problemas, pero no se oculta a sí mismo la realidad de los mismos. Aquí demuestra Simpson su condición genuina de paleontólogo, porque los neodarwinistas que proceden del campo de la genética simplemente no ven esos problemas, ni siquiera los reconocen.
Pero la evolución cuántica de Simpson, tal como fue formulada en 1944, encaja mal con la síntesis. ¿Qué necesidad hay de recurrir a un tipo especial de evolución para explicar la aparición de nuevos organismos? ¿No bastaría con la selección natural «normal»? Lo cierto es que Simpson se comporta en su libro como un paleontólogo tradicional, al que le preocupan los dos grandes problemas que nos ocupan a los paleontólogos de todas las épocas: el origen de las grandes novedades evolutivas, para el que generalmente no se encuentran largas series de fósiles intermedios, y las tendencias evolutivas, que persisten durante mucho tiempo. La diferencia respecto de los paleontólogos anteriores a la síntesis, es que Simpson renuncia al saltacionismo, el vitalismo, el misticismo, el neolamarkismo y la ortogénesis para explicar estos problemas, pero no se oculta a sí mismo la realidad de los mismos. Aquí demuestra Simpson su condición genuina de paleontólogo, porque los neodarwinistas que proceden del campo de la genética simplemente no ven esos problemas, ni siquiera los reconocen.
Juan Luis Arsuaga: El enigma de la esfinge,
“De Darwin al Neodarwinismo; El paisaje se mueve”. Ed. Plaza & Janés, 2001.
Antes de empezar a tomar otras posiciones, obsérvese que vamos a realizar un comentario de un texto que ya es en sí un comentario de texto (y la cadena podría alargarse y alargarse). En esta obra, Arsuaga pasa revista a toda la tensión y conflictos dados entre las diferentes teorías evolucionistas. No es tanto una obra sobre la evolución de las especies, sino sobre la evolución del evolucionismo. Todo este juego casi sofista resulta (o me resultó a mí) muy revelador.
Por un lado, me permitió tener una visión más nítida (creo que más real) y rica de los mecanismos de la evolución. Después de leer este libro, ya no podía asociar evolución y progreso. No podía formular el sentido de “selección natural” como la supervivencia del más fuerte, o el mejor adaptado; eso implica progreso. Simplemente supone el éxito reproductivo de un organismo (sistema) dentro de un contexto determinado. Los condicionamientos de ese éxito son múltiples y azarosos, caóticos. No hay tampoco una “Naturaleza” fija que seleccione, sino un ecosistema en permanente cambio.
Por otro lado, me permitía ver a las especies, los organismos, igual que textos. No sé si esto es más eficaz para entender la biología o la dinámica textual, o si para ninguna de las dos. Así, formularíamos que tiene más probabilidad de permanecer, perpetuarse, aquello que es más coherente dentro del caos. La selección natural es el éxito de una determinada coherencia. Dado que la coherencia exige un sistema (estructuralismo), la selección natural no lleva a una mejora adaptativa, sino simplemente a un equilibrio entre algún elemento del texto y su contexto. Lo que en un contexto puede ser incoherente, en otro contexto puede tener pleno sentido.
Me da que aplicar esto imaginariamente a la evolución de los seres vivos resulta bastante fácil. Sin embargo, entender qué significa esto a nivel del gran discurso humano me parece más complicado. Si atendemos a un contexto como la discusión científica de la que trata Arsuaga, vemos cómo hay opiniones más o menos parecidas, u opuestas, que se alimentan unas de otras o se intentan devorar. Es como si el debate científico fuera en realidad una sabana, y el lamarkismo o el saltacionismo fueran antílopes y gacelas, incluso dinosaurios. Si intentamos ampliar el contexto, ¿cómo se relacionan todos los discursos en una misma persona? Pensemos en Darwin, su educación cristiana, sus viajes, su esposa, sus amigos, sus diversiones... cómo se pelearían todos esos discursos en esa selva. Ampliando aún más el contexto, ¿cómo se teje entonces el gran ecosistema del discurso humano?
Pensado rápidamente, podríamos establecer varias grandes familias discursivas: el discurso artístico, el discurso religioso, el discurso económico-político, el discurso científico... En cada uno de ellos podemos encontrar fácilmente géneros, temas, tópicos, “especies”. La gran diferencia es que los discursos no sólo interactúan unos con otros, sino que se integran. De ahí, esa metáfora genial del “palimpsesto” (teoría de la intertextualidad desde Gérard Genette -ver aquí "El hombre como palimsesto", de Gonzalo José Bartha): discursos sobre los que se escriben otros discursos.
Todo esto nos lleva a la teoría de los memes: una controvertida metáfora que intenta explicar la estructura del discurso humano como provistos de una carga genética. Los memes podrían actuar y generar discursos y relaciones y ecosistemas tal como lo hacen los genes con la biología. Conclusión, el discurso es otro cuerpo.
Muy difícil, pero no quita la posibilidad de que se pueda observar, analizar, la “evolución”, la “biología”, del discurso humano (“logología”).
Por un lado, me permitió tener una visión más nítida (creo que más real) y rica de los mecanismos de la evolución. Después de leer este libro, ya no podía asociar evolución y progreso. No podía formular el sentido de “selección natural” como la supervivencia del más fuerte, o el mejor adaptado; eso implica progreso. Simplemente supone el éxito reproductivo de un organismo (sistema) dentro de un contexto determinado. Los condicionamientos de ese éxito son múltiples y azarosos, caóticos. No hay tampoco una “Naturaleza” fija que seleccione, sino un ecosistema en permanente cambio.
Por otro lado, me permitía ver a las especies, los organismos, igual que textos. No sé si esto es más eficaz para entender la biología o la dinámica textual, o si para ninguna de las dos. Así, formularíamos que tiene más probabilidad de permanecer, perpetuarse, aquello que es más coherente dentro del caos. La selección natural es el éxito de una determinada coherencia. Dado que la coherencia exige un sistema (estructuralismo), la selección natural no lleva a una mejora adaptativa, sino simplemente a un equilibrio entre algún elemento del texto y su contexto. Lo que en un contexto puede ser incoherente, en otro contexto puede tener pleno sentido.
Me da que aplicar esto imaginariamente a la evolución de los seres vivos resulta bastante fácil. Sin embargo, entender qué significa esto a nivel del gran discurso humano me parece más complicado. Si atendemos a un contexto como la discusión científica de la que trata Arsuaga, vemos cómo hay opiniones más o menos parecidas, u opuestas, que se alimentan unas de otras o se intentan devorar. Es como si el debate científico fuera en realidad una sabana, y el lamarkismo o el saltacionismo fueran antílopes y gacelas, incluso dinosaurios. Si intentamos ampliar el contexto, ¿cómo se relacionan todos los discursos en una misma persona? Pensemos en Darwin, su educación cristiana, sus viajes, su esposa, sus amigos, sus diversiones... cómo se pelearían todos esos discursos en esa selva. Ampliando aún más el contexto, ¿cómo se teje entonces el gran ecosistema del discurso humano?
Pensado rápidamente, podríamos establecer varias grandes familias discursivas: el discurso artístico, el discurso religioso, el discurso económico-político, el discurso científico... En cada uno de ellos podemos encontrar fácilmente géneros, temas, tópicos, “especies”. La gran diferencia es que los discursos no sólo interactúan unos con otros, sino que se integran. De ahí, esa metáfora genial del “palimpsesto” (teoría de la intertextualidad desde Gérard Genette -ver aquí "El hombre como palimsesto", de Gonzalo José Bartha): discursos sobre los que se escriben otros discursos.
Todo esto nos lleva a la teoría de los memes: una controvertida metáfora que intenta explicar la estructura del discurso humano como provistos de una carga genética. Los memes podrían actuar y generar discursos y relaciones y ecosistemas tal como lo hacen los genes con la biología. Conclusión, el discurso es otro cuerpo.
Muy difícil, pero no quita la posibilidad de que se pueda observar, analizar, la “evolución”, la “biología”, del discurso humano (“logología”).
La teoría de la evolución desde sus propios y múltiples orígenes en el siglo XIX ha dado lugar a muchas escuelas de pensamiento. No existe, ni antes ni después de Darwin, un pensamiento único más allá del hecho admitido universalmente de la evolución, que es el punto del que parten todas las corrientes. Esto ya se ha dicho en las páginas anteriores, pero cuando se analiza históricamente el evolucionismo se comprueba que sus diversas manifestaciones no son completamente independientes unas de otras (como podría esperarse), sino que se pueden articular lógicamente entre sí formando un sistema. Este punto de vista sistémico es el que se expone en este capítulo, y se trata de un método que se ha aplicado con éxito al estudio de las religiones.
Juan Luis Arsuaga: El enigma de la esfinge,
“La teoría evolutiva como sistema”. Ed. Plaza & Janés, 2001.
Apuntes de últimas horas:
- Crítica a los postulados de Thomas Kuhn sobre la evolución de los paradigmas científicos en Cuaderno de Cultura Científica, por Cesar Tomé y comentaristas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario