domingo, 29 de noviembre de 2015

LA IDENTIDAD: A Roma sepultada en sus ruinas, de QUEVEDO

Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino!
y en Roma misma a Roma no la hallas:


cadáver son las que ostentó murallas
y tumba de sí proprio el Aventino. 

Yace donde reinaba el Palatino
 

y limadas del tiempo, las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que Blasón Latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,
si ciudad la regó, ya sepoltura
la llora con funesto son doliente.

¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura!


Francisco de Quevedo

¿Quién es Roma? Si pensamos que Roma es el entramado de negocios, violencia, usurpaciones y piratería, admitiremos que Europa sigue siendo ese viejo "Sacro Imperio Romano-Germánico". Sus leyes, sus diversiones, sus infraestructuras civiles o culturales, ¿tanto han cambiado? Si sugerimos que Roma es su pueblo y su senado, ¿no nos atreveremos a decir que nosotros, ciudadanos, legisladores, somos Roma?
Yo soy Roma. Yo soy el cuerpo que sueña su gloria y su imperio, la mente que estudia su economía y sus batallas. Yo soy el resultado de ese sueño que fue Roma. ¿Yo soy, pues, el soñador o el resultado de mi sueño? Mi memoria me obliga a creer que soy quien soy, porque no tengo voluntad sobre mis recuerdos y porque, en cambio, mis futuros actos vienen bajo mi potestad. Y aunque razonara que no, que me invento mi memoria y que hago lo que mi miope razón inconsciente me dicta, este razonamiento sigo creyéndolo mío. 
Nuestro cerebro perceptivo está entrenado para reconocer la identidad de los objetos, y así desplegar un mapa de continuidades en el espacio y en el tiempo. A este cerebro le cuesta trabajo sostener la imagen de un mundo fragmentado, interrumpido. Le cuesta trabajo admitir que su mente está neuronalmente dividida en células tanto químicas, como emocionales, como sociales, como culturales. Quiere pensar que su psique es una, y el siglo XX le entregó la estrategia estructuralista para convencer con su todo funcional al maremagnum de partes. 
¿Cómo admitir que aquello de lo que no tengo memoria soy yo mismo? 
  • Dilogías. Roma es la clave del texto: Roma ciudad, Roma imperio. Pero es la dilogía inherente a la referencialidad del lenguaje. Buscar a Roma en Roma es como buscar una rosa en "rosa". Significante y significado son arbitrarios. Así, ¿qué otras palabras no admiten otros significados, otros simbolismos en este soneto? Y nos mantendremos dentro de una semántica convencional ¿o admitiremos las delirantes interpretacines que mejor convengan a nuestra identidad? "Peregrino" en el siglo XVII se refería tanto al romero como al extranjero en general y a cualquier objeto o persona extraña, rara, fuera de lo normal. Uno, como Roma, es peregrino de sí mismo: su cuerpo y su memoria son el origen, el camino y el objetivo de su peregrinación. 
  • Tumbas, tronos y palacios. Quevedo muy frecuentemente juega a considerar la vida como un acto de muerte, el cuerpo como tumba. Esta es la idea dominante en este soneto. ¿Cómo entender el juego dilógico que nos propone con sus referencias concretas? Edad Media mediante, para toda nuestra civilización Roma es un tesoro de reliquias, eso ha sido siempre Roma. Sus monedas melladas, sus palacios ruinosos, ahí está la verdad de su imperio. Pero ya en el siglo XVII el visitante de Roma tendría que alzar la cabeza ante nuevos palacios elevados sobre tumbas. Aventino y Palatino parece una forma perifrástica de aludir a Vaticano, donde una nueva y colosal tumba sirve de trono para el nuevo y católico imperio romano. Por imperio que sea también estará destinado al hundimiento, bajo la profunda corriente del devenir real, la corriente económica que genera y corrompe estados. 
  • Encabalgamiento. El marcado ritmo sintáctico se rompe súbitamente en los versos 7-8, justo en el centro del poema. Sin el sentido metafórico, el verso 7 es profundamente literal: "más se muestran destrozo a las batallas", pues la guerra es un poderoso elemento destructivo, la auténtica causa del fracaso de los pueblos. Pero aquí es una batalla de edades y la guerra es una táctica de medallas. La rapiña, el saqueo, la gloria, así se acuña -temporis vanitate- el oro de las medallas, de las monedas, gloria de "emperadores" (antes que al gobernante, el título de emperador se reservaba al general victorioso, imperante). Yo no puedo evitarlo, ese fluir del verso, rompiendo la sintaxis, me lleva a ese discurrir del Tíber, con su paciente e ineviable erosión. 
  • Personificación. El Tíber es el auténtico peregrino. Siempre en Roma, va llevando a Roma a través de los tiempos. Obsérvese que tras el lapso histórico, no hay cambio en él, según el poema, excepto la actitud. Según la actitud del río, así Roma es ciudad, cuando riega, o sepultura, cuando llora. Una actitud funcional o una actitud sentimental. Igualemente el yo, el fantasma psicológico, no es tanto Roma sujeto, sino objeto de ese río, bien resultado funcional, bien resultado sentimental; pero el yo se cree sujeto, y esa creencia, sin más, es ser yo. 
  • Hipérbaton reflexivo. Mucho se ha dicho de la función de espejo. La sintaxis de este soneto está marcada, en un ritmo machacón, por ese juego conceptual que lleva a la dilogía reflexiva: sujeto que es objeto de sí mismo. El templo que es ruina. El texto que es lector. El hipérbaton provoca una serie de cercanías semánticas y lejanías sintácticas que acercan lo que se supone lejos y alejan lo que se reclama cerca. Además, construye un orden caótico, como el que comprobamos en un paisaje civilizadamente ruinoso. Así también nuestra propia percepción: tergiversando restos para aunar lógicas y ser el mismo. 
  • Fálicos derroteros. La asociación "solamente", "permanece", "firme" y "dura", despliega unas alusiones al orgullo sexual masculino que tampoco son infrecuentes en Quevedo. Así se entiende la "grandeza" y "hermosura" de Roma, su pene, peregrino de Roma (la gran loba). La batalla sexual es la que genera y hunde los imperios como deseo y frustración. Placer y pecado se vuelven imagen y reflejo del mismo río. Medalla y ruina del yo. ¿Cuánto de masculina, cuánto de masoquista, tiene esta identidad sexual? El hombre, vencido por la edad, perdida su gloria atributiva, censurado por el tabú, ¿en qué extrañas ideas fundamentará su deseo? Descompuesta la unidad fálica de su percepción, ¿quién dirá que es?
Roma es una ilusión, en un río imágenes de cambiantes ecos. Por su narcisismo, creen que son en realidad un supuesto objeto-ciudad de objetos que dan causa a la imagen de su reflejo. 

Y para colmo, este texto, como tantos de aquella y aquestas épocas, viene siendo la reelaboración de otros textos. En ese otro estudio se puede analizar cuánto de original hay en un yo. He aquí algunas fuentes (cada cual con su propia bibliografía):
  1. Un soneto de Quevedo que no es de Quevedo. Entrada de Enrique Baltanás en su blog Al margen de los días. Una instantánea a través de comentarios de la ilusión de originalidad de nuestra cultura aún post-romántica. 
  2. El arte de imitar con ingenio, de Mijal Gai en la Revue Romane, Bind 21 (1986) 2. Un magnífico análisis del desbordante conceptismo de este soneto.
  3. Esteban Torre: "Traducción y métrica comparada: a propósito de dos sonetos de Francisco de Quevedo" (Rhythmica V-VI, 2008). Otra mirada a los recursos de traducción y el valor de la elección.
  4. Beata Baczyríska: "Dos epitafios a Roma sepultada en sus ruinas: Un epigrama polaco de Mikotaj Sgp Szarzynski y un soneto español de Francisco de Quevedo". Universidad de Wroclaw
  5. Maria Grazia Profeti:"'Yo vi la grande y alta jerarquía': El tema de las ruinas en Quevedo", por la Universidad de Florencia (Criticón 87-88-89, 2003).
  6. Jorge Luis Borges y Osvaldo Ferrari: En diálogo / I: "41. Sonetos, revelaciones, viajes y países".

LA IDENTIDAD

A fugitivas sombras doy abrazos;
en los sueños se cansa el alma mía;
paso luchando a solas noche y día
con un trasgo que traigo entre mis brazos.

Cuando le quiero más ceñir con lazos,
y viendo mi sudor, se me desvía;
vuelvo con nueva fuerza a mi porfía,
y temas con amor me hacen pedazos.

Voyme a vengar en una imagen vana
que no se aparta de los ojos míos;
búrlame, y de burlarme corre ufana.

Empiézola a seguir, fáltanme bríos;
y como de alcanzarla tengo gana,
hago correr tras ella el llanto en ríos.

Francisco de Quevedo.


(Entrada en construcción)
 



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