Suele suceder que me enamoro. Al principio, una obra musical suele resultar un galimatías sonoro incomprensible. Son necesarias varias audiciones para que la obra se abra y se torne un lenguaje comprensible (y luego difícil de abandonar). A veces esto no sucede; entonces hay que esperar que otras obras y otros autores vayan presentando nuevos matices que ya desembocarán en ese lenguaje que quedó pendiente. Cada estilo, cada autor, llega cuando tiene que llegar. Gracias a la tecnología este proceso se ha vuelto muy ágil.
A Ravel lo he descubierto veinte años después de empezar a escucharlo. Ahora me fascina. Me acompaña siempre que puede.
Y la obra que me ha atrapado en primer lugar, el objeto de mi enamoramiento (predispuesto por un estado de interés general raveliano) es el Menuet Antique. Y ha sucedido al contrario. De entrada me ganó la sencillez y rotundidad propias de la música clásica. Y es al reescucharlo una y otra vez para reconocer qué me ha atrapado, cuando llega mi desconcierto.
Debo decir que lo he conocido primero en su versión orquestal. Insisto en que lo encontré revisando el conjunto de la obra orquestal de Ravel. Buscaba esos matices tímbricos tan especiales que tiene. Y pensé que era eso: la elección de timbres al orquestar los motivos, al asociar instrumentos (luego tan imitado). Pronto supe que esta obra, su original para piano (lo que es tan frecuente en Ravel que ya lo daba por hecho), es la segunda o tercera obra que publicó. Muy joven, en 1895, con veinte años. A pesar de las posibles (por leídamente achacadas) influencias de Debussy, Satie o Fauré, hay (yo imagino) unas bases de lo que va a ser el futuro Ravel: ese enamorado de las formas clásicas que constantemente se escapa de lo clásico, el incansable explorador de matices imposibles.
Nada de esto me convence. Abandonando los timbres, abandonando los juegos biográficos, busco en el original para piano cómo está construida esta pieza. En la partitura compruebo que el tema celular primero (el que tanto me cautiva) está compuesto por apenas nueve compases y pone en juego ya cinco o seis motivos, sin que quede muy claro cuál es principal y cuál acompañamiento, cuál puente, cuál base. La melodía no está construida; si existe, es el resultado ilusorio de unos juegos motívicos que apenas empiezan ya se escapan. ¿Cómo entonces de contundente? Ese final, que no consigue ser final.
Menuet Antique (1895) - Versión para piano
Menuet Antique (1929) - Versión orquestal
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