A priori, es decir con los ojos cerrados, Dadá sitúa antes de la acción y por encima de todo: La Duda. DADA duda de todo. Dadá es tatú. Todo es Dadá. Desconfíen de Dadá.
El anti-dadaísmo es una enfermedad: la selfcleptomanía, el estado normal del hombre, es
DADA.
Pero los verdaderos dadás están contra
DADA.
El selfcleptómano.
Quien robe -sin pensar en su interés, en su voluntad- elementos de su individuo es un cleptómano. Se roba a sí mismo. Hace desaparecer los caracteres que lo alejan de la comunidad. Los burgueses se parecen -todos son iguales. No solían parecerse. Se les enseñó a robar -el robo se volvió función- lo más cómodo y menos peligroso es robarse a sí mismo. Todos ellos son muy pobres. Los pobres están contra DADA. Tienen mucho que hacer con sus cerebros. Nunca terminarán. Trabajan. Se trabajan -se engañan a sí mismos se roban -son muy pobres. Pobrecitos. Los pobres trabajan. Los pobres están contra DADA. Quien esté contra DADA está conmigo, dijo un hombre ilustre, pero murió en seguida. Lo enterraron como a un verdadero dadaísta. Anno domini Dadá. ¡Desconfíen! Y recuerden este ejemplo.
Tristan Tzara: "Dada manifiesto sobre el amor débil y el amor amargo"; VII.
De todas las vanguardias literarias, la que personalmente me resulta más cautivadora es el dadaímo. "Dada no significa nada"; ese era el lema que lo definía cuando lo estudiamos en COU, agradecidos por no cargarnos con más teorías complicadas que reproducir en un examen. Y a fin de cuentas, esa es precisamente la actitud: dejar a un lado esta manera de actuar, de pensar, de percibir, como si todo fuera un gran examen.
Miramos como queriendo comprobar en cada detalle qué bien nos sabemos el diccionario ("esto es una silla y esto es una mesa"). Pensamos como queriendo confirmar cuán poco equivocada está la lógica o cuán acertada es nuestra moral. Visto así, ciertamente, ¿qué rastro queda de nuestra mirada? No hay mirada, sino lógica, moral y semántica en funcionamiento. Y si no hay mirada, tampoco hay nadie sobre el que recaiga significado, lógica o moral alguna. Es así como "nos robamos". Pero esto es pensamiento lógico, y no nos lleva a ninguna parte.
Dadá viene a recuperar el cimiento sobre el que se basa la gran catedral filosófica de Occidente: Sócrates (o al menos lo que de Sócrates nos transmite Platón). Toda dialéctica acaba en una aporía sin solución. Todos los significados se apoyan unos en otros, pero nunca se encuentra ningún significado apoyado directamente en la realidad, como un Atlas. Platón propuso uno: "el bien"; pero tampoco consiguió describir una dialéctica racional que llegara a conectar el bien con un significado "real". El bien, concluiría Sócrates tal vez, es la aporía (o viceversa; pero también en sentidos laterales). Irónico, verdad. El bien es Dadá. Y Dadá no significa nada. Es así que todos los caminos (todos los razonamientos) están plenamente justificados. Y quien diga lo contrario "tiene toda la razón".
La vanguardia pictórica y musical viene a reivindicar el trabajo con los significantes puros, desvinculados de ningún significado oficial: pura arquitectura. No tanto los autores, que sí buscaban significados para colores y sonidos (el significado es un efecto inevitable de los significantes). Pero la vanguardia literaria rápidamente se aferraba a algún ideal: "el futuro", "la sensación", "el sentimiento", "el inconsciente"... excepto Dadá. Y, curiosamente, el dadaísmo en absoluto prescinde de la lógica ni de la intención. Pero es libre. Cualquier acto será tan dadá como anti-dadá. Realmente todo vale. Y todo queda ya sancionado por su prohibición.
Excepto el significante. El significante libre, carente de función, carente de semántica alguna. El significante desnudo y dispuesto a ser recogido, enlazado y significado.
El significante es una actitud.
Y cualquier otro empeño por conectar, por explicar, por dar a entender, con un cariño propio de lo inamovible... cualquier ciencia es una "religión".
Y la actitud tan cómodamente religiosa que tiene el ser humano, con su devoto escepticismo, con su fanatismo censurador, es de un antidadaísmo tan militante (¿querían acaso que comentara de este texto el trabajo y el robo burgués en nuestro tiempo?) que sería el mejor monumento dadá, el mejor.
Pero no lo saben. No saber es dadá. Cualquier dadaísta se escandalizaría de lo que digo. Ser escandalizante y escandalizado es dadá. Cualquier muchacha tímida es dadá; pero no lo sabe. Y la que lo sabe va dando lecciones dadá sin saberlo, sin quererlo, y a veces sin conseguirlo siquiera.
El hombre que se respeta a sí mismo es un miserable, que atesora su yo y se roba a sí mismo mucho del mundo y aún más de la vida. Este mucho perdido lo hace mucho menos él, de tanto sí mismo. Es un hombre perdido. El hombre que se entrega a los demás hasta carecer de un sí mismo en el que pudiera encontrarse, se ha robado del todo; es, por tanto, imposible de ser respetado ni vilipendiado, y todo cambio en el mundo será un nuevo robo de sí, detalle tras detalle (un sí nunca mismo). Abocado a la falta, no asumir la esencia dadá del ser humano, es un absurdo.
A tiempo. Siempre a tiempo. Y siempre parece que estaba esperando este tiempo.
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