Así terminaba el concierto por el 25º aniversario del musical. Difícil ahora convencerme de que no estuve realmente allí, al lado de los que revivían el primer espectáculo que les emocionó, al lado de los intérpretes mismos tras tantos ensayos. Porque difícilmente puedo distinguir la realidad de los hechos de vuestros sutiles argumentos, de mis propias invenciones o mis sueños. Y las ideas con que defiendo ese sueño concertado, ¿quién sabe de dónde vienen y dónde las volveremos a encontrar?
Cada cual recoge de allí y de allá las máscaras con las que camina por este teatro del mundo. Algunos se saben su papel de memoria, otros improvisan, y hay quienes en mitad de la escena han aprendido a cambiar de guión y saltar de personaje en personaje. Odios y amigos vienen a ser entonces ecos y notas al margen difuso del tiempo. Y lo que no pertenece a nadie, lo que reconocemos como extraño tal vez sea la máscara que un día abandonamos y ahora viste el rostro del olvido; pero eso ¿quién puede asegurarlo?
Habrá quien crea en su propio papel y su ideario y habrá quien no, pero difícilmente puede uno sustraerse al caótico impulso de este teatro. Y por debajo de nuestros pies tecletean las letras moviéndolo todo. Y cuando llegue el momento de bajar el último telón, de apagar el último foco, de aquietar el último gesto, quién me convencerá de que no ha sido ese gesto, a la pasión y a la crueldad de los tiempos, en su máscara, el más sincero de los aplausos.
Dejen marchar el mundo y el tiempo que ha sido hasta ahora y vengan, si quieren, a zambullirnos en un nuevo giro de los sueños:
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