Cuando uno escucha Sheherezade, lo primero que oye es el egoísmo del rey Schahriar.
Hace unas treinta y cinco lunas empecé la lectura de Las mil noches y una noche, y rápidamente quedé fascinado por su ritmo y por la locura inicial del rey Schahriar. Así que yo, considerándome no menos loco que el rey como para no merecer el mismo tratamiento, tomé la determinación de seguir ese mismo ritmo, y leer una sola noche cada noche; de esta forma, si realmente tenían algún efecto curativo las palabras de Schahrazada, producirían efecto similar en mi espíritu.
Dicho y hecho, o como tanto se repite en los cuentos de esta sin par narradora: "escucho y obedezco".
Y hace apenas unos días, se cerró la última de las noches, esa una después de las mil, en la que termina la tierna historia del príncipe Jazmín y de la princesa Almendra, broche estelar a todos los movimientos y deseos engarzados entre cientos de relatos.
La suit sinfónica Scheherazade de Nicolai Rimsky-Korsakov fue una de las primeras obras musicales que me atrapó desde mi infancia, y sin duda es la pieza que más veces he escuchado en mi vida. Desde aquellos principios en que la escuchaba sin saber, luego las sucesivas transformacioens que esta música ha ido configurando en mis oídos, hasta ahora que acompañará el recuerdo de las noches pasadas junto a Schariar, la dulce Schahrazada y su inocente hermana la pequeña Doniazada.
Cuando uno escucha esta obra de Rimsky-Korsakov, lo primero que oye son los tonos simples y rotundos del rey Schahriar, que rápidamente se suavizan y dan paso a la hermosa y versátil melodía en la que todos reconocemos las palabras de Schahrazada. Y en seguida, la música se vuelve un mar de transformaciones y viajes, variaciones y combinaciones de motivos. Nos llevará por algunas de las melodías más bellas de la historia de la música. Hasta culminar en uno de los finales más emotivos de todo el repertorio occidental.
Y despés de tanto tiempo acompañado y alentado por sus palabras, ¡qué cruelmente rápido pasan mil noches! Y esta noche única y última de la despedida, la ausencia de Schahrazada deja una herida que no ha de cerrarse. Mi corazón y su herida pasarán dialogando "noches más blancas que el rostro de los días, hasta la llegada de la Separadora de amigos, la Destructora de palacios, la Constructora de tumbas, ¡la Inexorable, la Inevitable!".
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