"¡Oh tú, bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues sin tener invidia ni ser invidiado, duermes con sosegado espíritu, ni te persiguen encantadores, ni sobresaltan encantamientos! Duerme, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te tengan en continua vigilia celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú y tu pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se estienden a más que a pensar en tu jumento; que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto; contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. Duerme el criado, y está velando el señor, pensando cómo le ha de sustentar, mejorar y hacer mercedes. La congoja de ver que el cielo se hace de bronce sin acudir a la tierra con el conveniente rocío, no aflige al criado, sino al señor, que ha de sustentar en la esterilidad y hambre al que le sirvió en la fertilidad y abundancia."
Miguel de Cervantes: El Quijote II, capítulo XX.
Se dice que hubo una vez un hombre que llegó a confundir discurso y realidad. Que el mundo entero, con enteros sus detalles, era como estaba narrado y descrito en los libros. Y así, quiso aplicar ese mundo y ese discurso a su propia persona, ponerlo, como suele decirse, en práctica.
Sólo fue ese hombre. Culpable él entre toda una humanidad de inocentes, ingenuos, ignorantes, que saben, que no han oído hablar jamás de las palabras, y no tienen más realidad, que la que pudieran nombrar delante de sus ojos, y actúan, lejos de la confusión.
Ese hombre no era nadie. Sólo un puro pensamiento, ya no contaminado por la acción. Pura acción, aún no contaminada por el pensamiento. Un hombre y su relato de amor. La ilusión de un instante sobre un mundo que se hunde.
Ese hombre es el amo de mi alma y el esclavo de mis ojos.
"Quién puede ser sino algún maligno encantador de los muchos invidiosos que me persiguen? Esta raza maldita, nacida en el mundo para oscurecer y aniquilar las hazañas de los buenos, y para dar luz y levantar los fechos de los malos. Perseguido me han encantadores, encantadores me persiguen, y encantadores me perseguirán hasta dar conmigo y con mis altas caballerías en el profundo abismo del olvido, y en aquella parte me dañan y hieren donde veen que más lo siento; porque quitarle a un caballero andante su dama es quitarle los ojos con que mira, y el sol con que se alumbra, y el sustento con que se mantiene. Otras muchas veces lo he dicho, y ahora lo vuelvo a decir: que el caballero andante sin su dama es como el árbol sin hojas, el edificio sin cimiento, y la sombra sin cuerpo de quien se cause."
Miguel de Cervantes: El Quijote II, capítulo XXXIII
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