EL TESORERO.- ¿Quién puede contar con los aliados? Los subsidios que nos habían prometido no llegan, como el agua de las cañerías averiadas. Además, Señor, en tus vastos dominios, ¿en qué manos ha venido a parar la propiedad? Doquiera que uno vaya, un nuevo dueño ocupa la casa y quiere vivir independiente, y ha de estarse uno mirando cómo lo hace. Tantos derechos hemos abandonado, que no nos queda un derecho sobre cosa alguna. Por otra parte, no se puede hoy día tener la menor confianza en los partidos, cualquiera que sea su nombre; que ellos reprueben o que aplaudan, amor y odio han venido a ser indiferentes. Los gibelinos, lo mimo que los güelfos, se ocultan para tomar algún descanso. ¿Quién piensa ahora en ayudar a su vecino? Bastante trabajo tiene cada cual para sí. Las puertas del oro están atrancadas; todo el mundo rasca, hinca las uñas y atesora, y nuestras arcas quedan vacías.
Johann Wolfgang von Goethe: Fausto II; Acto I, escena 2.
Pues sí, así se hablaba en Alemania hace doscientos años. Hoy, oímos hablar a las gentes y da la sensación de que su habilidad más débil es la memoria. De un invierno a otro olvidan el frío; ¿cuánto más aquello que ni siquiera conocieron, aquello que no se han dignado a escuchar? Las generaciones llegan nuevas al mundo, han de inventar, por su ignorancia, una y otra vez las mismas ideas. Y las ideas en su conjunto avanzan y vuelven a ritmos que les superan, a las gentes, como las borrascas en los ciclos del tiempo. Y nadie sabe por qué no llueve.
Patricios y plebeyos aún siguen disputando un buen pedazo del pastel de siempre perecedero, sin saber muy bien de dónde les viene su disputa. Los nombres han cambiado, los esquemas muy poco. Ni hambres ni guerras, ni epidemias ni terremotos, ningún golpe ha sido lo suficientemente fuerte en la tierra como para que el olivo de Atenea haya terminado de imponerse sobre el caballo de Poseidón.
¿Vamos a permanecer embelesados atendiendo al grandilocuente debate por los asuntos pretendidamente importantes? Tanto sea el esfuerzo por justificar algún aplauso. ¿O bien vamos a encerrarnos en nuestros adentros, buscando al menos un instante que pudiéramos llamar verdadero? Allí donde se respira soledad y silencio.
Las palabras del mundo parecen escritas por un oscuro bufón. Alzamos los ojos al color incomprensible del amanecer. Pero lo nuevo es otra cosa.
EL EMPERADOR.- Dime, bufón, ¿no sabes tú también alguna otra calamidad?
MEFISTÓFELES.- ¿Yo? No, en manera alguna, al mirar el esplendor que te rodea a ti y a los tuyos. ¿Podría faltar crédito allí donde la Majestad manda sin oposición; donde la fuerza está pronta a dispersar cuanto se muestre hostil; donde la buena voluntad, fortalecida por la inteligencia, y la múltiple actividad se tienen a mano? ¿Qué podría en este caso confabularse para el mal, para las tinieblas, allí donde brillan semejantes astros?
Johann Wolfgang von Goethe: Fausto II; Acto I, escena 2.
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