Sería demasiado triste narrar todas las privaciones y la miseria que hubo de sufrir nuestro patito durante aquel duro invierno.
Lo pasó en el pantano, entre las cañas, y allí lo encontró el sol cuando volvió el buen tiempo. Las alondras cantaban, y despertó, espléndida, la primavera.
Entonces el patito pudo batir de nuevo las alas, que zumbaron con mayor intensidad que nunca y lo sostuvieron con más fuerza; y antes de que pudiera darse cuenta, encontróse en un gran jardín, donde los manzanos estaban en flor, y las fragantes lilas curvaban sus largas ramas verdes sobre los tortuosos canales. ¡Oh, aquello sí que era hermoso, con el frescor de la primavera! De entre las matas salieron en aquel momento tres preciosos cisnes aleteando y flotando levemente en el agua. El patito reconoció a aquellas bellas aves y se sintió acometido de una extraña tristeza.
«¡Quiero irme con ellos, volar al lado de esas aves espléndidas! Me matarán a picotazos por mi osadía: feo como soy, no debería acercarme a ellos. Pero iré, pase lo que pase. Mejor ser muerto por ellos que verme vejado por los patos, aporreado por los pollos, rechazado por la criada del corral y verme obligado a sufrir privaciones en invierno». Con un par de aletazos se posó en el agua, y nadó hacia los hermosos cisnes. Éstos al verle, corrieron a su encuentro con gran ruido de plumas.
–¡Matadme! –gritó el animalito, agachando la cabeza y aguardando el golpe fatal. Pero, ¿qué es lo que vio reflejado en el agua limpia? Era su propia imagen; vio que no era un ave desgarbado, torpe y de color negruzco, feo y repelente; sino un cisne como aquéllos.
¡Qué importa haber nacido en un corral de patos, cuando se ha salido de un huevo de cisne!
Hans Christian Andersen: El patito feo.
Todos conocemos este cuento, porque todos hemos sido niños diminutos y torpes, apocados por el saber y la fuerza de nuestros mayores. Todos hemos soñado que creceríamos, y nuestra fuerza y nuestra inteligencia, nuestra belleza, nos haría triunfar sobre el mundo. Curiosamente, luego, los adultos tienden a pensar que son ellos los feos y que era en su infancia cuando fueron cisnes.
En realidad esto parece más una adivinanza: feo para sí, hermoso para los demás. Feo en el instante, hermoso en el recuerdo o en el deseo. Pero no olvidemos, que este cuento es otro Narciso, vuelto del revés, pero lo mismo. De hecho, los griegos asociaron el origen del cisne con el arrogante Faetón, que necesitaba demostrar que era hijo del Sol (no debería ser evidente). Todo esto es, a fin de cuentas, intentar comprender esa arrogancia que tenemos en la mirada. El problema del espejo.
¿Quién nos mira a través del espejo? Y, ¿qué ve?
Y cuando vivimos en el mundo (que también es otro espejo), soñamos con su imagen, y con nuestra imagen. En alguna parte tiene que quedar el paraíso, el cisne que soy. Y tanto nos duele lidiar con la aspereza del día, que pensamos que la fealdad está en nosotros y no fuera. Y viceversa, porque las pasiones están fuera del espejo. Y el que lo comprende, ése, es hermoso.
En el estanque del Pathos vivimos inquietos. Desconfiamos en nuestro corral de la comedia del otro: patos, gansos, ocas y gallinas. Cansados día tras día, de nuestro cuerpo de barro, no, de nuestro cuerpo de carbón y de ceniza. Quisiéramos cantar, parloteamos, pero estamos mudos. ¡Cuesta tanto volar! Abandonar nuestra pesada existencia y mirarse en el espejo liviano y engañoso del ser. Entregar por fin ese momento de belleza a la mirada del Padre.
Sí, Abraham, pero hay espejos que deforman, que engañan, que subvierten la realidad. Son los espejos perversos los que trastocan por efecto de malos entendidos, de la confusión interesada, de las malas lenguas, etc. pero hay también el espejo del tiempo que con el paso de las estaciones va degradando la realidad, todo se envejece y presenta una faz con arrugas y pellejos. El espejo roto también puede alterar la realidad, al menos en su conjunto; cada una de las facetas del espejo roto muestra una cara de la realidad, es un espejo que fracciona. Y también los espejos de superficie curva, estos deforman; en sus superficies parabólica, elípticas o hiperbólicas te ves reflejado como un contrahecho y acabas riéndote de tu deformidad ridícula.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
Si lo que tengo delante es un espejo. Si mis ojos cóncavos son un espejo. Si la realidad es un espejo. ¿Dónde se sitúa lo bello o lo feo, lo falso o lo cierto?
ResponderEliminarRoto el espejo del mundo, vemos, vivimos, vamos entre las grietas.
Un mundo de incertidumbres, amigo Abraham.
ResponderEliminarSalud
Francesc Cornadó
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ResponderEliminarPodéis acceder a la actividad propuesta por David Maturana Céspedes desde su propia página:
ResponderEliminarhttp://colegiopichasca.blogspot.com/2011/04/el-patito-feo.html