domingo, 26 de septiembre de 2010

GOYA: El sueño de la razón.

Goya: Caprichos, nº 43: "El sueño de la razón produce monstruos".

Aunque este comentario viene directamente lanzado desde la entrada anterior sobre Poe, ya venía siendo hora de tratar alguno de estos textos. Durante algun tiempo, los Caprichos fueron uno de mis libros de cabecera.

El título puede entenderse de varias maneras:
  1. The sleep of reason. Mientras la razón duerme, queda campo abierto para que los fanatismos y atrocidades de la ignorancia causen estragos. "Cuando el gato no está, los ratones bailan". Recuerda a las aventuras de la Odisea: cada vez que Ulises cae dormido, sus marineros le meten en un lío. Esta visión fundamenta la crítica a la superstición y el analfabetismo que rezuma esta serie de grabados.
  2. The reason's dream. A pesar de su limpia y noble apariencia, los mecanismos racionales tienen en sus humanas profundidades fundamentos monstruosos. El ser humano es tan racional como irracional. Es más, la consecuencia de la razon no es la desaparición de monstruos (progreso) sino la aparición de monstruos nuevos. También se ve esto en la mitología griega: primero el héroe vence al monstruo, pero luego se ve derrotado por sus propias perversiones. Las terribles consecuencias del Siglo de las Luces se vieron rápidamente en las sucesivas revoluciones "ideológicas", no menos cruentas que las guerras de Dios.
Por otro lado, cuando uno pasea por toda la serie de caprichos, no puede sino notar que este capricho en concreto es de los menos "monstruosos". Observémos los monstruos:
  • Lechuzas y murciélagos. Podríamos decir que no son monstruos, sino animales. Pero diera la impresión de que los murciélagos fueran las sombras de las lechuzas. Éstas son símbolos del saber intelectual (Atenea), los otros son símbolos del mal y la brujería; aquí parecen dos aspectos de un mismo ente. Podríamos jugar un poco con la idea de las sombras proyectadas en la caverna de Platón. Todo esto refuerza la segunda lectura del título.
  • El perro con cara de gato (¿o de lechuza?). No tengo ni idea de por dónde abordar este elemento. Sólo puedo hacer referencia a figuras parecidas en el capricho 46 "Corrección" y 48 "Soplones. También recuerda a las figuras fantasmales y surrealistas del disparate 10 "del caballo raptor".
  • Pájaros en la cabeza. La multitud ya es monstruosa. Apunta hacia la idea de que la sociedad es un cunjunto cuyo resultado es inferior a cada una de sus partes. Como individuo, cada uno es más valioso que inmerso en un grupo. Mis monstruos personales, no son tales monstruos en relación a mí (símplemente soy yo); es en el conflicto con el Otro, donde surge mi naturaleza monstruosa (que desgraciadamente tiendo a proyectar en el otro, y no en mí mismo).

Otras lecturas de este grabado:

  • Maynor Antonio Mora: “El sueño de la razón…”: Apuntes sobre la idea de Razón en el grabado de Goya. También aborda, más exhaustivamente, los distintos significados de "sueño" de la razón.
  • Página de Gonzalo Portocarrero: “El sueño de la razón produce monstruos”. Des-acuerdos entre la razón y la vida. También parte de la doble lectura de "sueño" de la razón.
  • Claude Esteban (Traducción de Aurelia Álvarez): Las máscaras de lo oscuro o la nueva melancolía (Goya, Capricho nº 43). Sobre la original y oscura modernidad de Goya.
  • José María Alfaro Roca: Blog de los Caprichos de Goya. Análisis compositivo de la imagen del grabado.
  • Blog Utopía surrealista. Los delirios de la razón abordados desde este grabado.

domingo, 19 de septiembre de 2010

EDGAR ALLAN POE: El pozo y el péndulo

Siguió otro periodo de absoluta insensibilidad; fue breve, porque al volver de nuevo a la vida noté que no se había producido ningún descenso perceptible del péndulo. Podía haber durado mucho tiempo, porque sabía de la existencia de demonios que observaban mi desmayo y que podían haber detenido el péndulo a su voluntad. Al volver en mí, me sentí enfermo..., oh, indeciblemente enfermo y débil, como después de un prolongado ayuno. Aun en la agonía de esas horas, la naturaleza humana ansiaba alimento. Con un penoso esfuerzo extendí el brazo izquierdo todo lo que me permitían las ataduras, y me apoderé de los pocos restos que las ratas habían dejado. Mientras que me llevaba una porción de alimento a los labios, pasó por mi mente un pensamiento de alegría apenas nacida..., de esperanza. Pero ¿qué tenía yo que ver con la esperanza? Fue, como he dicho, un pensamiento que apenas se había conformado... El hombre tiene muchos así, que jamás concluyen. Sentí que era de alegría, de esperanza, pero también sentí que había perecido en el momento mismo de hacerse. En vano luché por perfeccionarlo, por recobrarlo. El prolongado sufrimiento casi había aniquilado todas mis facultades mentales ordinarias. Yo era un imbécil, un idiota.
Edgar Allan Poe: El pozo y el péndulo; 1845.
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El prisionero como símbolo de la propia condición humana atrapada en este mundo, en su propio cuerpo, es un elemento recurrente en la literatura occidental. El péndulo explícitamente se configura como el tiempo, que se agota, llevándonos a una muerte inexorable. A partir de ahí podemos interpretar como queramos los otros elementos del relato, asociándolos con el devenir de nuestras propias vidas. Sólo algunos:
El alimento. Aquí, el alimento aparece como un autoengaño de nuestra biología; pero más, de "nuestra naturaleza humana". Algo que nos permita estar dispuestos para la muerte haciéndonos creer que podemos escapar. Tomar nuestros actos, nuestro lenguaje, como alimento, igual que hemos visto otras veces, supone entonces utilizar esos símbolos como venda, como ilusión, para poder huir de lo insoportable. Alcoholismos delirantes. No parece una manera muy apropiada de darle sentido a nuestros actos.
Las ratas. Podemos interpretarlas como la sociedad, o como nuestros propios pensamientos; y supongo que admitirá otras lecturas. Son numerosas. Comen de nuestro mismo plato, pero sólo esperan poder devorarnos a nosotros mismos. Desde el pozo... (y sin embargo luego será su propia voracidad la que nos libere del péndulo, ¿cómo interpretar eso?)
Los demonios que observan. También este elemento permite muchas asociaciones (desde las Parcas a los demonios de Descartes), si probáramos con cada una también tendríamos lecturas interesantes. Pero lo que más me inquieta es su capacidad para detener el péndulo, para moldear nuestro castigo. Al situarlos en el coro de la Inquisición, y liberados por el ejército francés, podemos leer en ellos el fanatismo y los delirios curados por la razón; pero viendo cómo acabó la Revolución Francesa y el ejército napoleónico, también cabe la ironía. El sueño de la razón...
La estupidez. Reconocernos como estúpidos. ¿Por buscar alimento? ¿Por no poder entender el alimento? ¿Por creer en la esperanza? ¿Por no poder creer? ¿Por resignarse? ¿Por luchar? Somos idiotas transitorios, o bien es esa nuestra condición, intentando constantemente pensar que no lo somos. No está nada claro.
El pozo. Otro gran símbolo, tópico donde los haya. Sólo diré: "el vaivén de la luna nos castiga por haber escapado del pozo".
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domingo, 12 de septiembre de 2010

Joseph Conrad: Impresionismo

I
La Nellie, una pequeña yola de crucero, se inclinó hacia su ancla, sin el menor aleteo de las velas, y quedó inmóvil. La marea había subido, el viento estaba casi en calma y, puesto que se dirigía río abajo, lo único que la embarcación podía hacer era echar el ancla y esperar a que bajara la marea.
Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas; 1902.

Este es el comienzo de una de los relatos que más devoción ha suscitado en el siglo anterior. La prueba más contundente de la grandeza de un libro es que rezuma pensamiento desde las priméras líneas. Veámoslo.
En este parrafito, Conrad nos sitúa ante un tópico literario: el barco varado. Fue un tópico muy frecuente en la poesía barroca española, como símbolo de la vanidad de la vida. En cierto modo, es un tópico relacionado con el del naufragio. La diferencia es que, mientras que el naufragio consiste en un nuevo y raro comienzo, el barco varado apunta a un estado final, a un paréntesis cargado de impotencia, un impasse.
La posibilidad de movimiento ha desaparecido. Si seguimos con la lente de la tradición hispánica, siendo los ríos las vidas que van a dar a la mar que es el morir, aquí vemos cómo es la mar, la muerte, la que invade el espacio del río al subir la marea. No hay nada que hacer, sino esperar. Este sentimiento nos lleva muy cerca del hastío, o del spleen baudelairiano.
Así, tomándolo como metáfora del propio individuo (igual que podríamos hacer con el náufrago), el navegante del barco varado (Marlow, Conrad, y lector mismo) ve paralizado todo el paisaje. El estatismo ha borrado todo por conocido (como haría nuestro cerebro si se paralizaran completamente los ojos). No llega información nueva. El sujeto se ve abocado a contemplar su propio devenir interior. Así surge el relato de Marlow: el viaje que nos va a contar es el "descenso a los infiernos" de su propio ser.
El mundo ha desaparecido. El paisaje del yo ha desaparecido. Así se libera el sujeto para realizar el viaje hacia la primera verdad y la última mentira de su ser.
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La desembocadura del Támesis se extendía ante nosotros como el principio de un interminable canal. En la lejanía, el mar y el cielo se soldaban sin juntura, y en el espacio luminoso las curtidas velas de las gabarras empujadas por la corriente parecían inmóviles racimos rojos de lona, de afilada punta, con reflejos de barniz. Una neblina descansaba sobre las tierras bajas que se adelantaban en el mar hasta desaparecer. El aire sobre Gravesend era oscuro, y un poco más alla parecía condensarse una lúgubre penumbra que se cernía inmóvil sobre la ciudad mayor y más grande de la tierra.
Joseph Conrad: El corazón de las tinieblas; 1902.
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miércoles, 8 de septiembre de 2010

EL PRINCIPITO

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XII

El planeta siguiente estaba habitado por un bebedor. Esta visita fue muy breve, pero sumió al principito en una gran melancolía.
–¿Qué haces ahí? –preguntó al bebedor, a quién encontró instalado en silencio ante una colección de botellas vacías y una colección de botellas llenas.
–Bebo –respondió el bebedor, con aire lúgubre.
–¿Por qué bebes? –le preguntó el principito.
–Para olvidar –respondió el bebedor.
–¿Para olvidar qué? –inquirió el principito, que ya le compadecía.
–Para olvidar que tengo vergüenza –confesó el bebedor bajando la cabeza.
–¿Vergüenza de qué? –inquirió el principito, que deseaba socorrerle.
–¡Vergüenza de beber! –terminó el bebedor, que se encerró definitivamente en el silencio.
Y el principito se alejó, perplejo.
Las personas grandes son decididamente muy pero muy extrañas, se decía a sí mismo durante el viaje.
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Antoine de Saint-Exupéry: El principito.
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Una vez más. vayamos por partes:
  • Este es un ejemplo perfecto de análisis. La idea del bebedor es: "bebo para olvidar que me da vergüenza beber". Pero, al separar las acciones mediante el diálogo, realmente se produce un olvido que rompe la relación de causa-efecto. Sólo con la síntesis podemos comprobar el absurdo del conjunto.
  • Podríamos sustituir "beber" por "hacer" (y por cualquier acción-verbo). La idea sería entonces, "hago lo que hago, para ocultar la vergüenza que me da lo que he hecho". Cuando trabajamos, cuando nos divertimos, cuando asumimos una rutina, ¿hasta qué punto estaremos libres de este proceso? Es difícil saberlo, pues precisamente cuando hacemos tantas cosas, olvidamos el conjunto de la idea que nos mueve (y probablemente lo hagamos para olvidarlo).
  • El absurdo sólo se sostine mirado desde esta perspectiva: lo que realmente queremos es "tener vergüenza". Al mismo tiempo deseamos tener vergüenza (ser buenos hijos, aceptados por los amigos y la sociedad), y al mismo tiempo queremos ser unos desvergonzados (libres y poderosos). La culpa. Hago lo que hago, para poder sentirme culpable. ¿Y qué ganamos con eso?
  • Y, finalmente, llegamos a la gran ironía del principito, el hombre mayor con mirada de niño. ¿En qué consiste esa incomprensión hacia las personas mayores? Miradas en conjunto, son tan absurdas como el principio del bebedor. Pero este capítulo nos da la clave. Las personas mayores hacen lo que hacen (crecen) para olvidar la vergüenza que les produce crecer. En realidad no consiguen abandonar su infantilidad y son, por tanto, niños que se han traicionado a sí mismos, y viven (beben) traicionándose a sí mismos constantemente.

Pero nos basta el reconocimiento de los otros traidores: ellos son como yo. ¡Bebamos todos juntos! Sólo hay algunos pocos principitos. Los que asumen la responsabilidad de su propia inocencia, y sus vergonzantes impulsos infantiles. Los que son capaces de cruzar a solas el universo, hacer amigos, dejar amigos, morir... y todo por el absurdo amor a una rosa.