domingo, 7 de noviembre de 2010

GILGAMESH

Emprendieron el viaje en la barca de Urshunabu. A las veinte leguas probaron un bocado, y a las treinta se prepararon para el descanso. Pero sucedió que, viendo Gilgamesh un limpio pozo de agua fresca, se retiró hacia él a bañarse, y durante su aseo, una serpie olfateó la planta y la robó, alejándose mientras mudaba la piel. Por esto Gilgamesh se sienta y llora, y mientras las lágrimas le recorren las mejillas le dice a Urshunabu, el barquero: “¿Para quién, Urshunabu, trabajaron mis manos? ¿Por quién se ha derramado la sangre de mi corazón? Mis esfuerzos no ganaron recompensa alguna, y sin embargo, ¡gran recompensa ha obtenido por mí el león de la tierra! Cuando comencé mi viaje, la muerte siempre lo impulsó, y su temor me hizo seguir adelante, ¡sabido era que la vida no había de hacerlo terminar! Mi peregrinaje estuvo siempre surcado por el llanto y las miserias, y si éstas me acompañaron en su principio, ¿porqué no iban a acompañarme también en su final? Al final del sendero siempre se encuentra la nota, que reza desconsolada: “Volverás a mí”, y quizá así deba ser. “Abandona la barcaza y retírate”, y así debe ser.” Veinte leguas más y comieron bocado, a las treinta se prepararon para el descanso, y así llegaron a la ciudad de Uruk. Urshunabu dijo: “He aquí el lugar de donde partiste, y he aquí tu destino final. No has de desechar las experiencias de tu viaje, sino, conviviendo con ellas, regresar a tu morada, descansar y reflexionar, para seguir mañana el curso de tu vida.” Gilgamesh, sin bajar del bote, apuntaló la pértiga y lo hundió en la orilla, diciendo a Urshunabu: “¿Seguir el curso de mi vida? ¡Cómo podría ser capaz! Me fue robado el camino de vuelta a casa, la muerte sigue presente en todas partes. Allí donde mire al amanecer, se encontrará la muerte; allí donde mire al atardecer, se encontrará la muerte; cada palacio, hogar y templo son ya presas de la muerte. ¿Cómo podrá ser pleno mi corazón en este mundo? Regresa tú, Urshunabu, dirígete a la ciudad de Uruk. Admira si las murallas son de ladrillo cocido, si sus cimientos fueron echados por los siete sabios. Admira el templo de Eanna, la morada de Anu e Ishtar, si sus aguas fluyen constantemente, y su brillo no muere ni de día ni de noche. Después dirígete a sus gentes, si son felices, y relátales lo que has visto.” “Mundos hay aparte de éste, Urshunabu, más allá del dominio de los dioses y de las gentes. Son todos mundos de hechicería, llenos de magia, horrores y miserias, lo reconozco, pero quizás en ellos resplandezca aún un poco de alegría para mí. Quizás, más allá del horizonte, siga existiendo todavía algún lugar que contenga el secreto de la vida eterna, mi salvación en la inmortalidad. Donde el cardo, y sus pétalos de rosa, sigan brillando a la luz del mediodía.” Y bajando Urshunabu del bote, Gilgamesh empujó la pértiga, y se alejó de la orilla, adentrándose en los mares desconocidos, hacia los mundos que existen más allá de este mundo. Donde ni los dioses, ni los hados, alcanzan a sus gentes.



Este es un texto que se comenta a sí mismo. Porque parece que toda la literatura sólo ha sido un colorido comentario de estos fragmentos. Si tuviéramos que mandar un texto al espacio, para que fuera reconocido por civilizaciones inimaginables, hoy eligiría este sin dudarlo: el texto que nos describe desde hace más de tres mil años.

¡Con qué naturalidad acepta lo que todo el mundo parece querer ver al revés! No es la vida la que nos sostiene en un viaje que la muerte ha de truncar; sino que nuestro viaje está impulsado por la muerte (el robo de la serpiente), y la vida, obviamente, no lo detendrá. Durante cuánto tiempo, cuántos de nosotros habremos usado como excusa los avatares de la vida para no hacer nada, para quedarnos en nuestro bonito sofá, en nuestro lecho de dolor, en nuestra particular Uruk del goce. Sin escuchar al primer héroe, a Gilgamesh, el primer inmortal.

Ciertamente, no hace falta comentar más este poema, sólo leerlo una y otra vez, insisto, como han hecho no sé si sin saberlo tantos otros textos. Montarnos como polizontes en la balsa del héroe, y adentrarnos con él "en los mares desconocidos, hacia los mundos que existen más allá de este mundo. Donde ni los dioses, ni los hados, alcanzan a sus gentes".

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