domingo, 9 de noviembre de 2014

Juan Ramón Jiménez: LAS IDEAS. La luna blanca quita al mar el mar.

(15 de junio)
La luna blanca quita al mar
El mar, y le da el mar. Con su belleza,
En un tranquilo y puro vencimiento,
Hace que la verdad ya no lo sea,
Y que sea verdad eterna y sola
Lo que no lo era.
                            Sí.
                                 ¡Sencillez divina
que derrotas lo cierto y pones alma
nueva a lo verdadero!
¡Rosa no presentida, que quitara
a la rosa la rosa, que le diera
a la rosa la rosa!


Juan Ramón Jiménez: Diario de un poeta recién casado 
(1916)

Al grano: ¿en qué radica la verdad del objeto?
Juan Ramón Jiménez ubica en su viaje de novios toda una fase de transformación y descubrimiento personal. Ese descubrimiento íntimo de su relación con Zenobia transforma su delirio, antes conflictivo y pomposo, ahora sencillo, armónico, desnudo. El fruto, lo que viene a llamarse "poesía pura".
Al grano: la "luna blanca" (símbolo de belleza, de pureza, de misterio, de feminidad) consigue hacernos percibir tres dimensiones del objeto "mar" (yo interpreto):
  • Mar1: El significante.
  • Mar2: El significado.
  • Mar3: El referente. 
Estas dimensiones de la percepción (comunicación) no son definitivas. Por lo pronto, es difícil adjudicar en la sistaxis del enunciado qué mar pertenece a cada "mar". Esto quiere decir: cuál de los tres es el auténtico mar dado por la luna.
En la siguiente serie, tanto el mar como la luna han sido asumidos por el término "rosa". Esto es que la luna no funciona como un objeto distinto, sino como una dimensión más (yo interpreto):
  • Rosa1: El ser (idea, ideal).
  • Rosa2: El significante.
  • Rosa3: El significado.
  • Rosa4: El referente.
De nuevo, no está adjudicado en la sintaxis qué dimensión corresponde con cada "rosa". Si alguno quiere decantarse tendrá que analizar la parte interior del poema, los versos centrales. Yo, de momento, me contentaré con señalar la marca de distinción que tiene la "rosa no presentida". 
En esa sorpresa, hemos de descartar el significado (pues el significado supone un conocimiento previo). Sin significado, difícilmente podemos llegar a conocer el referente. El ser, quedaría totalmente inalcanzable. Pero es ese quitar el significado, esa percepción del significante puro, donde se encuentra la auténtica verdad de la percepción, del lenguaje y la supuesta realidad que se contempla. 
El significante (vivido como nuevo, no como memoria -significado-) quita al referente (significante previo o suposición de objeto) su significado y le da el ser.

¡Rosa2 no presentida, que quitara
a la rosa4 la rosa3, que le diera
a la rosa2,3,4 la rosa1!

Esta metafísica del ser no es otra cosa que la reconquista (una vez más) de ese "mundo invisible" que es el idealismo platónico. 
Y esto no tendría por qué tener más importancia que la de un juego retórico, de no ser porque tantas personas anhelamos vivir en ese mundo, el de las ideas, y mientras más incuestionado mejor. Por descabellados que sean esos ideales, esas entelequias que luego querrán imponerse unos a otros mediante leyes escritas o mediante la violencia de los cuerpos.
Y lo incómodo viene cuando se recuerda que ese mundo real es inaccesible, que los referentes también son psicológicos. Toda verdad hace que "la verdad" ya no lo sea. La belleza del significante es prioritaria. Y si lo que conocemos queda ficcionado por lo que estamos conociendo, y si la verdad es la ausencia de presentimiento, a qué imponernos recuerdos y sistemas, perennes, caducos.
Alguien vive en el mundo real; esta idea es un acto de fe incuestionable. Los que vivimos en el mundo de las ficciones, ¿cómo responder al que cree que sigue viviendo en sus recuerdos y en sus ideas?
Si, sencillez, divina tú...  





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