domingo, 12 de abril de 2015

El doble. PATRICIA HIGHSMITH: El talento de Mr. Ripley

Se sentía solo, pero en modo alguno triste. Era una sensación muy parecida a la que había experimentado en París, la víspera de Navidad, la sensación de que toda la gente le estuviera observando, como si el mundo entero fuese su público, una sensación que le hacía estar constantemente en guardia, ya que una equivocación hubiera sido catastrófica. Y, con todo, estaba absolutamente seguro de que no cometería ninguna equivocación, y ello sumergía su existencia en una atmósfera peculiar y deliciosa de pureza, igual que la que probablemente sentiría un gran actor al salir al escenario a interpretar un papel importante con la convicción de que nadie podía interpretarlo mejor que él. Era él mismo y, sin embargo, no lo era. Se sentía inocente y libre, pese a que, de un modo consciente, planeaba cada uno de sus actos. Pero ya no sentía cansancio después de varias horas de fingir, como le había sucedido al principio. No tenía necesidad de relajarse cuando estaba a solas. Desde que se levantaba y entraba a cepillarse los dientes en el baño, él era Dickie, cepillándose los dientes con el brazo derecho doblado en ángulo recto, Dickie haciendo girar con la cucharilla los restos del huevo pasado por agua que tomaba para desayunar. Dickie, que, invariablemente, volvía a guardar en el armario la primera corbata que había sacado, poniéndose otra en su lugar. Incluso había pintado un cuadro al estilo de Dickie.

Patricia Highsmith: El talento de Mr Ripley. Capítulo 15
 
La falta de autenticidad de nuestro propio yo es fácilmente demostrable. Antropológicamente, las distintas culturas son fruto de semejanzas notables de carácter y hábitos; pues otros no serían aceptados o resultarían incómodos. Y así esa freaseología popular que dice "de tal palo tal astilla" o que "Dios los cría y ellos se juntan"; y otros dichos que, de repetidos, viene a confundirse con el saber (pensar que yo sé porque repito las frases de otro es como pensar que soy porque repito las formas y existencia de otro).
Por otro lado, el teatro del mundo es un tópico bien popular en el barroco europeo. El matiz de la persona como "máscara" es aún más antiguo. Desde un personaje nos observamos componiéndonos como otro personaje. Pero lo más frecuente es que, una vez dentro, lo normal es olvidar que hemos pasado de un personaje a otro, y pensamos que ese es siempre nuestro auténtico yo (pues es propio del yo ignorar su inautenticidad). Si uno contemplara la secuencia de sus máscaras, se indignaría por sus incoherencias y contradicciones, o simplemente las obviaría. Es lo que hacemos con los demás: nos indignamos porque olvidamos que no siempre son la misma persona, pensamos que se contradicen. Es lo que hacemos con nosotros mismos: nos obviamos porque sólo atendemos al personaje actual, pensamos que somos coherentes. Y en nuestro juicio (indignación u obviedad) incluso en nuestra sensación de prudencia: estamos absolutamente seguros de no cometer ninguna equivocación.
Nuestra humildad tiene la soberbia de creer que somos verdaderamente humildes. Y sin embargo es esa soberbia la que se mantiene en cada acto. Entenderemos aquí soberbia como ceguera, en la que no vemos los diferentes personajes que ocupamos. Creemos que sí, que el que piensa cuando está tumbado en el sofá es el mismo que piensa cuando está sentado ante su ordenador escribiendo. Creemos que uno tiene noticia del otro, que lo recuerda; pero lo más probable es que no sea así. La memoria es selectiva y, selectiva como es, no puede dar cuenta del ser que en ese momento decide no recordar. ¿Cómo, si no, el esfuerzo y la desgana con la que a veces pasamos de un papel a otro?: es como el actor que reconoce que ese otro no es exactamente su yo, sino otro personaje, y tiene que componerse, que disfrazarse. Una vez disfrazado, vuelta empezar.
La devoción con la que imitamos a nuestros ídolos, con la que copiamos sus detalles, con la que doblamos a un personaje, es parecida a la devoción con la que nos repetimos a nosotros mismos. Adoramos nuestra tristeza, nuestra desidia, nuestros gestos y rutinas con un narcisismo no reconocido, porque nunca recordamos que es a otro personaje al que una vez más queremos usurpar. Siempre creo que no es otro personaje, sino que soy realmente yo, y que siempre es así como soy y como hago las cosas. Incluso que es mi decisión.

Asimismo, con mi mejor italiano, les puse al corriente de que tú y Tom sois inseparables y les dije que no podía comprender cómo habían podido dar contigo sin dar con Tom.

Patricia Highsmith: El talento de Mr Ripley. Capítulo 19

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