domingo, 8 de febrero de 2015

SIGMUND FREUD, Más allá del principio de placer. LA INTUICIÓN


Pues bien; si todas las pulsiones orgánicas son conservadoras, adquiridas históricamente y dirigidas a la regresión, al restablecimiento de lo anterior, tendremos que anotar los éxitos del desarrollo orgánico en la cuenta de influjos externos, perturbadores y desviantes. Desde su comienzo mismo, el ser vivo elemental no habría querido cambiar y, de mantenerse idénticas las condiciones, habría repetido siempre el mismo curso de vida. Más todavía: en último análisis, lo que habría dejado su impronta en la evolución de los organismos sería la historia evolutiva de nuestra Tierra y de sus relaciones con el Sol. Las pulsiones orgánicas conservadoras han recogido cada una de estas variaciones impuestas a su curso vital, preservándolas en la repetición; por ello esas fuerzas no pueden sino despertar la engañosa impresión de que aspiran al cambio y al progreso, cuando en verdad se empeñaban meramente por alcanzar una vieja meta a través de viejos y nuevos caminos. Hasta se podría indicar cuál es esta meta final de todo bregar orgánico. Contradiría la naturaleza conservadora de las pulsiones el que la meta de la vida fuera un estado nunca alcanzado antes. Ha de ser más bien un estado antiguo, inicial, que lo vivo abandonó una vez y al que aspira a regresar por todos los rodeos de la evolución. Si nos es lícito admitir como experiencia sin excepciones que todo lo vivo muere, regresa a lo inorgánico, por razones internas, no podemos decir otra cosa que esto: La meta de toda vida es la muerte; y, retrospectivamente: Lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo.

Sigmund Freud: Más allá del principio de placer (1920), 
capítulo V. 

Esta extrañeza es una sensación recurrente, cuando nos encontramos a los viejos pensadores intentando explicar procesos que hoy la ciencia tiene descritos con rigurosa eficacia. Nos sucede con los griegos, pero también con pensadores modernos como Descartes, Spinoza... ¿Sucede así con nuestros contemporáneos? 
Por un lado, es sorprendente cómo aún muchos exponen explicaciones ignorando cuánto está trabajado el campo de la cuestión. Notar esas lagunas entre nuestros contemporáneos tiene algo de indignante (muchos se indignarán conmigo, supongo). Indignarse por el desconocimiento de pensadores anteriores a descubrimientos científicos es ridículo. 
Lo que vengo a decir aquí (y para eso propongo este texto) es que cuando leemos un texto de esta índole, expuesto con mayor o menor convicción, nos encontramos siempre, no ante una explicación de la pretendida realidad, sino a la exposición de un proceso de pensamiento.
Freud era insistente (posiblemente con una implícita ironía de pseudo-modestia) en estas salvedades. Cada dos por tres avisa de lo provisional de sus averiguaciones y queda pendiente de la refutación científica (biologías). En esta obra, precisamente no puede ser más claro: "Lo que sigue es especulación, a menudo de largo vuelo, que cada cual estimará o desdeñará de acuerdo con su posición subjetiva. Es, además, un intento de explotar consecuentemente una idea, por curiosidad de saber adónde lleva" (así comienza el capítulo IV).
En esto también radica la libertad del pensamiento. Ese punto de provisionalidad, ese punto de investigación en el devenir del discurso, ese dejarse llevar por el delirio, ese desvincularse de la fe referencialista en el lenguaje es lo que afianza la aportación del psicoanálisis (tan fructífero en el arte).
En fin, escojo este texto con un objetivo (entiéndase luego la ironía de esto): reconozco aquí un interesante juego de pensamiento. Que se corresponda más o menos fielmente a una pretendida realidad, no me es tan importante. Explica cómo piensa el ser humano, cómo piensa Freud, y cómo pienso yo.
Leo: "Las pulsiones orgánicas conservadoras han recogido cada una de estas variaciones impuestas a su curso vital, preservándolas en la repetición; por ello esas fuerzas no pueden sino despertar la engañosa impresión de que aspiran al cambio y al progreso, cuando en verdad se empeñaban meramente por alcanzar una vieja meta a través de viejos y nuevos caminos".
Por un lado da en la clave de toda esa ilusión teleológica que domina el pensamiento humano (incluso el científico). Lo que antecede a esta frase me resulta poco objetable y, sin embargo, lo que viene después se va derramando en esa misma ilusión teleológica que denuncia. 
Desde mi punto de vista viene por el empuje de un simple significante lingüístico: "Zein", que en la traducción viene sustituido por "meta". Por lo pronto, la traducción ya es poco afortunada, pues una "meta" viene de una constructura sociológica, psicológica, es siempre un objetivo humano. Aplicar eso en la física o en la biología es un psicologismo flagrante. No sé si el término "Zein" se vive en alemán a la altura de nuestra "meta" o se acerca más a "resultado", "fin", "destino", etc. He aquí un caso evidente de peligro traidor en la traducción.
Pero ya se ve que en el caso del pensamiento freudiano aún permanece esa extraña intencionalidad con que reviste los procesos automáticos, las pulsiones y el inconsciente mismo. El insconsciente freudiano, los síntomas, la culpa, los lapsus... tienen algo de objetivo estratégico: funcionan en un sentido de utilidad, de previsión, de espectativa que difícilmente cuadra con algo que ni siquiera habría de considerarse vivo (como él mismo apunta en este párrafo).
En efecto: incluso sin un conocimiento exacto del funcionamiento genético (que aún hoy no tenemos) podemos concluir que la genética no busca adaptarse (¡no hay adaptación en la evolución!, ¿cuándo se va a terminar de comprender eso?), sino que simplemente mantiene estructuras de funcionamiento que han resultado estables. ¿Cómo se llega desde ese conocimiento otra vez de vuelta a una intención y una finalidad? Tarda menos de una frase para caer en el psicologismo: "se empeñaban [trachten]..." Ningún cristal, ningún cloroplasto, ninguna célula busca, anhela ni se en empeña en nada.
Esto pienso yo: ningún ser vivo "se empeña" ni "quiere" seguir vivo (es hasta ahí lo que concedo a la "pulsión de muerte"). No hace lo que hace para seguir vivo (pero tampoco para regresar a lo inerte). Como ser vivo funciona y punto, tal como es (físico como es, biológico como es, psicológico como es, si lo es). Lo otro es un planteamiento que sólo es posible desde la psicología, y habrá que ver qué individuos poseen una psicología suficiente para "querer", para "anticiparse" en un objetivo. Y en la psicología misma, cuánto de teleológico puede ser el inconsciente o la conciencia es digno de estudio, y no tanto presumir intencionalidades por cualquier parte. Por ejemplo: ¿cuánto de pensamiento lingüístico es necesario para elaborar un conocimiento teleológico? y, si no fuera necesario el lenguaje, ¿cuánto de memoria o pensamiento imaginario? ¿Dónde trazar la línea que divide un proceso inerte de otro vivo?, ¿y de un proceso pensante a otro no-pensante?
Así es como leo yo la pulsión de amor y muerte: más como la intuición de unos funcionamientos que como la descripción de unos procesos reales. No me resultan interesantes porque expliquen la realidad, sino porque apuntan a un proceso del pensamiento. Muchos denigran a Freud por la "religión" psicoanalítica a la que dieron lugar aquellos que creyeron a pies juntillas sus explicaciones, cuando sus planteamientos eran así como el elefante tanteado por palos de ciego. Pero, aunque las interpretaciones fueran equívocas, pocas veces ha habido un palo tan certero.  
 

Wenn also alle organischen Triebe konservativ, historisch erworben und auf Regression, Wiederherstellung von Früherem, gerichtet sind, so müssen wir die Erfolge der organischen Entwicklung auf die Rechnung äußerer, störender und ablenkender Einflüsse setzen. Das elementare Lebewesen würde sich von seinem Anfang an nicht haben ändern wollen, hätte unter sich gleichbleibenden Verhältnissen stets nur den nämlichen Lebenslauf wiederholt. Aber im letzten Grunde müßte es die Entwicklungsgeschichte unserer Erde und ihres Verhältnisses zur Sonne sein, die uns in der Entwicklung der Organismen ihren Abdruck hinterlassen hat. Die konservativen organischen Triebe haben jede dieser aufgezwungenen Abänderungen des Lebenslaufes aufgenommen und zur Wiederholung aufbewahrt und müssen so den täuschenden Eindruck von Kräften machen, die nach Veränderung und Fortschritt streben, während sie bloß ein altes Ziel auf alten und neuen Wegen zu erreichen trachten. Auch dieses Endziel alles organischen Strebens ließe sich angeben. Der konservativen Natur der Triebe widerspräche es, wenn das Ziel des Lebens ein noch nie zuvor erreichter Zustand wäre. Es muß vielmehr ein alter, ein Ausgangszustand sein, den das Lebende einmal verlassen hat und zu dem es über alle Umwege der Entwicklung zurückstrebt. Wenn wir es als ausnahmslose Erfahrung annehmen dürfen, daß alles Lebende aus inneren Gründen stirbt, ins Anorganische zurückkehrt, so können wir nur sagen: Das Ziel alles Lebens ist der Tod, und zurückgreifend: Das Leblose war früher da als das Lebende.

Sigmund Freud: Jenseits des Lustprinzips (1920), 
kapitel V.