domingo, 23 de febrero de 2014

Platón: El iluminado YO del MITO DE LA CAVERNA

-Y, si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que se concedieran entre sí a quien con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique y  a quien se  acordara mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar antes o detrás o junto con otras, y a quien fuese más capaz que nadie de adivinar, basádose en eso, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquéllos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente "ser siervo en el campo de cualquier labrador sin riqueza" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
-Eso es lo que creo yo -dijo-: que preferiría cualquier otro destino antes que soportar aquella vida.
-Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del sol?
-Ciertamente -dijo.
-Y, si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no se expondría al ridículo y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
-Claro que sí-dijo.
Platón: República, VII, 516a-517b

En estos tiempos de revoluciones y primaveras, muchos ambiciosos líderes, arriba o abajo del poder, hermanarán con el perfil descrito en el famoso mito de Platón.
Pero pensémoslo al revés. Quiero decir, si admitimos que la mayoría de las personas actúa por imitación, la inercia de la masa... ¿tan inoportuno sería el iluminado que habría de mover a tantos el esfuerzo de odiar, de ser violentos, de ser agresivos, y, aún más, ¡de ponerse de acuerdo! contra él?... Muy del delirio paranoico, ¿verdad? Pongamos que lo más probable es que se quedara en el nivel del ridículo; porque, si realmente fuera su discurso tan peculiar, ¿quién lo tomaría en serio?, ¿quién se tomaría la molestia de darle importancia, sino alguien igualmente sabio -y, en su lógica, bueno-?
Se dice, creo, que en esta imagen del filósofo martirizado por la plebe quiso hacer Platón otro homenaje más hacia su maestro Sócrates, ajusticiado por la democracia ateniense. Pero pensémoslo al revés. Todo el mito, la caverna, los objetos, la luz, las cadenas... toda esta construcción no busca reflejar la realidad del conocimiento y la educación, no es referencial. Todo es un sistema cuyo objetivo es sostener el delirio de persecución propio del yo paranoico.
Yo, el único que conozco la verdad. Yo, el único libre en un mundo de esclavos. Si ellos fueran libres me destruirían (porque es lo que tiene la libertad, que hace que todos me elijan como objeto de su pensamiento y su deseo). Es más, yo los haré libres, como yo, para que se confirme su deseo -destructivo- hacia mí. 
Pensémoslo de otro modo. Como si el mito reflejara precisamente la estructura narcisista del "yo". Pensaremos imaginariamente, por supuesto; mediante sombras. Hay dos sujetos: el sujeto inconsciente y el sujeto del yo. El sujeto (sujetos) inconsciente no tiene acceso a nada, salvo a sombras (significantes) que intenta ordenar según le vienen, que intenta recordar según le vienen. Su conocimiento es torpe, y además está confundido con todas las opiniones sobre las sombras. Todo está moviéndose y mezclándose y confundiéndose -ni ellos ni nada es causa o consecuencia de las sombras-. El sujeto del yo sí tiene (cree tener) acceso y control al afuera de la luz y de los objetos, cree controlar, maneja la realidad y su percepción. El discurso del yo ha conseguido dibujar un mapa unitario de las sombras, sus causas, sus lógicas, su verdad: el mapa estable del yo.
¿De dónde vendría esa fantasía de amenaza? No tiene sentido desde el sujeto del inconsciente, mero espectador (superespectador), ni tampoco del controlador yo (en realidad un pseudoespectador) que sabe de qué van las cosas. No tiene sentido, es un mero delirio autoatributivo para el yo: el yo liberador es un yo destructor. El yo constructor destruye la espectación de las sombras. 
Así pues, digamos que el yo vive y describe la percepción inconsciente como otros yos ignorantes que desestabilizan su delirio organizativo. Los otros delirios son falsos y peligrosos. Porque la indiferencia de otras construcciones no caben, las incongruencias y paradojas no caben, ni hablar de ironía: o conmigo o contra mí. Y mientras más contundente (paranoica) es la construcción del yo, más nítido es el yo atribuido al enemigo que se esfuerza en ocultar La (su) verdad.  No hay lugar para relaciones parciales, caóticas, inconexas... todo tiene que estar entramado y orquestado por un -único- yo.
Precisamente es lo que menos describe el mito narrado por (¿Platón?): qué sociedad es esa que está al otro lado del muro, siempre paseando con cántaros multiformes en la cabeza y que se empeña en mantener a unos esclavos encadenados (sujetos) y con la extraña obsesión de hacerlos mirar.

domingo, 16 de febrero de 2014

RAVEL vs. SCHUMANN: Infancias


Maurice Ravel: L'Enfant et les sortileges (1925)
"deux robinets coulent dans un réservoir"  



Todo esto es arbitrario. No quiero aquí hacer comparaciones (odiosas si encima vamos juzgando, y más prejuzgando) pero no tengo objeciones a la tentación que pudiera caer.
Simplemente el día lleva mucho tiempo merodeando y he decidido descansar. Y han llegado estos dos. Yo los tenía por ahí como quien tiene juguetes guardados (no son juguetes -dice una voz seria- son personas, no son personas -dice otra voz indignada- son obras, no estaban guardados -dice una voz más aguda- estaban bailando; tú sí que estabas guardado -y por tú se refiere a mí).
Voy a decir que el discurso tiene hecho de los niños una historieta increíble, no sé, como que son felices, como que son débiles, como que son ignorantes, creativos, no sé, yo creo que simplemente el objeto de demasiados delirios. Pero esto es una excusa. Que tienen necesidad. 
Yo creo que los niños son héroes (sí, lo crees ahora, pero luego se te olvidará -¡chiquillos! ¿me dejaréis hablar como un adulto?), con todo eso que tienen los héroes de brutales, temerarios, monstruosos y huérfanos.
Y que lo que peor puede hacerse con un niño es cederle un sueño. Pues el sueño es cosa de hombres cansados, que para vivir su verdad han de esconderse.
Lo que quería apuntar aquí es el detalle (cómo diferetes versiones aportan diminutos y valiosos cambios -interpretaciones los llaman-). El valor de un intervalo, simplemente, una distancia de altura entre dos notas, o una distancia de tempo entre dos notas, o una distancia de intensidad, o incluso de timbre (el timbre, esa minuciosidad que roza lo imposible). Y una sutil variación que cambia no sé qué, porque no hay significado, tampoco evocación, ¿o sí? En esa asociación mínima del detalle, atrapado al vuelo, se reconoce algo de esa extraña sinapsis de dos seres aislados, y todo lo que provoca.
Un sólo gesto transformado en música. Toda una música transformada en gesto.
Robert Schumann: Kinderszenen (1838)
"12, Kind im Einschlummern"

domingo, 9 de febrero de 2014

Silvia Plath: TRES MUJERES

SEGUNDA VOZ:
Cuando lo vi por primera vez, la pequeña hemorragia roja, no lo creía.
Miré a los hombres andar a mi alrededor en la oficina. ¡Eran tan planos!
Había algo en ellos como de cartón, y ahora lo captaba
esa plana, plana insulsez de donde ideas, destrucciones,
aplanadoras, guillotinas, salas blancas de chillidos, proceden,
sin fin proceden – y los ángeles blancos, las abstracciones.
Me senté en mi escritorio, con las medias puestas, los tacones altos,

y el hombre para quien trabajo se rió: “¿Qué has visto tan terrible?
Estás tan pálida, de repente”. Y no dije nada.
Vi la muerte en los árboles pelados, una privación.
No lo podía creer. ¿Es tan difícil
para el espíritu concebir una cara, una boca?
Las letras proceden de esas teclas negras y las teclas negras proceden
de mis dedos alfabéticos, ordenando partes,

partes, pedacitos, engranajes, los brillantes múltiplos.
Muero mientras estoy sentada. Pierdo una dimensión.
Los trenes rugen en mis oídos, ¡partidas, partidas!
La
plateada vía del tiempo se vacía en la distancia,
el cielo blanco se vacía de su promesa como una copa.
Éstos son mis pies, estos ecos mecánicos.
Tap, tap, tap, clavijas de acero. Me encuentro queriendo.

Ésta es una enfermedad que llevo a casa, esto es una muerte.
Otra vez, esto es una muerte. ¿Es el aire,
las partículas de destrucción lo que absorbo? ¿Soy un pulso
que mengua y mengua, cara al ángel frío?
¿Es éste mi amante entonces? ¿Esta muerte, esta muerte?
De chica amé un nombre carcomido de hongos. 

¿Es éste el único pecado entonces, este viejo amor muerto a la muerte?

Sylvia Plath: Tres mujeres, 1962


"Flat", planos, sosos, insulsos, apagados... es uno de los conceptos recurrentes a lo largo de este poema. "Flat men", los hombres, con sus inerciales hábitos, sus conversaciones asentadas, sus incuestionados oficios, su sociedad autónoma, su discurso establecido, se dejan llevar (ni siquiera hay decisión en ese dejarse) por algún pretendido discurrir de sucesos. La rutina del deber ser.  El caminito de la causa y la consecuencia. La estantería por la que desfila el paisaje de los objetos. 
La mujer (como querrían decir, no "esta mujer", la mujer de esta voz, la mujer de este verso, esta palabra, como si la unicidad de esta mujer estuviera reñida con que otras también son la mujer) vive separada del objeto. Hay entre ella y el objeto una extrañeza sorprendente. Hay una vivencia del objeto como ella misma (y no un objeto). Ambas vivencias deberían ser imposibles de simultanear; pero eso sólo es imposible para el plano discurso del hombre. La realidad es increíble.
Es por eso que el hombre prefiere sus herramientas, cuyas consecuencias son fáciles de discernir. 
I am a mountain now, among mountainy women.
The doctors move among us as if our bigness
Frightened the mind. They smile like fools.
They are to blame for what I am, and they know it.
They hug their flatness like a kind of health.
And what if they found themselves surprised, as I did? 

They would go mad with it. 
El lenguaje del hombre es también una herramienta; pero esto es falso. El hombre la utiliza, cierto; pero también es. Por eso piensa que su ser es útil, tiene sentido; pero esto es falso, es pensar con ideas de causa y consecuencia.
No es por eso, ni por eso nada. (Se piensa el lenguaje como excluyente en su designación; no se piensa, se dice y se dice a lo dicho; en el pensamiento queda el resto de asociaciones, no pensadas, dirían, pero ahí realmente).
Voices stand back and flatten. Their visible hieroglyphs
Flatten to parchment screens to keep the wind off.
They paint such secrets in Arabic, Chinese!

 

I am dumb and brown. I am a seed about to break.
The brownness is my dead self, and it is sullen:
It does not wish to be more, or different.
Dusk hoods me in blue now, like a Mary.
O color of distance and forgetfulness!
-- 
When will it be, the second when Time breaks
And eternity engulfs it, and I drown utterly?

I talk to myself, myself only, set apart-- 

Swabbed and lurid with disinfectants, sacrificial.
Qué sucede entonces cuando el objeto es la muerte. El hombre, acostumbrado a hablar de la muerte como habla de sus zapatos, de sus guantes, del martillo o la necesidad de reunir a los vecinos en la reparación de la vía pública, ¿de qué habla cuando habla de la muerte? En su pensamiento y en sus estadísticas fácilmente deduciríamos que no hay muerte ni hombres que hablen o mueran.
Pensemos en la mujer que escoge sus zapatos, ese día, ese momento, y sus zapatos son la muerte. Viste sus zapatos de muerte. Pensemos en la mujer que reconoce ante sí la muerte y habla con ella, y habla de ella, y es ella hablando. Pensemos en la mujer que vive la muerte, ella que debiera ser la creación (así piensan los hombres, que difícilmente separan mujer de maternidad, maternidad de alimento, alimento de mujer, y asociaciones que dejan en el discurso y que ni ellos mismos creen ni mucho menos viven -"eat them, eat them, eat them in the end"-), ella viva en la que habita la muerte. Ella muere, pero ella misma no muere.
I see myself as a shadow, neither man nor woman,
Neither a woman, happy to be like a man, nor a man 

Blunt and flat enough to feel no lack. I feel a lack.
La muerte, que tiene esa relación con ella por su condición de mujer, como no tendría esa relación con otro tipo de ser humano. Ya no es la palabra en los temas de conversación. No es el significado funcionando. Realmente es ella. Es la muerte y es ella. Es ella, no-muerte. Y obsérvese que no se habla de dolor; no hay mención al dolor. Hay el amor extraño de la muerte: esa manera de amar arrebatando.


Mejor en el original:

SECOND VOICE:
When I first saw it, the small red seep, I did not believe it.
I watched the men walk about me in the office. They were so flat!
There was something about them like cardboard, and now I had caught it,
That flat, flat, flatness from which ideas, destructions,
Bulldozers, guillotines, white chambers of shrieks proceed,
Endlessly proceed--and the cold angels, the abstractions.
I sat at my desk in my stockings, my high heels,

And the man I work for laughed: 'Have you seen something awful?
You are so white, suddenly.' And I said nothing.
I saw death in the bare trees, a deprivation.
I could not believe it. Is it so difficult
For the spirit to conceive a face, a mouth?
The letters proceed from these black keys, and these black keys proceed
From my alphabetical fingers, ordering parts,

Parts, bits, cogs, the shining multiples.
I am dying as I sit. I lose a dimension.
Trains roar in my ears, departures, departures!
The silver track of time empties into the distance,
The white sky empties of its promise, like a cup.
These are my feet, these mechanical echoes.
Tap, tap, tap, steel pegs. I am found wanting.

This is a disease I carry home, this is a death.
Again, this is a death. Is it the air,
The particles of destruction I suck up? Am I a pulse
That wanes and wanes, facing the cold angel?
Is this my lover then? This death, this death?
As a child I loved a lichen-bitten name. 

Is this the one sin then, this old dead love of death?

Sylvia Plath: Three women, 1962