-Y, si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que se concedieran entre sí a quien con mayor agudeza divisara las sombras de los objetos que pasaban detrás del tabique y a quien se acordara mejor de cuáles de entre ellas eran las que solían pasar antes o detrás o junto con otras, y a quien fuese más capaz que nadie de adivinar, basádose en eso, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes gozaran de honores y poderes entre aquéllos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría decididamente "ser siervo en el campo de cualquier labrador sin riqueza" o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo de lo opinable?
-Eso es lo que creo yo -dijo-: que preferiría cualquier otro destino antes que soportar aquella vida.
-Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del sol?
-Ciertamente -dijo.
-Y, si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no se expondría al ridículo y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
-Claro que sí-dijo.
-Eso es lo que creo yo -dijo-: que preferiría cualquier otro destino antes que soportar aquella vida.
-Ahora fíjate en esto -dije-: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le llenarían los ojos de tinieblas como a quien deja súbitamente la luz del sol?
-Ciertamente -dijo.
-Y, si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad -y no sería muy corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse-, ¿no se expondría al ridículo y no se diría de él que, por haber subido arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y si intentase desatarlos y conducirlos hacia la luz, ¿no lo matarían, si pudieran tenerlo en sus manos y matarlo?
-Claro que sí-dijo.
Platón: República, VII, 516a-517b
En estos tiempos de revoluciones y primaveras, muchos ambiciosos líderes, arriba o abajo del poder, hermanarán con el perfil descrito en el famoso mito de Platón.
Pero pensémoslo al revés. Quiero decir, si admitimos que la mayoría de las personas actúa por imitación, la inercia de la masa... ¿tan inoportuno sería el iluminado que habría de mover a tantos el esfuerzo de odiar, de ser violentos, de ser agresivos, y, aún más, ¡de ponerse de acuerdo! contra él?... Muy del delirio paranoico, ¿verdad? Pongamos que lo más probable es que se quedara en el nivel del ridículo; porque, si realmente fuera su discurso tan peculiar, ¿quién lo tomaría en serio?, ¿quién se tomaría la molestia de darle importancia, sino alguien igualmente sabio -y, en su lógica, bueno-?
Se dice, creo, que en esta imagen del filósofo martirizado por la plebe quiso hacer Platón otro homenaje más hacia su maestro Sócrates, ajusticiado por la democracia ateniense. Pero pensémoslo al revés. Todo el mito, la caverna, los objetos, la luz, las cadenas... toda esta construcción no busca reflejar la realidad del conocimiento y la educación, no es referencial. Todo es un sistema cuyo objetivo es sostener el delirio de persecución propio del yo paranoico.
Yo, el único que conozco la verdad. Yo, el único libre en un mundo de esclavos. Si ellos fueran libres me destruirían (porque es lo que tiene la libertad, que hace que todos me elijan como objeto de su pensamiento y su deseo). Es más, yo los haré libres, como yo, para que se confirme su deseo -destructivo- hacia mí.
Pensémoslo de otro modo. Como si el mito reflejara precisamente la estructura narcisista del "yo". Pensaremos imaginariamente, por supuesto; mediante sombras. Hay dos sujetos: el sujeto inconsciente y el sujeto del yo. El sujeto (sujetos) inconsciente no tiene acceso a nada, salvo a sombras (significantes) que intenta ordenar según le vienen, que intenta recordar según le vienen. Su conocimiento es torpe, y además está confundido con todas las opiniones sobre las sombras. Todo está moviéndose y mezclándose y confundiéndose -ni ellos ni nada es causa o consecuencia de las sombras-. El sujeto del yo sí tiene (cree tener) acceso y control al afuera de la luz y de los objetos, cree controlar, maneja la realidad y su percepción. El discurso del yo ha conseguido dibujar un mapa unitario de las sombras, sus causas, sus lógicas, su verdad: el mapa estable del yo.
¿De dónde vendría esa fantasía de amenaza? No tiene sentido desde el sujeto del inconsciente, mero espectador (superespectador), ni tampoco del controlador yo (en realidad un pseudoespectador) que sabe de qué van las cosas. No tiene sentido, es un mero delirio autoatributivo para el yo: el yo liberador es un yo destructor. El yo constructor destruye la espectación de las sombras.
Así pues, digamos que el yo vive y describe la percepción inconsciente como otros yos ignorantes que desestabilizan su delirio organizativo. Los otros delirios son falsos y peligrosos. Porque la indiferencia de otras construcciones no caben, las incongruencias y paradojas no caben, ni hablar de ironía: o conmigo o contra mí. Y mientras más contundente (paranoica) es la construcción del yo, más nítido es el yo atribuido al enemigo que se esfuerza en ocultar La (su) verdad. No hay lugar para relaciones parciales, caóticas, inconexas... todo tiene que estar entramado y orquestado por un -único- yo.
Precisamente es lo que menos describe el mito narrado por (¿Platón?): qué sociedad es esa que está al otro lado del muro, siempre paseando con cántaros multiformes en la cabeza y que se empeña en mantener a unos esclavos encadenados (sujetos) y con la extraña obsesión de hacerlos mirar.
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