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M. C. Escher: Puddle. Xilografía. 1952 |
¿Es posible describir sin interpretar? Una mera lista de los elementos presentes no daría cuenta de lo que "sucede" en esta imagen, ¿o admitiríamos que los objetos se superponen aquí sin relación enunciable alguna? Al final de la explicación podrá ser juzgado si el texto explica el objeto o al sujeto observador.
- Cruce de dimensiones. Digamos que el objeto, obviamente, por nuestra experiencia, tiene dos dimensiones. No la lámina, sino la superficie del charco. Irónicamente, los elementos de relieve del barro se generan con el típico juego de líneas (objeto pseudomonodimensional) de los grabados. También en el agua la ilusión de profundidad se consigue con los contrastes y el grosor de las líneas, así como con nuestra propia expectativa de los objetos (cierre, continuidad, figura-fondo, etc).
Además, este charco está contando una historia. Hay una dimensión temporal marcada en la imagen. Están las huellas en el barro, que señalan una dirección y dos sentidos. Hay una luna que juega con las sombras en una presunta noche. Finalmente, el gris del cielo tras la luna nos hace sospechar la cercana humedad que trajo (en algún momento) la lluvia que produjo el charco. Hay, pues, un juego irónico entre el estatismo de los objetos y su "natural" movimiento. - ¿Necesidad del observador? Lo humano está claramente presente en esta xilografía. En primer lugar, esta técnica pictórica exige un juego de trazos culturalmente reconocibles. Por otro lado, el reflejo, al estar invertido, provoca una sensación de interpretación, como sabemos que hace el cerebro con la disposición de la imagen en la retina -estrictamente la luna brilla aquí muy por debajo de las huellas-; hasta es posible que, en un primer momento, no se reconozca del todo qué imagen es (para eso juega a entrecruzar las líneas verticales y horizontales de los árboles con las oblicuas de las huellas). Si eso es así, dure un segundo, medio o diez, esta dificultad, se tendrá una experiencia de la propia percepción.
Para ver más allá del charco, se requiere una mente que interprete el conjunto general de los detalles (el que vaya mirando el camino probablemente solo vea en el charco un obstáculo). De la misma forma, para que pueda verse el reflejo del cielo en el suelo, primero ha tenido que caer la lluvia y despejarse después. También son necesarias las pisadas para que se forme el hueco del charco. Finalmente, solo un observador humanizado reconocería lo humano de esas huellas. El juego de espejos es, como vemos, variado. - El barro y la lluvia. La imagen es el resultado de un juego caótico de líneas. Sin embargo, la imagen en el agua produce una sensación de nitidez, frente a la irregularidad del barro que la rodea. Y otra vez sin embargo, si nos fijáramos bien, el suave entramado del cielo remedaría a otra escala el granulado dibujado para mostrar la textura del barro. Y, como ya se ha dicho, las líneas de las ramas no son menos complejas que las líneas de las pisadas. Entonces, esa claridad, ¿se debe solo a la luz?, ¿qué luz?
Pudiera pensarse que aquí consiguen entreverse los objetos a través de una amalgama de elementos materiales; otra ilusión: lo que en verdad sucede es que deducimos la materia de entre la maraña de objetos nítidamente definidos. En las huellas distinguimos sin problema neumáticos de coche, bicicletas y suelas de zapatos. En los árboles reconocemos lejanos y cercanos, troncos, ramas, hojas y frutos. Y la luna. - Fantasmas. La presencia de todos los objetos que hemos ido nombrando no es, por tanto, uniforme, sino que organiza una nivelación.
Lo que debiera ser más obvio es lo más oculto: el lienzo (de papel, supongo desde esta pantalla de ordenador) sobre el que está impresa la imagen desaparece por la impresión misma. La xilografía ha dejado rastro en el estilo y la técnica del dibujo, pero la madera en la que se dibujó ¿qué es de ella?
Dentro de la historia de la imagen, las huellas están ahí, pero los reconocibles agentes de las distintas pisadas pertenecen a un supuesto pasado. No sucede así con los árboles y la luna, coinciden con la única realidad dibujada: el barro y el agua (¿realmente ha dibujado el agua?).
Decíamos que es necesario un observador humano para reconocer las pisadas y también para discernir el reflejo en el agua. El observador se identifica con la presencia de las huellas y con la belleza del paisaje. Para que haya paisaje hace falta observador. Y aquí, para que haya paisaje hace falta la lluvia.
El autor de esta obra, la lluvia, es lo opuesto a este dibujante artesano y riguroso que imaginamos en Escher. La lluvia, aleatoria en sus trazos, consigue plasmar exactamente la imagen que la luz quiera interpretar en el agua.
Pero desengañémonos, no fue la lluvia quien dibujó esta imagen. Cualquiera que acostumbre a pasear por los bosques sabe que no es necesaria la lluvia para que en el camino nos topemos con un lienzo de barro y de agua.