domingo, 6 de septiembre de 2015

Paranoicos: FAHRENHEIT 451, de Ray Bradbury

¿Tendría tiempo para hablar cuando el Sabueso lo cogiera, a la vista de diez, veinte o treinta millones de personas? ¿No podría resumir lo que había sido su vida durante la última semana con una sola frase o una palabra que permaneciera con ellas mucho después de que el Sabueso se hubiese vuelto, sujetándolo con sus mandíbulas de metal, para alejarse en la oscuridad, mientras la cámara permanecía quieta, enfocando el aparato que iría  empequeñeciéndose a lo lejos, para ofrecer un final espléndido? ¿Qué podría decir en una sola palabra, en pocas palabras que dejara huella en todos sus rostros y les hiciera despertar?

Un final espléndido. El ser humano conoce el final. Hay un final. El cierre. Ese cierre ha de dar sentido; porque en el fondo, no quiere ese final, quiere la continuidad de sensaciones en la que cree vivir. Ciertamente hay objetos distintos, cerrados; pero es posible encontrar el vínculo entre ellos y relacionarlos y trascender. El momento no quiere estar cerrado; y sin embargo lo está. A través del sentido, me salto el cierre; ¡qué ironía!

Tiempo para hablar. Curiosamente, el tiempo sólo puede expresarse hablando; y no porque el lenguaje sea un modo de expresión, sino por lo siguiente: Es la secuencia de significantes la que va desarrollando un antes y un después. En el lugar del silencio habríamos de situar la eternidad, la suspensión en un no-tiempo. Pretender hablar para sobrevivir al tiempo, cuando es el hablar mismo su generador, es una paradoja, una ingenuidad. Entrar y salir del tiempo, aprovecharlo o perderlo, es una paranoia.

Objeto de las miradas.  Uno se sabe en el punto de mira. Sin embargo, Cada cual observa su entorno según su propia condición y no puede ver sino sus propias proyecciones de conocimiento. Ve fantasmas. Sin embargo, uno no consigue recordar que ve fantasmas, y como realmente cree que ve los objetos reales, ¿cómo no va a ser visto igualmente por aquellos que miran? De la misma forma, uno se erige objeto de las intenciones ajenas. Propone intenciones por doquier, de las cuales, el principal afectado es ese uno.

¡No podía pasar inadvertido! ¡El único hombre que corría solitario por la ciudad, el único hombre que ponía sus piernas a prueba!

Multitud y protagonismo. Uno ve fantasmas. El paisaje de su visión está construido por objetos. Son objetos bien distintos a uno mismo, que es sujeto. Esos objetos me miran, tienen intenciones sobre mí; pero son miradas vacías, artificiales, no como la mía, que es auténtica y verdadera. Cierto que hay otra paradoja: los demás me miran, pero no son auténticas miradas. Para que yo sea protagonista, tienen que mirarme; para que yo sea protagonista sus miradas han de estar devaluadas. Pero la paradoja se sostiene en la paranoia sin problema alguno.

Montag vio en su imaginación a miles y miles de rostros escrutando los patios, las calles, el cielo, rostros ocultos por cortinas, rostros descoloridos, atemorizados por la oscuridad, como animales grisáceos que miran desde cavernas eléctricas, rostros con ojos grises e incoloros, lenguas grises y pensamientos grises.

El salvador. El colmo es cuando uno mismo se erige en salvador catártico de su paisaje real (¿por qué en peligro?, ¿peligro de cierre?). Una palabra para despertarlos de su sueño. El sueño propio es auténtico, mientras que el sueño de los demás, ¡sueños son, y amenazantes! Es mi idea, mi acto, el que como una bomba con su onda expansiva, convulsionará la verdad del mundo. La solución de la paradoja: todos esos objetos que miran tendrán mi sujeto.

Decir. Pero, ¿nuestro decir realmente coge la realidad? Como nuestra mirada sólo ve lo que ya sabe ver, nuestro lenguaje sólo puede hablar de sí mismo. La cadena de significantes articula sus enlaces aquí y allá, en este significante o en este otro. ¿Las palabras enuncian más allá del lenguaje, más allá del pensamiento, más allá de la sensación? 
Si atendemos a la escucha, no al objeto escuchado sino a la escucha misma, contemplaríamos la incómoda frustración de nuestra personal paranoia. Por un lado, el lenguaje que no se ajusta fielmente a esa persona que me habla; por otro, el lenguaje que no se ajusta a lo que ese mismo lenguaje venía siendo en mí. Momentos realmente cerrados. El momento no-paranoico de la escucha. El extrañamiento.
¿Pretendo pues explicar algo con estas tesis? Con mi elocución fabrico una paranoia. Dejarse llevar por la mirada del lenguaje, por su pretendida intención, me haría paranoico.

Montag sintió como si hubiese dejado un escenario lleno de actores a su espalda. Sintió como si hubiese abandonado el gran espectáculo y todos los fantasmas murmuradores. Huía de una aterradora irrealidad para meterse en una realidad que resultaba irreal, porque era nueva. 

Ray Bradbury: Fahrenheit 451, tercera parte: "Fuego vivo" (1953)



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