Maurice Ravel: L'Enfant et les sortileges (1925)
"deux robinets coulent dans un réservoir"
Todo esto es arbitrario. No quiero aquí hacer comparaciones (odiosas si encima vamos juzgando, y más prejuzgando) pero no tengo objeciones a la tentación que pudiera caer.
Simplemente el día lleva mucho tiempo merodeando y he decidido descansar. Y han llegado estos dos. Yo los tenía por ahí como quien tiene juguetes guardados (no son juguetes -dice una voz seria- son personas, no son personas -dice otra voz indignada- son obras, no estaban guardados -dice una voz más aguda- estaban bailando; tú sí que estabas guardado -y por tú se refiere a mí).
Voy a decir que el discurso tiene hecho de los niños una historieta increíble, no sé, como que son felices, como que son débiles, como que son ignorantes, creativos, no sé, yo creo que simplemente el objeto de demasiados delirios. Pero esto es una excusa. Que tienen necesidad.
Yo creo que los niños son héroes (sí, lo crees ahora, pero luego se te olvidará -¡chiquillos! ¿me dejaréis hablar como un adulto?), con todo eso que tienen los héroes de brutales, temerarios, monstruosos y huérfanos.
Y que lo que peor puede hacerse con un niño es cederle un sueño. Pues el sueño es cosa de hombres cansados, que para vivir su verdad han de esconderse.
Lo que quería apuntar aquí es el detalle (cómo diferetes versiones aportan diminutos y valiosos cambios -interpretaciones los llaman-). El valor de un intervalo, simplemente, una distancia de altura entre dos notas, o una distancia de tempo entre dos notas, o una distancia de intensidad, o incluso de timbre (el timbre, esa minuciosidad que roza lo imposible). Y una sutil variación que cambia no sé qué, porque no hay significado, tampoco evocación, ¿o sí? En esa asociación mínima del detalle, atrapado al vuelo, se reconoce algo de esa extraña sinapsis de dos seres aislados, y todo lo que provoca.
Un sólo gesto transformado en música. Toda una música transformada en gesto.
Robert Schumann: Kinderszenen (1838)
"12, Kind im Einschlummern"
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