He tenido como camarada a un cierto Lambert que me decía ya a los dieciséis años que, cuando fuera rico, su mayor placer consistiría en alimentar a perros con pan y carne cuando los hijos de los pobres estuvieran muriéndose de hambre y que, cuando no tuvieran con qué calentarse, él compraría todo un pedazo de bosque, lo transportaría al campo abierto y caldearía el aire, sin dar a los pobres ni una sola ramita. ¡He ahí los sentimientos que él tenía! Pues bien, díganme ustedes qué podré responder a ese canalla pura-sangre si me pregunta: «¿Por qué hace falta en forma alguna ser virtuoso?» Y sobre todo en nuestra época, que ustedes han hecho de esta manera. ¡Puesto que las cosas nunca han ido peor que hoy, señores! La situación no está del todo clara en nuestra sociedad. Ustedes niegan a Dios, niegan la santidad; ¿cuál es entonces la rutina, sorda, ciega y obtusa, que puede obligarme a obrar de una determinada manera, si me resulta más ventajoso obrar de otra? Ustedes dicen: «Obrar razonablemente hacia la humanidad es también obrar en mi propio interés.» Pero ¿qué pasa si yo encuentro irrazonables todas esas cosas razonables, todos esos cuarteles, esas falanges? ¿Qué tengo yo que hacer con todo eso, qué tengo yo que ver con eso y con el porvenir de ustedes, si no tengo más que una vida que vivir? Que me dejen saber a mí mismo cuál es mi propio interés: extraeré más placer de eso. ¿Cómo voy a interesarme por lo que sucederá en vuestra humanidad de dentro de mil años, si vuestro código no me concede a cambio ni amor, ni vida futura, ni patente de virtud?
Fiódor Dostoyevski: El adolescente (1875), Capítulo 3, IV.
La sociedad Lambert. Ese pura-sangre es un "canalla", que obra con sadismo consciente. Pero su propuesta no dista mucho de la economía occidental actual (quizá simplemente ingenua). Bombones, cafés, tabaco y otros lujos, en Europa son meras golosinas. Pero en los lugares de producción son monocultivos de cacao y otras hojas poco nutritivas, eso sí, tentadoramente ¿rentables?
Europa es como un señor feudal con respecto a sus antiguas colonias. La gigantesca agricultura destinada a fabricar piensos, para nuestras hamburguesas o para nuestras mascotas, a las que no renunciaremos; la pesca casi de exterminio, para alimentar a las piscifactorías; la agresiva minería, para productos electrónicos efímeros que luego se devulven a (aquella) tierra en forma de residuos; ... todo eso se sabe.
Suena demagógico, pero ser Europeo (escribir en un blog) es caro.
La decadencia del imperio. Se dice que el Imperio Romano se fue corroyendo por su propia prosperidad y el coste de tanta ciudadanía. A su alrededor se movían culturas más sencillas, con creencias más sencillas, hambrientas de la prosperidad romana y al mismo tiempo nutridas por el desarrollo que exudaba Roma.
Desde estos finales del siglo XIX viene cocinándose el espíritu decadente del imperio occidental. Su prosperidad sostiene a cada vez más ciudadanos cada vez más cómodos, más individualistas, más relativistas en sus ideas. Lo que se ha llamado Postmodernidad. Un terreno arado para quienes se sienten con convicción oprimidos, excluídos. La apatía de un occidental contrasta con el profundo sentimiento de un ser que sufre y que se sostiene en su sufrimiento gracias a alguna idea, que convertirá en su patria.
La arrogancia utópica. El siglo XX pudiera considerarse como una enciclopedia de utopías puestas en marcha, de convicciones revolucionarias llevadas al acto, de métodos tan diversos como los soviets, el fascismo, la no-violencia o el terrorismo. Yo, personalmente, poco temo más que una idea salvadora. A todos los niveles cada vez me molesta más cualquier cosa que suene a "solución".
Y en qué quedan todas esas utopías. El capitalismo se impone, una y otra vez a lo largo de la historia. Cuenta con la ventaja del goce y la renovación de cada generación (que empieza desde cero). Y llegados a ese punto, los vemos engordar y languidecer con sus derechos conquistados por ancestros que no se recuerdan. Veo en ellos la ejecución de mi propio relativismo acomodado, posmoderno.
El estudio del yo. En la mayoría de los casos, intentar imponer una solución genera nuevos problemas. No todos están dispuestos a asumir la solución de otros. A veces propongo (absurda utopía) que, si todo el mundo, en vez de actuar tanto, se dedicara simplemente a estudiar, se evitarían muchos problemas (no todos, claro). Pero, ¿quién está dispuesto a estudiar?; posiblemente estudiar sea la actividad menos gozosa del repertorio humano.
Cualquier goce es más urgente, por no hablar de las necesidades. Y ¿es que gozar no es una forma de estudio? El que satisface su placer, ¿no está ejecutando la esencia de lo que es, cumpliéndose, investigándose? El que lleva al acto una idea, ¿no está ejecutando la esencia de lo que es, cumpliéndose, investigándose? Así como el que estudia y así como el que somete a los demás a sus propios actos.
Ser o Conocer, ¿hay ahí "realmente" dilema alguno?
-Hoy día no hay ideas morales. Han desaparecido súbitamente, todas, hasta la última. Se podría creer que nunca las ha habido.
-¿No las había en otros tiempos?
-Dejemos ese tema -dijo con un cansancio evidente.
Me sentí conmovido por su amarga seriedad. Ruborizándome por mi egoísmo, me puse a tono con él.
-La época presente -dijo él de una manera espontánea después de unos minutos de silencio, y mirando siempre al vacío- es la época del justo medio y de la insensibilidad. Pasión de la ignorancia, pereza, incapacidad de obrar, necesidad de que todo esté hecho. Nadie reflexiona ya; muy pocos podrían forjarse una idea.
-¿No las había en otros tiempos?
-Dejemos ese tema -dijo con un cansancio evidente.
Me sentí conmovido por su amarga seriedad. Ruborizándome por mi egoísmo, me puse a tono con él.
-La época presente -dijo él de una manera espontánea después de unos minutos de silencio, y mirando siempre al vacío- es la época del justo medio y de la insensibilidad. Pasión de la ignorancia, pereza, incapacidad de obrar, necesidad de que todo esté hecho. Nadie reflexiona ya; muy pocos podrían forjarse una idea.
Fiódor Dostoyevski: El adolescente (1875), Capítulo 3, V.
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