lunes, 22 de mayo de 2017

Góngora: POLIFEMO Y GALATEA, los peligros del amor


Mudo la noche el can, el día dormido
de cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero balido,
nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase -y fiero deja humedecido
en sangre de una lo que la otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño,
el silencio del can siga y el sueño!


Luis de Góngora: Fábula de Polifemo y Galatea (1612)
(octava 22, vv. 169-176)


Suele considerarse este gran poema gongorino como una exaltación del amor pagano. Sin embargo, vemos en estas estrofas (20-22) un panorama lamentable, en el que los trabajadores descuidan por amor a Galatea la riqueza de Sicilia, descrita justo anteriormente (estrofas 18-19) como una de las tierras más fértiles de Europa. Esta sanción a los peligros del amor, sigue la estela de otro famoso soneto suyo, ya comentado: "La dulce boca que a gustar convida". También cuadra este tono con el funesto destino de los jóvenes Píramo y Tisbe.
Por otro lado, los versos que cierran la octava 22 vienen siendo considerados por la crítica, desde Pellicer en adelante, como «el enigma de la Esfinge». Los distintos comentaristas, al intentar desentrañar el supuesto sentido recto, acaban resaltando lo más interesante: la multiplicidad de lecturas. Aquí, lo que intentaremos es desplegar el amplio abanico de posibilidades. Para ello, tendremos que aludir constantemente también a la estrofa inmediatamente anterior (21).
  • El ganado. En otra famosa estrofa de este mismo poema, ya comentamos la asociación posible entre el ganado y la producción poética. Si Polifemo vive en su propia boca, su ganado son sus versos. Aquí podemos insistir sin problemas en esa línea.
    El comienzo de la estrofa anterior alude a esos "mal arados versos" (recuérdese que ese es el significado original de "VERSUS"), conducidos por bueyes sin piloto, "erráticos" como su señor enamorado. Versos sin control, como pudieran parecer los mismos versos gongorinos (o bien, por el contrario, la poesía de los melífluos pastores enamorados del bucolismo renacentista).
    El verso 171 engarza la referencia a la voz con una clara simetría: "bala" / "balido" - "mísero" / "ganado". No habría que descartar alusiones homonímicas tanto en "balido" (el balido como desleal valido del ganado) como en "ganado" (como pobre ganancia). Estos juegos se sirven de esa inversión del pastor con su razón ausente y su provecho perdido.
    Pensemos, en este juego, pues, los versos mismos como abandonados por culpa de la atención al amor.
  • El lobo. Es la consecuencia directa de la desatención por culpa del amor. La oscuridad nocturna acompaña ese perderse, esos versos descarriados del Barroco gongorino, de la tierra poética devastada por amor. El juego de rimas cargan al lobo de ironía trágica: "yace", "nace", "pace". Y no es gratuito el juego de nacer-morir-alimentarse:
    ¿Qué quiere decir en "sangre de una"? Aquí "una" se refiere a oveja; pero no encontramos ese término (femenino) en el poema, no aparece con anterioridad. Se habla de "ganado", se habla perifrásticamente del ganadero que esquila nieve-lana que cubre de blanco la montaña (vv. 145-149) y "cuanto cabrio esconde la cumbre áspera de los montes"(vv.46-47).
    ¿Qué términos hay que sí cuadren con esa referencia en femenino plural?
    —Acaso Galatea, pero ha huido y escapa de la captura de los amantes; será Acis quien sufra los estragos del lobo-amor.
    —De hecho, "juventud" es otro de los candidatos. Sería una consecuencia lógica del enunciado que el encabalgamiento provoca en el verso 161: "arde la juventud y los arados". Entonces, no escribirían versos en la tierra, sino líneas de humo en el cielo (que el viento-lobo-perro-día habrá de devorar). 
    —Podríamos considerar que se refiere a la "sombras"; entonces leeríamos que una sombra (ganado) se alimenta de la sangre que derrama la sombra (el lobo) al devorar otras sombras (ganado). El ganado es tanto presa como devorador, los versos son tan ganado como lobo. Todo esto podemos ligarlo fácilmente a ese estribillo del Eclesiastés "apacentarse de viento". En ausencia de razón, la fantasía se vuelve tautológica.
  • El viento. Además, el lobo, símbolo del mal aparece tácitamente ligado al viento, símbolo del caos, que se arrastra desde la estrofa anterior. Si el pastor no rige y calla, el que habla es el viento (vv. 167-168), el que se ceba es el lobo (y convierte en lobos los corderos).
    El "silbido" viene jugando desde aquel "un silbo junta" de la octava 6 (v. 48). El "silbo" es la voz rectora del pastor, que aquí se echa en falta, como se hecha en falta el ladrido del can y la rectitud de los versos. Quien habla es el viento, y el lobo es consecuencia directa del hablar del ganado. Y ya hemos dicho que este hablar es un regurgitar de sombras, que no el certero y provechoso tono del pastor.
    Por si fuera poco, en los constantes juegos sonoros de Góngora encontramos estas sutiles paronomasias aliteradas: "firo no silba" = "base y fiero" (vv. 168, 173), que da pie a leer la otra mitad del verso "humedecido" como "enmudecido". Este trastoque sigue jugando con esta idea de voz y de regurgitamiento de sombras.
  • El perro. Hay una cadena clara entre la ley simbolizada por "el can" y "el día". Perfectamente se pueden leer los versos 169-170 como que es el día el que está mudo, el día el que está dormido, el día es el que yace. La imagen del momento devastador de la canícula que lleva a la siesta mediterránea encuentra su engarce más adelante, en el comienzo de la octava 24 donde "latiendo el can del cielo estaba" (v. 186). El día se ha vuelto improductivo.
    En los días del can, el perro -"en sombra yace"- se transforma en lobo -"de las sombras nace". Este juego de sombras culmina en el «enigma de la Esfinge»final. Con los valores del día y las sombras, del lobo y del perro, trastocados, ¿quién tiene que hablar, quién tiene que callar, quién soñar, quién estar despierto?
    Debiéramos recordar que la sintaxis gongorina pone alternativas aparentemente adversativas que no lo son tanto. Sobre aviso nos ponen los versos 169-170. La simetría del primer verso equipara como intercambiables los elementos de una aparente enumeración: "la noche, el can, el día". Cuando leemos "el día de cerro en cerro y de sombra en sombra" entendemos que es el can quien de día hace eso, pero lo que pone es que, como dijimos, "dormido el can", "el día yace de cerro en cerro y de sombra en sombra" en una enunciación simbólica.
    Así que, ¿a quién se refiere "su dueño" -como antes preguntamos por el sentido de esas "una"-? Por lo pronto, ¿es al dueño del can o al dueño de los silbos? Acaso el pastor debiera ser el dueño de ambos, pero está claro (como el día) que el dueño aquí es Amor. Traduciríamos así los versos: "que el amor devuelva sus silbos y/o -aquí es lo mismo- que se vaya a dormir y se calle". Otra: "que el dueño y su sueño sigan al can en sus silbos y no al amor en su silencio".
  • El enigma. El sueño como metáfora del amor en su doble sentido: desatención y desvarío. En cualquier caso contrasta con la atención poética conveniente.
    ¿Por qué acabar con este epítome de la confusión? La clave está justo al principio de este capítulo de la devastación de Sicilia, en la octava 18:
    "Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
    copa es de Baco, huerto de Pomona"
      
Arde la juventud, y los arados
peinan las tierras que surcaron antes,
mal conducidos, cuando no arrastrados,
de tardos bueyes cual su dueño errantes;
sin pastor que los silbe, los ganados
los crujidos ignoran resonantes
de las hondas, si en vez del pastor pobre
el Céfiro no silba, o cruje el robre.


Luis de Góngora: Fábula de Polifemo y Galatea (1612)
(octava 21, vv. 161-168)


Enlaces:
«El enigma de la Esfinge» en el artículo de A. Sánchez Romeralo.


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