HE DORMIDO
He dormido en el andén del metro,
He dormido en el andén del metro,
—por miedo al despellejo de metralla—,
he dormido en el borde de la playa
y en el borde del borde del tintero.
He dormido descalza y sin sombrero
sin muñeca ni sábana de arriba
he dormido sentada en una silla
—y amanecí en el suelo—.
Y la noche después de los desahucios
y de los días después del aguacero,
dormía entre estropajos y asperones
en la tienda del tío cacharrero.
Crecí, me puse larga regordeta,
me desvelé, pero seguí durmiendo,
llegué a mocita dicen que a poeta,
y terminé durmiéndole al sereno.
Y a pesar de estos golpes de fortuna
ya veréis por qué tengo buen talante,
he dormido a las penas una a una,
y he dormido en el pecho de mi amante.
Gloria Fuertes: Cómo atar los bigotes al tigre (1969)
Sabido es que el cerebro no se apaga, mientras vive. No tiene descanso. Dormir parece mostrar claramente su esfuerzo reparador en el cuerpo, pero en la mente no resulta tan obvio. Hay que constatar clínicamente la relación entre los desórdenes del sueño y los estados alterados como paranoias, depresión y demás, para fiarse de esa sensación psicológica tan inmediata que es el cansancio como algo más que una mera ilusión. Porque, el cuerpo se relaja, es evidente, pero los sueños no suelen ser tranquilos sino caóticos y excitantes, cuando no terribles pesadillas. ¿Realmente los sueños nos descansan?
Los sueños están hechos de memoria, y no de hechos, igual que nuestras reflexiones, nuestras ambiciones, nuestros planes. A cada cual, la convicción del otro parecen delirios sin sentido. Los hombres pasan su vida protegiéndose y reaccionando ante las intenciones de los demás. Esas intenciones, ¿miran a la realidad o a los propios sueños?
Obsérvese a los planificadores, los ideólogos, los estrategas de la guerra, esa de la que Gloria tenía que esconderse.
Obsérvese a los economistas, los ejecutores, los técnicos de personal laboral que deciden cuándo llueve y a quién.
Obsérvense los quehaceres, las obsesiones, las obligaciones de la vida adulta, o la adolescente, o la de los niños: cuántas de tantas tareas responden a un empeño ideológico o a la coyuntura del instante natural.
Gloria reivindica su presunta libertad adulta: "descalza" (virgen, sin cultura), "sin sombrero" (sin padre, sin ley, sin jefe o bien sin acceso a la paternidad, al poder, al dinero), "sin muñeca" (adulta, o niña pobre, sin ilusiones o con la ilusión de carencia), "sin sábana de arriba" (desnuda, o acalorada, o sin que haya llegado la hora de la muerte, o soportando el fresco). Pero finalmente, la inocencia de poder dormir desafiando el equilibrio ha de rendirse a la implacable ley de la gravedad, más auténtica que ninguna ley humana.
Quien escribe fabrica sueños, es evidente. Pero quien actúa provoca actos oníricos, de los que es difícil saber si tienen una entidad natural, cultural o psicológica. Quien escribe deja al lector la opción de entrar o no en su sueño; pero eso no siempre es así en otro tipo de actos, como la educación, el trabajo, el negocio, la guerra.
Explican los sueños como motivados por los sucesos del día. La gente, en cambio, recoje la expresión común de que actúa siguiendo sus sueños. Sueños cruzados, salpicados y compartidos. Nuestros miserables estados, de tristeza, de dolor, de odio, de venganza... ¿qué son sino sueños empeñados en perpetuarse? Un solo momento de paz debiera, pues, ser suficiente para justificar nuestra memoria. Y no es bastante haber soñado una vez con la gloria, y recordarlo.
Los sueños están hechos de memoria, y no de hechos, igual que nuestras reflexiones, nuestras ambiciones, nuestros planes. A cada cual, la convicción del otro parecen delirios sin sentido. Los hombres pasan su vida protegiéndose y reaccionando ante las intenciones de los demás. Esas intenciones, ¿miran a la realidad o a los propios sueños?
Obsérvese a los planificadores, los ideólogos, los estrategas de la guerra, esa de la que Gloria tenía que esconderse.
Obsérvese a los economistas, los ejecutores, los técnicos de personal laboral que deciden cuándo llueve y a quién.
Obsérvense los quehaceres, las obsesiones, las obligaciones de la vida adulta, o la adolescente, o la de los niños: cuántas de tantas tareas responden a un empeño ideológico o a la coyuntura del instante natural.
Gloria reivindica su presunta libertad adulta: "descalza" (virgen, sin cultura), "sin sombrero" (sin padre, sin ley, sin jefe o bien sin acceso a la paternidad, al poder, al dinero), "sin muñeca" (adulta, o niña pobre, sin ilusiones o con la ilusión de carencia), "sin sábana de arriba" (desnuda, o acalorada, o sin que haya llegado la hora de la muerte, o soportando el fresco). Pero finalmente, la inocencia de poder dormir desafiando el equilibrio ha de rendirse a la implacable ley de la gravedad, más auténtica que ninguna ley humana.
Quien escribe fabrica sueños, es evidente. Pero quien actúa provoca actos oníricos, de los que es difícil saber si tienen una entidad natural, cultural o psicológica. Quien escribe deja al lector la opción de entrar o no en su sueño; pero eso no siempre es así en otro tipo de actos, como la educación, el trabajo, el negocio, la guerra.
Explican los sueños como motivados por los sucesos del día. La gente, en cambio, recoje la expresión común de que actúa siguiendo sus sueños. Sueños cruzados, salpicados y compartidos. Nuestros miserables estados, de tristeza, de dolor, de odio, de venganza... ¿qué son sino sueños empeñados en perpetuarse? Un solo momento de paz debiera, pues, ser suficiente para justificar nuestra memoria. Y no es bastante haber soñado una vez con la gloria, y recordarlo.
LA VIDA ES UNA HORA
La vida es una hora,
La vida es una hora,
apenas te da tiempo a amarlo todo,
a verlo todo.
La vida sabe a musgo,
sabe a poco la vida si no tienes
más manos en las manos que te dieron.
Al final escogemos un lugar peligroso,
un pretil, una vía,
la punta de un puñal donde pasar la noche.
Gloria Fuertes: Todo asusta (1969)
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