domingo, 8 de noviembre de 2015

Sinceridad: ANAÏS NIN

No he tenido tiempo de anotar las mentiras. Quiero empezar. Supongo que no deseaba ni verlas. Si la unidad es imposible para el escritor, que es un «mar de protoplasma espiritual, capaz de fluir en todas direcciones, de engullir todo objeto que encuentre en su camino, de introducirse por todas las grietas, de llenar todos los moldes», como dijo Aldous Huxley en Contrapunto, al menos es posible la verdad, o la sinceridad sobre las insinceridades de uno. Es cierto, como dijo Allendy, que enriquezco con sentimientos reales lo que mi mente engendra ficticiamente, y, de buena fe, me dejo convencer por mis propias invenciones. Me llamó "le plus sympathique de los insinceros". Sí, soy el más noble de los hipócritas. Mis motivos, según revela el psicoanálisis, poseen el menor grado posible de malevolencia. No permito que mi amante duerma en la cama de mi marido con intención de herir a nadie. Es porque carezco de sentido de lo sagrado. Si el propio Henry hubiera sido más valiente, le hubiera dado a Hugo una poción somnífera durante su visita para poder dormir con él. Sin embargo, fue demasiado tímido para robar un beso. Hasta que Hugo se hubo marchado no me tendió sobre las hojas de hiedra de la parte trasera del jardín. 



Anaïs Nin: Henry, su mujer y yo ("Henry y June"),
diario amoroso, Agosto 1932.

  
No puedo pensar por mí mismo. Voy coleccionando retazos que justifican mi perspectiva; pero mi perspectiva es ya un retazo de colecciones para justificar antiguas perspectivas. Digo antiguas en el sentido de que, posiblemente, se hayan ido perdiendo en el continuo escribir y sobreescribir; o tal vez simplemente no haya acceso desde unas a otras, como mi mente no tiene acceso a las células de mi cerebro. Porque no soy yo quien colecciona: mi mente lo hace por mí. Yo, pues, no soy, sino una ilusión de esas perspectivas que se miran en el espejo de sí mismas. Ciegas como están no pueden ver nada. Esa visión ciega soy yo.
Pero no tengo la sensación de que Anaïs haya anotado aquí mentira alguna. Tal vez llama mentiras al disumulo, al fingir ante su marido la auténtica relación que tiene con Henry. Sobre esta traducción voy a anotar las mentiras de Anaïs en este fragmento, en relación al fragmento que yo idolatro como el tejido (textum) de mi manera de ver el mundo (mi mirada).
No he tenido tiempo. Quiero empezar. Supongo. No deseaba. Capaz de fluir en todas direcciones. Soy el más noble de los hipócritas. Mis motivos poseen. Carezco de sentido de lo sagrado.
Si son mentiras o no, es discutible. El resto me suena profundamente verdadero.
Con todo, voy a anotar ideas que me suenan profundamente sinceras; no como dichas por Anaïs, sino rescatadas de ese textum:
Anotar las mentiras. La unidad es imposible. Mar de protoplasma espiritual. Es posible la verdad. Sentimientos reales. Mi mente engendra ficticiamente. Me dejo convencer por mis propias invenciones. No permito que mi amante duerma. Intención de herir. Es porque carezco de sentido.
Pero todo esto es falso, amonestarán, son palabras sacadas de contexto. ¿Qué ley, pregunto yo, cierra el sentido de un enunciado? Acaso nuestra intención, a la que llegamos con retraso, habiendo recompuesto el sentido como se sale del precipitado devenir de un sueño. Acaso la costumbre marcial y automática del uso del lenguaje, el idioma "materno", grabándose y grabándose. ¿A quién le debemos el mérito de saber puntuar correctamente una frase?
En mi afán de sentido, tapo las grietas, relleno los huecos. Nunca han existido. El lenguaje extraviado que soy no me pertenece. El tejido, texto, tapiz, velo, que es mi mirada, mi entendimiento, mi sentido, mi intención, se impone como reultado de no sé qué composición salvaguarda de ese no-sentido que quedó taponado como grieta, obviado. Si alguna vez los oyen hablar, con su lenguaje de grieta, por mi boca, no me juzguen severamente, traten mejor de saciar esa herida tal vez con otra herida, como se dicen sinceramente los besos.  
  

Una vez pasé cuatro días con un apasionado amante humano. Ese día me   folló   un   caníbal.   Yo   yacía   exhalando   sentimientos   humanos,   y   en ese preciso momento supe que era inhumano. El escritor está revestido de su humanidad, pero no es más que un disfraz.
Lo que había dicho la noche anterior de la sinceridad, de la dependencia mutua, del flujo de confianza que es imposible de establecer hasta con el ser amado, había dado en el blanco.

Anaïs Nin: Henry, su mujer y yo ("Henry y June"), 
diario amoroso, Agosto 1932.

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