domingo, 29 de septiembre de 2013

Antonio Buero Vallejo: EL TRAGALUZ

ELLA:  Sabéis todos que los detectores lograron hace tiempo captar pensamientos que, al visualizarse intensamente, pudieron ser recogidos como imágenes. La presente experiencia parece ser uno de esos casos; pero algunas de las escenas que habéis visto pudieron suceder realmente, aunque Encarna y Vicente las imaginasen al mismo tiempo en su oficina. Recordad que algunas de ellas continúan desarrollándose cuando los que parecían imaginarlas dejaron de pensar en ellas.
ÉL:  ¿Dejaron de pensar en ellas? Lo ignoramos. Nunca podremos establecer, ni ellos podrían, hasta dónde alcanzó su más honda actividad mental.
ELLA:  ¿Las pensaron con tanta energía que nos parecen reales sin serlo?
ÉL:  ¿Las percibieron cuando se desarrollaban, creyendo imaginarlas?
ELLA:  ¿Dónde está la barrera entre las cosas y la mente?
ÉL:  Estáis presenciando una experiencia de realidad total: sucesos y pensamientos en mezcla inseparable.
ELLA:  Sucesos y pensamientos extinguidos hace siglos.
ÉL:  No del todo, puesto que los hemos descubierto. (Por Encarna.) Mirad a ese fantasma. ¡Cuán vivo nos parece!
ELLA:  (Con el dedo en los labios.) ¡Chist! Ya se proyecta la otra imagen. (Mario aparece tras ellos por la derecha y avanza unos pasos mirando a Encarna.) ¿No parece realmente viva?

 
(La pareja sale. La luz del primer término crece. Encarna levanta la vista y sonríe a Mario. Mario llega a su lado y se dan la mano. Sin desenlazarlas, se sienta él al lado de Ella.)


ENCARNA:  (Con dulzura.) Has tardado... 
MARIO:  Mi hermano estuvo en casa. 
ENCARNA:  Lo sé.
  (Ella retira suavemente su mano. Él sonríe, turbado.) MARIO:  Perdona.
ENCARNA:  ¿Por qué hemos tardado tanto en conocernos? Las pocas veces que ibas por la Editora no mirabas a nadie y te marchabas en seguida... Apenas sabemos nada el uno del otro.
MARIO:  (Venciendo la resistencia de ella, vuelve a tomarle la mano.) Pero hemos quedado en contárnoslo. 
ENCARNA:  Nunca se cuenta todo.
 
Antonio Buero Vallejo: El tragaluz (1967), parte primera.
 
El Tragaluz es una obra realmente compleja en sus ideas, que casi constantemente entran en contradicción unas con otras. Es una obra rica en fragmentos comentables, y cada fragmento podría llevarnos a consideraciones muy diferentes.
Probablemente, esta complejidad o esta riqueza vengan del esfuerzo de situar las ideas en la realidad, cuando la realidad es otra idea más. La memoria intenta hacer eso constantemente. La fantasía intenta hacer eso constantemente. El problema de la veracidad es un asunto que recurre.
Los que reivindican la memoria, olvidan que pelean por una invención.
Frente al asunto de comprender la realidad, como si hubiera un estado único y veraz detrás de nuestras percepciones y nuestros recuerdos, como si pudiéramos realmente juzgar con nuestro entendimiento si pensamientos y recuerdos son o no fieles a esa verdad, sin saber si son fieles a la realidad o fieles a sí mismos; frente a esto, digo, está el asunto de conocer al otro: conocer a la mujer, conocer al hermano, conocer al padre, a la madre como otro.

VICENTE:  (Con desdén.) ¡Estás inventando!
MARIO:  (Con repentina y desconcertante risa.) ¡Claro, claro! Todo puede ser mentira.
VICENTE:  ¿Entonces?
MARIO:  Es un juego. Lo más auténtico de esas gentes se puede captar, pero no es tan explicable.
VICENTE:  (Con sorna.) Un “no sé qué”.
MARIO:  Justo.
VICENTE:  Si no es explicable no es nada.
MARIO:  No es lo mismo “nada” que “no sé qué” (Cruzan dos o tres sombras más.)
VICENTE:  ¡Todo esto es un disparate!

Antonio Buero Vallejo: El tragaluz (1967), parte primera.

En este fragmento anterior, Mario propone una forma de conocer al otro que luego se contradirá con su propia actuación: conocer desde un detalle, desde el detalle actual presente. Reconstruir el todo al que pertenece es una invención.
Como pretende el misticismo, la auténtica realidad es inefable. Pero el matiz que propone Vicente es importante: la realidad también es lenguaje, no está en un lugar distinto al lenguaje, el lenguaje también es real, y lo que el lenguaje configura también es real.
Y la relación entre el lenguaje y lo que de lo real no llega al lenguaje es (llamamos) "la ignorancia". Pretender que el conocimiento elimine la ignorancia es como querer que el lenguaje elimine lo real, o viceversas. Y sin embargo, en nuestra fácil pretensión de saber, tendemos a posicionarnos el saber que anula otras posibilidades.

LA MADRE:  Y tú, ¿por qué te acuerdas? ¿Porque tu padre ha dado en esa manía de que el tragaluz es un tren? Pero no tiene ninguna relación...
  (El teléfono deja de sonar. Encarna se sienta, agotada.)
VICENTE:  Claro que no la tiene. Pero ¿cómo iba yo a olvidar aquello?
LA MADRE:  Fue una pena que no pudieses bajar. Culpa de aquellos brutos que te sujetaron...
VICENTE:  Quizá no debí apresurarme a subir.
LA MADRE:  ¡Si te lo mandó tu padre! ¿No te acuerdas? Todos teníamos que intentarlo como pudiéramos. Tú eras muy ágil y pudiste escalar la ventanilla de aquel retrete, pero a nosotros no nos dejaron ni pisar el estribo...

Antonio Buero Vallejo: El tragaluz (1967), parte segunda.

Aquí aparece el tema del fantasma del padre, muy a lo Hamlet. La locura del padre es el motor de toda la obra, y dos hermanos que luchan por posicionarse en ese lugar con respecto a Encarna. La culpa que se le achaca a Vicente es vestida por la madre como simple obediencia. Vicente y Mario recogen obedientemente dos fragmentos de la locura del padre, sin poder entender la locura completa.
Pretender que la historia que Vicente se inventa no es la real, simplemente porque no se la inventa él, porque es una visión adoptada, ¿es correcto? Pretender que la historia en la que cree Vicente no es la real, simplemente porque no es la historia completa, ¿es correcto?
El padre realmente manda subir al tren: luchar por colarse como sea en un tren (de supervivencia, podríamos interpretar, pero podríamos interpretar, inventar mucho más) cuyos habitantes presentarán la más enconada de las resistencias. Resistencias para subir tanto como para bajar. Ese es el tren, la locura del padre.

MARIO:  ¡Ah, pequeño dictadorzuelo, con tu pequeño imperio de empleados a quienes exiges que te pongan buena cara mientras tú ahorras de sus pobres sueldos para tu hucha! ¡Ridículo aprendiz de tirano, con las palabras altruistas de todos los tiranos en la boca...!
 
Antonio Buero Vallejo: El tragaluz (1967), parte segunda.

Con estas palabras, Mario no sólo recrimina la condición de su hermano, sino la suya propia. La interpretación que pretende llevar el sentido de las palabras a un único significado, a la pretendida realidad de los hechos, a una única historia posible. La sanción.
El tirano que quiere taparle la boca a la realidad con su propia voz. Que quiere poner en el otro exclusivamente sus propias palabras. La ilusión de que una palabra puesta quita lugar para poner cualquier otra.
El narcisismo del que habla tiende a atesorar una plusvalía sobre lo real, tan real ella misma, que genera nueva realidad, y sin embargo nunca estaría dispuesto a aceptar esta novedad como real.

ELLA:  Condenados a seleccionar, nunca recuperaremos la totalidad de los tiempos y las vidas.
Pero en esa tarea se esconde la respuesta a la gran pregunta, si es que la tiene.
ÉL:  Quizá cada época tiene una, y quizá no hay ninguna. En el siglo diecinueve, un filósofo aventuró cierta respuesta. Para la tosca lógica del siglo siguiente resultó absurda. Hoy volvemos a hacerla nuestra, pero ignoramos si es verdadera... ¿Quién es ése?
ELLA:  Ese eres tú, y tú y tú. Yo soy tú, y tú eres yo. Todos hemos vivido, y viviremos, todas las vidas.
ÉL:  Si todos hubiesen pensado al herir, al atropellar, al torturar, que eran ellos mismos quienes lo padecían, no lo habrían hecho... Pensémoslo así, mientras la verdadera respuesta llega.
ELLA:  Pensémoslo, por si no llega...

Antonio Buero Vallejo: El tragaluz (1967), parte segunda.
 
Porque aquí Él se equivoca. Y este equívoco, ¿no es sostén de pensamientos reales, de una sociedad y una moral que pudiera levantarse sobre esa idea? Y ni siquiera importa que el error venga del personaje, auspiciado por la ironía del autor; o bien venga de la propia ingenuidad del autor, o del discurso de su sociedad; o bien sea fruto de la maledicencia de este comentarista. Si alguien decidiera acogerse a una idea u otra la tomaría sin más, al margen del origen, y ni sabría que lo hace.
"Si todos hubiesen pensado al herir que se herían a sí mismos no lo hubieran hecho". Es un error, pues presupone en el pensamiento narcisista una noción del otro. Es al revés (me da por decir): todos los actos que dirigimos, pretendidamente intencionados, si tienen algún objetivo, es ejecutar el yo. Herimos como esa parte de nosotros ha de ser herida. ¿Quién es capaz de ver al otro? Uno no ve sino fantasmas de sí mismo: lo auténtico del otro nos llega como ignorancia, que rápidamente velamos con nuestra pretensión de saber.
La verdadera tragedia del perdón es la siguiente: si al perdonar comprendiéramos que es a nosotros mismos a quienes perdonamos, seríamos incapaces de hacerlo.
Porque cada cual ama su enfermedad, se hiere, se atropella, se tortura, se padece, se goza. Y nadie quiere curar su enfermedad, sólo aliviar sus síntomas. Dice: son mis síntomas pero la enfermedad es un extraño, mientras que su ser es la enfermedad, suya, propia, que habla con síntomas prestados de los extraños.
No es uno quien cura al otro, sino el otro quien cura al uno de esa enfermedad de la que no desea ser curado. Precisamente porque donde hay otro, hay de verdad deseo.
 
 
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