domingo, 9 de octubre de 2011

La educación según MONTY PYTHON

PROFESOR: Vale, vale. Ya está bien. Sentaos, sentaos. Escuchad con atención. Todos aquellos de vosotros que participéis en el partido de esta tarde deberéis poner la ropa en la percha de abajo después de comer, antes de escribir la carta a la familia, si no tenéis que cortaros el pelo o un hermano menor que este fin de semana haya sido invitado por algún compañero, en cuyo caso, recoged la nota antes de comer, metedla en el sobre antes de cortaros el pelo y aseguraos de que él pone la ropa en la percha de abajo. Bien...
ALUMNO: Señor.
PROFESOR: ¿Sí, Vaimer?
ALUMNO: Mi hermano menor va a pasar el fin de semana con Diven, pero yo no voy a cortarme el pelo, señor. ¿Tengo que cambiar la ropa o...?
PROFESOR: ¿Te importaría prestar atención, Vaimer? Esto es muy sencillo. Si no tienes que cortarte el pelo, no tienes que poner la ropa de tu hermano en la percha de abajo; basta con que recojas su nota antes de comer, después de escribir tu redacción y la carta a tu familia. Antes del descanso debes poner la ropa en la percha de abajo, saludar a las visitas y decirle al señor Vaimy que te han firmado la nota. Bien... Sexo.

Monty Python: El sentido de la vida. (1983)


No hay mejor estampa de lo fácilmente que se pervierte el sistema educativo que algunos sketch de los Monty Python. En principio, la educación debería conseguir el pulimento de las pasiones y los vicios del niño en pro de su sociabilidad y su libertad (sin contradicción). Sin embargo, no es difícil ver cómo el sistema educativo fomenta los valores de otro sistema moral tan degradado como el que se pretende corregir, echando por tierra la originalidad y la libertad del individuo. Esos son los extremos ideales y aquí comienza el juego.

*Romanes, eunt domus. Pocos habrá que no conozcan la lapidaria escena en que unos guardas romanos improvisan una clase de latín para corregir las pintadas de un Bryan revolucionario e independentisa (ver escena de La vida de Brian: en español, original en inglés). Por un lado, se satiriza a los revolucionarios que quieren independizarse del yugo de civilización y progreso que imponen los romanos (muy parecido a lo que podríamos ver en los niños frente a sus maestros). Pero estos dos guardas romanos, en lugar de corregir su verdadero error, sólo se fijan en la sintaxis; como esos profesores, obsesionados por la ortografía, pero que no se dan cuenta de los verdaderos problemas a los que el alumno se enfrenta. Con ellos, y sin quererlo, sólo contribuyen a que el “error” se extienda en el sistema, eso sí, gracias a la eficacia de una buena caligrafía. La próxima generación sabrá construir cosas pero no personas.

Igualmente iluminador es el episodio dedicado a la educación en El sentido de la vida. Se le da la vuelta completamente, y nos reímos, no sé muy bien si porque el inverso resulta disparatado o bien más real que lo aparente. Los niños estudian solos, pero cuando llega el profesor aparentan ser revoltosos. Los niños son tímidos y cándidos, y es el profesor el que les instruye en las pasiones. Y, lo más significativo, usando un tono y un lenguaje en el que parece más importante la terminología y los esquemas que la propia realidad que pretende enseñar.

Ambos sketchs tienen en común la hipérbole de dos momentos de la humanidad: el del alumno y el del profesor, que se diría hablan dos idiomas totalmente distintos. Y de ahí viene el texto que he escogido para comentar. Da en el clavo del galimatías que se produce en nuestra cabeza cuando somos alumnos y no sabemos la “intención” de todo eso que nos intentan enseñar: moral, principios, consejos prácticos, emociones, conceptos... ¿De qué me estás hablando realmente? ¿Qué me quieres contar?

Para terminar, os dejo con el alegórico partido profesores-alumnos, que da buena cuenta de qué es lo que hace un sistema educativo eficaz al servicio de un sistema moral decadente (¿es así el nuestro?). Por cierto, por si alguien no se da cuenta: los profes son los de naranja (¿por qué será?).
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