Córdoba, viernes 19 de Agosto; 39 ºC a la sombra. Es normal que me recree contemplando la famosa secuencia de Singin' in the Rain. Y por otras cosas.
Y no es sólo buscando el frescor, sino por la idea misma: bailar y cantar entre las adversidades para mostrar al mundo una sonrisa. La estética de la época, el auge de los musicales y las superproducciones, buscaba eso: dejar atrás los horrores de la Segunda Guerra Mundial y dar una imagen de felicidad omnipresente e inquebrantable.
Esto se hace patente en la realización misma de esta película. Es sabido (consúltese al efecto la magnífica entrada de Uli en Una canción perdida) las penurias y sufrimientos que pasaron todos los actores durante el rodaje: lesiones, depresiones, enfermedades... y ¿quién podría sospechar que están sufriendo lo indecible mientras bailan con esa brillante alegría? Es para llegar a una severa conclusión, el descubrimiento del camino para la felicidad: la profesionalidad.
Con esta película, se vuelven banales las ideas de trabajar para enriquecerse, para construir un nombre, para sostener un tren de vida, para defender una sociedad... ¿Cuál debería ser el objetivo de nuestro trabajo?: arrancar en el otro una sonrisa. Y eso puede hacerse desde cualquier trabajo (vale, a lo mejor el recaudador de impuestos lo tiene más difícil).
Hay muchas escenas y bailes memorables en esta película, el musical por antonomasia; pero me voy a centrar en dos, que particularmente me hipnotizan, y que además ofrecen una contraposición perfecta.
Primero, el archifamoso bailecito de Gene Kelly paseando por la calle en pleno diluvio. ¿Alguien es capaz de discutirme que no es una secuencia perfecta? No sé cómo fue la factura, pero da la sensación de que consigue un buen equilibrio entre diseño al milímetro e improvisación. Detengámonos en algunos detalles:
- El toque del amor. La imagen del beso y la mujer que se despide tras la puerta es un tópico no ya del cine, sino de la vida. Responde a una de las cumbres de felicidad que todo hombre pueda experimentar. Consecuencia: la renuncia a la comodidad. Con qué elegancia le dice al coche que se marche. El amor nos da alas, pero aquí nos indica qué es lo contrario del amor: el cansacio, la pereza, la incomodidad, la desgana, el miedo.
- La valentía. El hombre tocado por el amor es feliz y es valiente, se enfrenta sonriente al diluvio (grande Regina Spektor). Aquellos que se cruzan con él lo miran como un loco; pero ante su mirada, esas prisas y esas precauciones resultan ridículas.
- La sonrisa. El zoom hacia la sonrisa de Gene lo deja claro: por oscuro que esté el día, una verdadera sonrisa basta para iluminarlo (no puedo imaginarme a este profesional al borde de la neumonía, de dónde saca esta energía que marcará la Historia del cine).
- El paraguas. Se covierte en el compañero de baile de toda la escena. Se convierte en un amigo. Gene consigue sacar de él todas las posibilidades. Consigue hacer de un paraguas un objeto de perfección. Y atención, en el fondo, el paraguas no deja de ser una señal de miedo, de protección, fácilmente asociable a un bastón, un escudo o incluso un arma. Aquí es un compañero, un amigo, porque no es utilizado, no se le busca para protegerse, sino para alcanzar la perfección.
- Hollywood. Sí, toda la película es un homenaje y casi un documental de la edad dorada de Hollywood, la "fábrica de sueños". Aquí se ve reflejada en los distintos escaparates, tan lujosos. Tiendas de moda, de cigarrillos, librería, hasta llegar (curioso final, ¿verdad?) al "Art School".
- La ley. Magistralmente, la secuencia termina con la aparición del policía. ¡Con qué alegría, con qué respeto, el personaje asume la vigilancia de la ley! ¡Claro! Sabemos que no hay nada más molesto que la felicidad ajena, hemos de contenernos. Con humildad, Gene serena el gesto pero sin abandonar la sonrisa: vale, yo soy feliz, no puedo evitarlo, pero procuraré que mi felicidad no moleste a los demás. ¿Dóde se ha visto algo así? De verdad, me quito el sombrero.
- La entrega de amor. Y por último, cuál es el gesto final: Gene le da el paraguas a un transeúnte. Aquello que él ha sido capaz de convertir en un objeto valioso, aquel que ha sido su compañero en el momento de felicidad, aquel del que ha sacado la perfección, va y lo entrega a un desconocido. ¡Prótegete, sírvete de él!; aunque no lo sepas, es un objeto tocado por el amor.
[Una vez más, no me permiten insertar el video, así que nada, a enlazar: Cyd Charisse y Gene Kelly en "Brodway Melody", de Singing in the Rain]
La otra escena es totalmente opuesta: la mujer fatal, la belleza seductora, el poder de lo femenino. Pero una vez más me quedo con la profesionalidad de Cyd Charisse. A lo largo de la película hemos visto escenas magistrales, pero es que el bailecito que se marca aquí Cyd Charisse es espectacular. Y, yo al menos, no consigo ver en ella a una mujer fatal, sino a una bailarina que borda su papel. ¡Qué precisión y sensualidad en cada gesto! El objetivo: sacar al paleto de Gene de su posición rígida e ingenua.
Por supuesto, podemos ver aquí una metáfora poco velada del propio arte, de la belleza del espectáculo. La belleza que seduce al artista, pero que es seducida por el dinero. Brodway, Hollywood, la exótica belleza que baila para nosotros, esperando siempre que demos el paso.
Let the stormy clouds chaseEveryone from the placeCome on with the rainI’ve a smile on my faceI’ll walk down the lane
With a happy refrain
Singing, just singing in the rain.
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