domingo, 29 de mayo de 2011

CARRINGTON: La soledad

Aunque resulte paradójico, hay varios tipos de soledad. Podríamos decir que hay tantas maneras de sentirse solo como individuos haya. También podríamos decir que hay tantas maneras de sentirse solo como situaciones diferentes podamos vivir. Y esto parece un poco sintomático: la soledad es uno de los elementos estructurales del ser, tal vez uno de sus polos. Paradójicamente, el sentimiento de soledad suele indicarnos dos cosas: que somos únicos, y uno; y también que existe la diversidad, que existen los otros.
Esta imagen refleja muy bien el sentimiento de soledad. Pertenece a la película Carrinton (1995), del inglés Christopher Hampton (ver trailer). También esta fue una película emblemática en mi vida, por razones estéticas y por cuestiones personales. En cuanto a las personales, posiblemente me identificaba (en esos años de post-adolescencia, en los primeros años de carrera) con esos intelectuales que no dejaban de ser niños perdidos en su sexualidad. En cuanto a lo estético, me impactó la banda sonora: durante años estuve buscando música así, al tiempo que buscaba música como la de Azul, de Preisner-Kieslowski. En el último caso, la búsqueda me llevo a Mahler, quien me enseñó mucho. En el primer caso, la búsqueda me llevó a los cuartetos de Beethoven, del que aprendí mucho más.

De esta escena, voy a destacar tres cosas, dignas de ser comentadas detenidamente:
  • La música. Del Cuarteto de cuerda nº 3 de Michael Nyman. Toda la fuerza emotiva de esta secuencia radica en ella. Es curioso: la pieza está compuesta con anterioridad a la película; por tanto, hemos de deducir que la secuencia está diseñada para encajar en la música, y no al revés. Lo mismo sucede con la escena final de la película (que no contaré).
  • El montaje. El juego de cámara es maravilloso. Si quitamos el sonido podemos atender sólo a él, y apreciarlo mejor. La mirada de la actriz (Emma Thompson) está perfectamente coordinada con los movimientos de los personajes en la casa. La alternancia de planos cercanos, lejanos, estáticos, en movimiento, juegan con ese vaivén sentimental de la música y el personaje. Y, claro está, todo dirigido (arrastrándolo todo) a la última imagen, que es la imagen del deseo de Carrington.
  • La imagen y la ausencia de palabra. Carrington es una pintora; Lytton, un escritor. Podemos sacar punta simbólica a esto. En esta escena, todo lo inunda el poder de la imagen, que impregna la mirada de soledad. Magnífica esa idea del mundo interior (la casa) visto desde fuera; algo que aparece en muchas otras obras. Todo es visto como algo propio y ajeno a la vez, nítido e incomprensible; y a eso ayuda la ausencia de palabra. Y es significativa la única frase, de Lytton: "¿Es que no van a terminar nunca con ese horrible juego?"
Me gusta esta escena como reflejo de la soledad porque muestra a un sujeto contemplando su propia vida, a las personas que componen su historia, sintiéndose desplazado. ¿Qué mayor soledad que la de sentir que lo tuyo no te pertenece o que no perteneces a los tuyos? Ni siquiera tu propia historia. Y aún así seguir afectado por ella, seguir teniendo que estar ahí, actuando, ejecutándose.
Hay en la soledad un hiperprotagonismo del Yo. Hay cierta paranoia. Ese empeño del yo de pertenecer y de que le pertenezcan. Hay en la soledad mucho de egoísmo, un egoísmo insano e inevitable. Y cierta paradoja: porque el que está, está siempre rodeado de estímulos, y cuando faltan los estímulos proliferan los delirios. No se puede estar, y menos ser, sin el lenguaje. Y en el lenguaje siempre hay Otro; pero, claro, menos Yo.

Hay tantos que se sienten solos, que es realmente difícil que estén solos. Para todos aquellos que han sentido la profunda soledad, va dedicada esta entrada. 

2 comentarios:

  1. Y aunque no nos sintamos solos, hay veces que deseamos tanto estarlo! Cada vez me gusta más la soledad, tanto para estar en casa como para hacer deporte, para pasear...

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  2. Para mí, la soledad es infinita y va ligada al sentimiento de pérdida, es morir en vida.

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