lunes, 30 de abril de 2018

GENTE. El libro de los amores ridículos, de MILAN KUNDERA

Explicaré delante de todos cómo han ocurrido las cosas. Si las personas son personas, tendrán que reírse.
     ‒Como le parezca. Pero verá usted que, o las personas no son personas, o usted no sabía cómo eran las personas. No se van a reír. Si usted les explica todo tal como ha ocurrido, se pondrá de manifiesto que no sólo no cumplió con sus obligaciones tal como las establecía el horario, es decir que no hizo lo que tenía que hacer, sino que además ha dado clases ilegalmente, es decir que hizo lo que no tenía que hacer. Se pondrá de manifiesto que ha ofendido a un hombre que le había pedido ayuda. Se pondrá de manifiesto que su vida privada es desordenada, que en su casa vive cierta joven sin estar dada de alta, lo cual tendrá una influencia muy perniciosa en la presidenta del Comité de Empresa. Todo este asunto será de dominio público y quién sabe qué nuevos cotilleos aparecerán; lo que es seguro es que les vendrán muy bien a todos aquellos que se sienten molestos por las ideas que usted defiende, pero que sienten vergüenza de enfrentarse con usted por ese motivo.

Milan Kundera: El libro de los amores ridículos (1969)

Hoy voy a seguir el sentido literal de "comentario" como "mentar con". Para no hablar solo. Para tener la ilusión de que lo que digo lo digo junto con mi amigo. Siendo cosa de dos, no sé si resultará doblemente convincente, pero tal vez sólo reciba la mitad de los ataques:
«No se van a reír». El humor, en su más baja condición, suele tener mucho de sadismo, y un sadismo no recíproco. Ridiculizar al otro, reírse de los defectos de los demás es tan antiguo como común. Ahora bien, si algo estamos observando a través de las redes sociales es la escasa tolerancia hacia que los demás se rían de uno mismo, o de lo que uno considera importante. La incapacidad para acceder a un humor universal, irónico, no denigrante, y la incapacidad para no tomarse en serio las tragedias propias, por un momento sólo, es un rasgo bastante generalizado entre las personas. 
«No cumplió con sus obligaciones tal como las establecía el horario». En mi país, al menos, es más importante la presencia física en un lugar en un horario que el cumplir con unos objetivos y obligaciones. La obligación es el lugar y el horario. Obviamente, todos estamos obligados a habitar cada cual en su aquí y su ahora. La presencia física se puede garantizar. Dónde esté la mente eso es otro cantar. Lo que debiera vigilarse son los deseos, los objetivos, el rendimiento de un trabajo. Pero, ¿y si ese deber ser no es útil? Y si los objetivos son sólo ficciones para permitir una subsistencia, y si en lo demás no se cree, nada más que en la vida sin sentido de cada cual... entonces ¿qué?
«Ha ofendido a un hombre que le había pedido ayuda». En efecto, este personaje querría tomarse a guasa sus propias acciones. En su argumentación, justifica su conducta en un querer evitar enfrentarse al mal trago de tener que decirle a un camarada que su trabajo no es válido. Irónicamente, como denunciando la frivolidad que sería aceptar su estudio, él mismo se escaquea, poniendo en evidencia lo absurdo del sistema de reglas. Un callejón sin salida, pues, por un lado o por otro, se demostrará que tanto "tener que" es ridículo.
«Además ha dado clases ilegalmente». El colmo. Pensar gratuitamente. Conversar gratuitamente. Aprender unos de otros en los quehaceres cotidianos, en las conversaciones cotidianas. Impensable. Si algo se ha penalizado a lo largo de la historia, eso ha sido predicar. Promover ideas, aceptables o inaceptables, siempre incomoda. Promover locuras, delirios, fuera de la locura general o el delirio general, es inadmisible. Que nadie invente chistes nuevos, y mucho menos haga reír gratuitamente y fuera de un horario.
«Su vida privada es desordenada». Por favor.
«En su casa vive una jovencita sin estar dada de alta». Pongámonos sentimentales. Y ahora nos dirán que cómo es posible que amemos a un desconocido. Toda idea de caridad, de fraternidad, de amor al prójimo se topa de bruces con el día a día del egoísmo común e institucional. Sólo podemos amar a uno de los nuestros. Y esto es fundamental. Por un lado, la mayor locura consiste en acotar claramente qué podemos amar y qué no, y a esto llamamos cordura y civilización. Por otro lado, la realidad es que amamos cosas impensables quienes han conseguido amar algo distinto de sí mismos y sólo sí mismos. Pues todo el meollo radica ahí, en qué se me permite considerar mío en la propiedad de mi casa-cuerpo-mente.
«Todo este asunto será de dominio público». Que lo más paradójico de la gente es la ausencia de personas. Nada íntimo, nada privado, nada intocable, excepto yo y lo mío. Al más mínimo resquicio, como fieras enjauladas (que nos impiden, no salir, sino entrar), al otro se le expondrá, se le desposeerá. Si es posible, ante cualquier sombra de impunidad, atacarán. Alguien sensato estableció leyes eficaces para la comunidad, pero incómodas para cada uno. Derechos para mí, obligaciones para los demás. ¡Qué más impune que atacar al culpable!; no es tan sabroso como destruir al inocente, pero valdrá como satisfacción, pues entre todos nos lo permitiremos. Y así acaba la ley: donde cien piden leyes que de veras nos protejan, miles claman por leyes que de veras nos castiguen.
«Y quién sabe qué nuevos cotilleos aparecerán». Porque la "jauría humana" vive hambrienta de historias, de ficciones, de daño. El discurso legal y moral es poco más que la cobertura conversacional para poder hablar del delito, del pecado, de todo aquel daño que se quiera causar, pero que no estamos dispuestos a que nos lo infrinjan a nosotros mismos. Castigar, de acto o de palabra, directa o indirectamente. Causar sufrimiento. Y si algo ha demostrado la historia y nos muestran las redes sociales en su máximo esplendor, es que no son ni tres ni cuatro, sino legión las bocas lapidarias del rebaño humano. Como peces, carnaza para morir conversando.
«Sienten vergüenza de enfrentarse con usted por ese motivo». Así es: la verdad nos avergüenza. Pues nada soportamos peor: el otro no puede llevar razón. Negarle el saber al otro es gran locura. Y grande también por lo extendida. El narcisismo propio es, detalle por detalle, dimensión por dimensión, absolutamente intachable. Aquel que cuestiona nuestros argumentos es un ignorante; quien consigue refutarlos, es un mal humorista, un mal predicador, que en cuanto se pueda debe ser ajusticiado. Nada de ironía: una torpeza ha de subrayar de torpeza todo lo demás. Nosotros, soberanamente torpes, demostramos así que teníamos razón. 

 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario