Hace ya unos años, separé dos ejes de referencia musical entre "goce" (todo elemento de repetición, ritmo ya sea melódico, armónico o constructivo) e "intelección" (allí donde aparecía un elemento de innovación, variación, distorsión, es decir, la ausencia de repetición o asidero), formando un presunto equilibrio "reflexivo" (término medio). Bolero, deja a las claras sus elementos gozosos; pero, precisamente, la parte intelectual y reflexiva llega al comparar las variaciones tímbricas, armónicas, pero también entre distintas versiones. En cada audición va apareciendo un nuevo matiz que se salva de la repetición.
Si nos fijamos bien, este experimento musical de Ravel podría ser ejecutado por una máquina. Una máquina lo suficientemente bien diseñada para poder controlar los distintos parámetros de los instrumentos. La composición misma de esta pieza tiene algo de maquial: el medido crescendo, el ritmo constante e implacable, la inalterable alternancia de las dos melodías dobladas... Incluso las melodías tienen algo de fabricación autómática, de ejecución de los recursos motívicos clásicos de la música. Mirada desde lejos, estas dos melodías son las menos ravelianas de su repertorio (Ravel se caracteriza por trabajar con salpicaduras de motivos minúsculos, a veces meros efectos sonoros, apenas fraseados; si realmente hay algo como el "impresionismo" en música, está en Ravel). La más parecida, por su plasticidad, es su primeriza Pavana a una infanta difunta. Ahora bien, mirada desde cerca, el juego de recuros melódicos que dibujan los dos temas tiene más de trabajo retórico que de improvisación emotiva. No en vano, Igor Stranvisky comparaba a Ravel con un "relojero suizo".
Así pues, cualquier máquina que trabajara con los más elementales principios constructivos de la música clásica occidental podría componer y ejecutar una pieza así.¡Pero no del todo! Cuánta combinatoria habría que manejar para colocar precisamente estas elecciones tímbricas en las variaciones. Me imagino a Ravel, puliendo y repuliendo la melodía, concretando el obstinato, decidiendo y probando y descartando, este timbre o este otro, este acorde o este otro, esta variación aquí o no. Es en las decisiones, que el lector va rescatando, audición tras audición, donde tenemos al compositor. Y, vale, por combinatoria podría acabar saliendo un Bolero como este; pero lo veo más posible ahora. Hoy por hoy, merced a la música cinematográfica, estamos muy acostumbrados a ese tipo de orquestación que se asienta precisamente en Ravel y otros compositores de su tiempo. Pero en su momento, difíciles encuentro de adivinar los hallazgos tímbricos y efectistas de Ravel. Y fijémonos en que Ravel prácticamente se limitaba al repertorio instrumental de la orquesta romántica canónica. No buscó tanto engranajes nuevos, sino nuevas formas de hacerlos girar en la misma máquina ya existente.
Ante el Bolero, pues, podemos aventurar que bajo su aparatosa apariencia de intensidad y pasión, lo que hay es un autómata musical perfectamente engrasado y diseñado. ¿Qué tal si nos invitara a pensar lo mismo de la aparente inteligencia y emotividad humana? El ingenuo conductismo y su estímulo-respuesta, el rimbombate estructuralismo y su articulación funcional, el modelo computacional y su dualismo hardware/software... ¿hasta dónde aciertan en decir lo que somos? Como decía Ravel:
«Pero, ¿es que acaso la gente no puede hacerse con la idea de que yo sea "artificial" por naturaleza?» (cita)
Otras entradas que desarrollan el difícil equilibrio entre automatismo y voluntad:
- Ex Machina, de Alex Garland.
- La libertad, en Ética de Spinoza.
- Gattaca, de Andrew Niccol.
- La serie de cuatro entradas sobre Frankenstein, de Mary Shelley.
- Evolucionismo discursivo, desde El enigma de la Esfinge de Juan Luis Arsuaga.
Otras entradas sobre la música de Ravel:
- Cuadros de una exposición, orquestación de la obra de Modest Mussorgsky.
- Menuet antique.
- La Valse.
- Ravel (L'Enfant et les sortileges) vs. Schumman (Kinderszene).
- Concierto para piano en Sol Mayor.
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