El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de interprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte.
Gabriel García Márquez: Crónica de una muerte anunciada
Las grandes obras lo son desde su inicio. Desde este primer párrafo, ya se "anuncia" lo que va a ser recurrente a lo largo de la novela.
- La muerte anunciada en la octava palabra del libro, podría haberse sospechado ya desde la misteriosa intimidad del propio Nasar. El Destino se deslizaba en sus sueños y un buen interpretador -como presumía ser su madre- podría haberlo leído. Precisamente la madre está ciega al íntimo destino de su hijo.
- Interpretación fallida: nuestro pensamiento es literario en los sueños. El sueño es a Santiago como esta novela es a nosotros. ¿Sabremos interpretar lo que se desliza en el lenguaje literario de esta novela?, o con nuestros recurrentes fracasos demostramos lo difícil que es de aprender lección alguna.
- Ingenuidad vs. impotencia. Todos los personajes de la novela dan la sensación de que se mueven cándidamente. Vuelan creyendo que jamás se toparán con los hermosos almendros que en invierno florecen. Sólo el lector sabe. Curiosamente el lector es cada personaje mismo, rememorándose, para luego narrárnoslo a nosotros. Y el proceso invertido comienza desde nosotros: hasta nuestra ingenuidad como lectores-vividores.
- El almendral de las convicciones. En el bosque de la moral, al tropezar con un árbol, unos personajes vuelcan su caída sobre otros. Santiago acaba debajo y muere por asfixia. La presunción de inocencia, la virginidad, la venganza, el matrimonio, la visita del obispo, etc. Todos creen ejecutar su convicción como "debe ser"; pero uno mismo es su casa de herrero con cuchillo de palo y, en el momento del acto ideado, qué sino torpe frustración.
- Ciertamente, el proceso de la ficción suele ser al revés. Aquí, en cambio, partimos desde la cagada de pájaro para recuperar el paraíso perdido de los higuerones. Porque nuestra historia, también una ficción, sigue la lógica implacable de un solo sentido. Cierto que, al terminar la lectura, hacemos otro rápido viaje de regreso, desde el símbolo de la muerte hasta la realidad inefable de nuestra rutina (o acaso ambos mundos -siendo que los sueños realmente no significan nada- estén separados por un χωρισμός).
Y si desmenuzamos, tal vez encontremos más. Cuando elegimos la mirada fractal, es fácil perderse en un bosque.
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