domingo, 16 de noviembre de 2014

Pío Baroja: EL ÁRBOL DE LA CIENCA

—Ir a un sentido de justicia universal —prosiguió Iturrioz— es perderse; adaptando el principio de Fritz Müller de que la embriología de un animal reproduce su genealogía, o como dice Haeckel, que la ontogenia es una recapitulación de la filogenia, se puede decir que la psicología humana no es más que una síntesis de la psicología animal. Así se encuentran en el hombre todas las formas de la explotación y de la lucha: la del microbio, la del insecto, la de la fiera... ¡Ese usurero que tú me has descrito, el tío Miserias!, ¡qué de avatares no tiene en la zoología! Ahí están los acinétidos chupadores que absorben la substancia protoplasmática  de otros infusorios; ahí están todas las especies de aspergilos que viven sobre  las substancias en descomposición. Estas antipatías de gente maleante, ¿no están admirablemente representadas en ese antagonismo irreductible del bacilo del pus azul con la bacteridia carbuncosa?
—Sí, es posible —murmuró Andrés.
—Y entre los insectos, ¡qué de tíos Miserias!, ¡qué de Victorios!, ¡qué de Manolos los Chafandines, no hay! Ahí tienes el  “ichneumon”, que mete sus huevos en una lombriz y la inyecta una substancia que obra como el cloroformo; el “sphex”, que coge las arañas pequeñas, las agarrota, las sujeta y envuelve en la tela y las echa vivas en las celdas de sus larvas para que las vayan devorando; ahí están las avispas, que hacen lo mismo arrojando al “spoliarium” que sirve de despensa para sus crías, los pequeños insectos paralizados por un lancetazo que  les dan con el aguijón en los ganglios motores; ahí está el “estafilino” que se lanza a traición sobre otro individuo de su especie, le sujeta, le hiere  y le absorbe los jugos; ahí está el “meloe”, que penetra subrepticiamente en los panales de las abejas, se introduce en el alvéolo en donde la reina pone su larva, se atraca de miel y luego se come a la larva; ahí está...
—Sí, sí, no siga usted más; la vida es una cacería horrible.
—La naturaleza es lo que tiene; cuando trata de reventar a uno, lo revienta a conciencia. La justicia es una ilusión humana; en el fondo todo es destruir, todo es crear. Cazar, guerrear, digerir, respirar, son formas de creación y de destrucción al mismo tiempo.
—Y entonces, ¿qué hacer? —murmuró Andrés—. ¿Ir a la inconsciencia? ¿Digerir, guerrear, cazar, con la serenidad de un salvaje?
—¿Crees tú en la serenidad del salvaje? —preguntó Iturrioz—. ¡Qué ilusión! Eso también es una invención nuestra. El salvaje nunca ha ido sereno.

Pío Baroja: El árbol de la ciencia (1911)
Segunda parte. Capítulo IX: "La crueldad universal"

Esa idea de que los individuos (animales, se entiende ahora) son más felices en la libertad de la naturaleza, que se sienten mejor "en su hábitat", cuántas veces la he rebatido. Como si la naturaleza fuera un hogar dulce y no el intrincado concierto de tensiones que es. Como si el animal tuviera como suyos los tratados de ecología. 
Pero si entendemos por felicidad esa ejecución de las leyes biológicas, implacables como la "voluntad" de Shopenhauer, si entenedemos la felicidad como la aplicación de una estructura mecánica que se ejecuta cual goce, entonces sí que un animal será más feliz lejos de la mirada humana, del juicio humano.
Felicidad, Justicia, Libertad... grandes ficciones que el ser humano gestiona en su particular hábitat cultural como si fueran realidades geológicas, biológicas, metabólicas. ¿Ayudan realmente a comprender la naturaleza y la naturaleza humana?
Aquí vemos cómo de un principio científico (el citado principio de recapitulación de Müller) se transfigura en un postulado metafórico. La psicología humana reproduce la psicología animal (y podríamos seguir biológicamente abajo, geológicamente abajo, química, cuánticamente). A través de la antropología quisiéramos pensar que la psicología actual hereda algo de la psicología ancestral y así. Que hay, por tanto, una evolución también en lo moral, en lo psicológico. Y si mezclamos con esa evolución la idea de progreso... Pues en un sentido o en otro nos encontramos con las grandes fantasías éticas, creacionistas y todotipodeistas que hoy día seguimos soportando, alentando o tolerando. Churras y merinas: el intrincado concierto de los discursos humanos.
Así, yo me permito el lujo de cuestionarme lo que quiera. Por ejemplo:
  • Ningún elemento lucha por la supervivencia de su especie. ¿Qué sabe la zarza del resto de su especie? ¿Qué sabe el lagarto? ¿Qué sabe el ñu de que forma una especie catalogable (cuando van a cruzar el río infestado de cocodrilos acaso suspiran pensando "por la depuración de la especie")? El concepto de especie no sirve tanto a la naturaleza (objeto) como a la biología (discurso científico).
  • Ningún ser lucha por sobrevivir. Que se sepa, el único ser vivo que tiene noticia de su propia muerte es el ser humano. Nosotros interpretamos el miedo animal como un miedo a morir; pero eso es absurdo. Es más, comprendiendo los mecanismos hormonales del miedo, deberíamos replantearnos la naturaleza de nuestros propios miedos, y nuestras diversas fobias.
  • Ningún ser lucha. Esa metáfora social del bellum naturae, esa competición de individuos que ni siquiera tienen percepción de sí mismos cuanto menos de otros, ¿es la mejor manera de explicarlo? Una competición sin meta, una guerra sin vencedores ni vencidos. Sólo procesos naturales en ejecución.
Si no es la mejor manera de explicar los procesos naturales, ¿es la mejor manera de explicar los procesos sociales, humanos? Obsérvese que vuelvo a la analogía para comparar un ámbito y otro. Separar el objeto observado del lenguaje que lo describe es el esfuerzo más loable (para mí, subjetivamente) del discurso científico. Sin embargo, es el principal escollo para comprender cómo funciona la naturaleza ficcional humana.
Antropormofizamos el mundo. Geologizamos lo humano.




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