En el Escolio de la Proposición 17 de esta Parte he explicado en qué sentido el error consiste en una privación de conocimiento; pero para una más amplia explicación de este asunto daré un ejemplo, a saber: los hombres se equivocan al creerse libres, opinión que obedece al solo hecho de que son conscientes de sus acciones e ignorantes de las causas que las determinan. Y, por tanto, su idea de «libertad» se reduce al desconocimiento de las causas de sus acciones, pues todo eso que dicen de que las acciones humanas dependen de la voluntad son palabras, sin idea alguna que les corresponda. Efectivamente, todos ignoran lo que es la voluntad y cómo mueve el cuerpo, y quienes se jactan de otra cosa e inventan residencias y moradas del alma suelen mover a risa o a asco. Así también, cuando miramos el Sol, imaginamos que dista de nosotros unos doscientos pies, error que no consiste en esa imaginación en cuanto tal, sino en el hecho de que, al par que lo imaginamos así, ignoramos su verdadera distancia y la causa de esa imaginación. Pues, aunque sepamos más tarde que dista de nosotros más de 600 diámetros terrestres, no por ello dejaremos de imaginar que está cerca; en efecto, no imaginamos que el Sol esté tan cerca porque ignoremos su verdadera distancia, sino porque la esencia del Sol, en cuanto que éste afecta a nuestro cuerpo, está implícita en una afección de ese cuerpo nuestro.
Baruch de Spinoza: Ética, Parte II, Proposición XXXV, Escolio
Es muy difícil no traducir la modernidad de Spinoza con nociones contemporáneas. El esfuerzo de Spinoza por comprender y perfilar qué es la libertad y en qué medida puede el ser humano decirse libre es comparable al esfuerzo que en los últimos siglos hemos visto en los discursos varios por reclamar su pretendida libertad.
En principio, es de suponer que los conceptos de LIBERTAS o ἐλευθερία surgen en clara oposición con términos de norma (en el primero) o esclavitud en el segundo. Así, la libertad es un concepto siempre relativo a una carga particular. Pero la palabra tiende a hacerse paso hacia su absoluto y buscar el contexto de la libertad libre de toda carga: la condición personal en la que estamos exentos de toda sumisión (y el ser humano en su inocencia se deja llevar por la palabra).
La noción actual cotidiana de libertad creo que puede expresarse como el poder hacer lo que uno quiere. Tenemos en castellano una frase coloquial muy plástica: "hacer lo que me da la gana", a la cual yo suelo responder, "entonces soy esclavo de mis ganas". Pues mi querer ¿surge de mi condición o mi condición surge de mi querer? Como dice Spinoza, una decisión no es libre por el mero hecho de que se perciba o se crea libre.
Desde mi punto de vista (¿personal, decidida, meditada y libre?, ¿consecuente?), la libertad es más una sensación que un estado. De la libertad pudiera hacerse una poética, no una ontología. Y hablar de una legalidad libre, nos lleva a una ironía de rizos y trampas. Hay dos maneras de sentirse libre:
- La primera, la más común, aquella en la que uno reconoce el "permiso", la aprobación o la complicidad ante su propia y tal vez secreta condición. Es la libertad en los ojos del otro. La ausencia de censura. Es una libertad ilusoria, pues viene a ser la confirmación en el espejo de nuestra propia condición determinada (y, paradójicamente, es el sentimiento auténtico al que denominamos generalmente libertad).
- La segunda, mucho menos frecuente, es casi una conquista. Al acceder a un sistema lo suficiéntemente caótico (y en el terreno personal, humano, hemos de considerar que se trata de un conocimiento lo sufincientemente complejo, una ética lo suficiéntemente dinámica) o encontrarnos en una coyuntura lo suficientemente nueva, la posibilidad de opciones puede estar tan equilibrada en sus causas cruzadas que en el instante justo anterior a la decisión haya una auténtica libertad. La sensación de incertidumbre (no alarma, ni fantasía pesimista), de descontrol, que acarrea esta situación, esa es la auténtica libertad. Es, por supuesto, una situación angustiosa, insoportable, de ahí que, a pesar de que presuma de lo contrario, el ser humano huye de la libertad y prefiere adoptar un cómodo estado dependiente.
De la segunda noción pudiera pensarse que en la ignorancia encontramos libertad, bien que el no conecer leyes o impedimentos, perjuicios, inconvenientes, bien que el no saber qué hacer deje nuestros actos entregados a un presunto azar. Pero entre el azar y el destino hay una confusión fácil de intuir: el desconocimiento de las causas no hace que las causas dejen de estar ahí, múltiples, caóticas, diversas.
Lo contrario es aún más difícil de dilucidar: ¿hay libertad en el conocimiento? Según lo expuesto en mis dos acepciones, podría asumirse que sí (¿así lo entiendo porque es lo que quiero o porque es lo que tengo delante?). La expresión libre de nuestro ser y el reflejo no cesurado de nuestra imagen consciente o inconscientemente es algo parecido al conocimiento de uno mismo. La realidad, en su caótica creación continua de posibilidades, es libre, y mientras más "real" sea nuestro conocimiento (algo paradójico) pues más acceso a la libertad tendríamos.
Para Spinoza "Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza y es determinada por sí sola a obrar" (Ética, Parte I, Definición VII). De ahí es inevitable acabar deduciendo que "sólo Dios es causa libre" (Ética, Parte I, Proposición XVII, Corolario II). Siguiendo el camino de las causas "la voluntad no puede llamarse causa libre" (Ética, Parte I, Proposición XXXII) y, por tanto, "Dios no obra en virtud de la libertad de su voluntad" (Ética, Parte I, Proposición XXXII, Corolario I). Es más: "Confieso que la opinión que somete todas las cosas a una cierta voluntad divina indiferente, y que sostiene que todo depende de su capricho, me parece alejarse menos de la verdad que la de aquellos que sostienen que Dios actúa en todo con la mira puesta en el bien, pues estos últimos parecen establecer fuera de Dios algo que no depende de Dios, y a lo cual Dios se somete en su obrar como a un modelo, o a lo cual tiende como a un fin determinado. Y ello, sin duda, no significa sino el sometimiento de Dios al destino, que es lo más absurdo que puede afirmarse de Dios, de quien ya demostramos ser primera y única causa libre, tanto de la esencia de todas las cosas como de su existencia" (Ética, Parte I, Proposición XXXIII, Escolio II).
Queda pendiente el asunto de la creatividad. ¿Puede el entendimiento humano ser creativo? ¿Su creación es libre? Los enunciados con los que piensa, elabora discursos como pensamientos, pensamientos como realidades, ¿qué son?: creaciones, invenciones, descubrimientos de un mundo ya terminado, haciéndose junto a él o creado por él. Pues si el hombre no es libre, nada puede crear que no pertenezca ya al mundo al que pertenece, y por lo tanto, en nada debiera no creer. Pues sus errores ¿son libres?
Por lo que atañe a lo segundo, digo que los asuntos humanos se hallarían en mucha mejor situación, si cayese igualmente bajo la potestad del hombre tanto el callar como el hablar. Pero la experiencia enseña sobradamente que los hombres no tiene sobre ninguna cosa menos poder que sobre su lengua, y para nada son más impotentes que para moderar sus apetitos; de donde resulta que los más creen que sólo hacemos libremente aquello que apetecemos escasamente, ya que el apetito de tales cosas puede fácilmente ser dominado por la memoria de otra cosa de que nos acordamos con frecuencia, y, en cambio, no haríamos libremente aquellas cosas que apetecemos con un deseo muy fuerte, que no puede calmarse con el recuerdo de otra cosa. Si los hombres no tuviesen experiencia de que hacemos muchas cosas de las que después nos arrepentimos, y de que a menudo, cuando hay en nosotros conflicto entre afectos contrarios, reconocemos lo que es mejor y hacemos lo que es peor, nada impediría que creyesen que lo hacemos todo libremente. Así, el niño cree que apetece libremente la leche, el muchacho irritado, que quiere libremente la venganza, y el tímido, la fuga. También el ebrio cree decir por libre decisión de su mente lo que, ya sobrio, quisiera haber callado, y asimismo el que delira, la charlatana, el niño y otros muchos de esta laya creen hablar por libre decisión del alma, siendo así que no pueden reprimir el impulso que les hace hablar.
Baruch de Spinoza: Ética, Parte III, Proposición II, Escolio.
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