viernes, 7 de diciembre de 2012

François Rebelais: GARGANTÚA, Capítulo IX

Los colores y librea de Gargantúa

Ya os he dicho que los colores de Gargantúa fueron blancos y azul. Con ellos su padre quiso presentarlo como una joya celestial, porque lo blanco significaba para él alegría, placeres, delicias y regocijos, y lo azul, cosas celestiales. Tengo para mí que al leer estas palabras os burlaréis del viejo bebedor, y diréis acaso que esta interpretación de los colores es impropia y antipática, puesto que lo blanco significa fe y lo azul firmeza; pero sin inquietaros, sin alteraros, sin enfadaros ni acaloraros (porque los tiempos son peligrosos), haced el favor de contestarme. De lo contrario, no me atrevería a dirigirme a vosotros; únicamente me atrevería a deciros una palabra de la botella.
¿Quién os amedrenta? ¿Quién os hiere? ¿Quién os dice que blanco significa fe y azul firmeza? Un libro, diréis, muy poco leído, que venden los baratijeros y buhoneros con el título El blasón de los colores ¿Quién lo ha hecho? Quienquiera que haya sido ha tenido la prudencia de no darse nombre. Por lo demás, yo no sé qué admirar más en él, si su atrevimiento o su necedad.
Su atrevimiento, porque sin razón, sin causa y sin apariencia ha osado prescribir por su particular autoridad los significados de los colores; así hacen los tiranos al colocar su arbitrio en el lugar de la razón; pero no los prudentes ni los sabios, que con manifiestas razones satisfacen a sus lectores.
Su necedad, porque ha estimado que sin otras demostraciones ni otros argumentos valederos, el mundo habría de arreglar sus divisas por sus necias imposiciones.
Sin duda (pues, como dice el proverbio, en el culo del disentérico siempre se encuentra mierda), ha encontrado algún grupo de necios del tiempo de los altos bonetes que ha dado fe a sus escritos, pero ellos fueron los que dieron las reglas para tallar los apotegmas y los refranes, para encabestrar las mulas, para vestir los pajes, para aderezar las calzas, bordar los guantes, franquear los lechos, pintar insignias, componer canciones y, lo que es peor, imaginar imposturas y lanzarlas clandestinamente contra las púdicas matronas. En parecidas tinieblas se pierden los cantores de las glorias de la corte y los trastrocadores de nombres, pues cuando quieren en sus divisas significar esperanza, hacen pintar una esfera, penachos y aves para las penas, flores para la melancolía, la luna bicorne para la vida en creciente, un banco quebrado para la bancarrota, un «no» y una armadura de hierro para significar la carencia de duros hábitos, un lecho al descubierto para la licencia. Homonimias todas tan ineptas, tan bárbaras,
tan rústicas y tan insípidas que merece se les cuelgue del cuello una cola de zorro y se les ponga en careta un buche de vaca a todos los que las quieren emplear en Francia, después de la restauración de las buenas letras.
Por tales razones, si razones se les ha de llamar y no pesadillas, debería yo pintar un cesto (panier, en francés) para decir que se me hace penar y un bote de mostaza (moutarde) como lema del que tarda mucho. Un orinal debe ser un oficiante y el fondo de mis calzas debe ser el bajel de mis pedos y mi bragueta la escribanía de mis decretos, etc.
De manera bien distinta procedían antiguamente los sabios de Egipto cuando escribían aquellas letras llamadas jeroglíficas, las que no eran entendidas sino por aquellos que comprendían la virtud, propiedad y naturaleza de las cosas por ellas representadas. Orus Apollon compuso en griego dos libros y Polibio en el suyo, Sueño de amor, expone sobre el mismo tema cosas interesantes. En Francia tenéis algún trasunto de éste en el blasón de Amiral, que quien primero lo usó fue Octavio Augusto.
Pero mi esquife no volverá a darse a la vela en estos golfos ingratos. Vuelvo para hacer escala en el puerto de donde salí.
Sin embargo, tengo esperanza de escribir algún día sobre esto más extensamente y demostrar, tanto por razones filosóficas como por autoridades reconocidas y probadas, de gran antigüedad, cuáles y cuántos colores hay en la naturaleza y lo que por cada uno de ellos puede ser representado, si Dios me conserva la médula del bonete, esto es, el jarro de vino, como le llamaba mi abuela.

François Rebelais: GargantúaCapítulo IX (ver en francés); 1534.


Touché.
Esta falta de rigor (o exceso de libertad) con que el colorista enlaza unos sifnificados con otros, me la puedo achacar a mí mismo y al centenar de comentarios de texto aquí recogidos.
En mi defensa puedo esgrimir dos argumentos:

  1. La sátira de Rebelais me permito leerla con ironía, enunciado por enunciado. No es tanto una crítica a los eruditos a la violeta (como yo), sino un mecanismo para permitirse a él (y amí) decir lo que quiera.
  2. En el comentario de texto no se busca llegar a una verdad definitiva. No se trata de traducir una estructura a un esquema científico. Lo indiscutible es lo más alejado a un comentario de texto que pueda imaginar. El vínculo entre texto (objeto), pensamiento y realidad no va tanto en la significación de los enunciados; sino en su ensamblaje casual (¿o causal?). Se trata de poner el lenguaje y el pensamiento a rodar (¿y la realidad?), con la mayor libertad posible, como se supone que en nuestra mente van circulando los elementos del mundo (-saber). -con la mayor libertad posible quiere decir sin abandonar del todo los convencionalismos de la sociedad o del lenguaje, pero un poco sí-

Dicho esto, merece que nos detengamos en dos ideas presentes (o así se me antoja a mí) en el texto:
  • Cualquiera puede imbuirse de autoridad, bien por adopción de la autoridad de otro, bien por la deducción de no sé qué reglas tomadas como infalibles. Pero lo importante es que, a nivel de discurso (y esto se muestra claramente en el relato de ficción) tanto vale una como la otra. A fin de cuentas esto es así porque yo lo digo(porque el lenguaje lo dice).
  • El desplazamiento de significado no es tan libre o anárquico como pudiera parecer. Cualquier nuevo significado funciona porque interviene algún catalizador del desplazamiento: metáfora, metonimia, sinécdoque, homonimia, paronimia, elipsis... Básicamente, podemos decir que el vínculo entre el referente y el significado del símbolo siempre está mediado por la configuración del significante en un momento dado (momento en la realidad, momento en la estructura rodante del lenguaje). Y una vez pasado por ahí, cualquier cosa puede significar cualquier otra; eso sí, siempre se podrá establecer un vínculo concreto, una estructura concreta que determine la asociación (ciencia para unos, comentario de texto-objeto para otros).





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