Suspiros tristes, lágrimas cansadas,
que lanza el corazón, los ojos llueven,
los troncos bañan y las ramas mueven
de estas plantas, a Alcides consagradas;
mas del viento las fuerzas conjuradas
los suspiros desatan y remueven,
y los troncos las lágrimas se beben,
mal ellos y peor ellas derramadas.
Hasta en mi tierno rostro aquel tributo
que dan mis ojos, invisible mano
de sombra o de aire me le deja enjuto,
porque aquel ángel fieramente humano
no crea mi dolor, y así es mi fruto
llorar sin premio y suspirar en vano.
Luis de Góngora (1582)
El primer cuarteto plantea una clara exposición del modelo petrarquista. La perfecta correlación, correctamente equilibrada en cada verso, entre lágrimas y suspiros, ofrece una construcción armónica. Esa armonía convierte el sufrimento en un proceso hermoso, divino, terapéutico: la belleza matemática como camino hacia Dios. Hércules aparece, en efecto, como emblema de esta sublimación, apoyándose en su propio emblema, el álamo, cuya hoja, verde por el haz, blanca por el envés, asume también esta dicotomía.
El segundo cuarteto rompe con el esquema arcádico. Esas lágrimas apolíneas que riegan su propio laurel abandonan la armonía de la construcción artística y retornan al círculo vicioso del sentimiento. Así pues, las manifestaciones de tristeza no hacen sino invocar un paisaje caótico, un locus eremus. El juego de correlaciones se vuelve confuso a la par que se culmina la fusión de elementos: "ellos" pueden ser tanto los troncos como los suspiros, "ellas" tanto las fuerzas como las lágrimas y ambos indistintamentes pudieran haber sido tanto "mal" como "peor".
Es decir: si bien en el petrarquismo renacentista el sufrimiento, artísticamente volcado, es un camino para el Bien (=Belleza, =Verdad), ahora está claro que: el sufrimiento es el mal, origen del mal y objeto del mal. El sufrimiento está ensismismado, no tiene trascendencia.
Y el grado máximo ocurre en el primer terceto, no en la naturaleza, sino en su mismo rostro. El mismo suspiro, que las lágrimas provocan, seca esas mismas lágrimas. Y lo más acuciante de todo: no dejan el rostro seco, sino "enjuto". Este adjetivo es el que probablemente se le adjudicaría al propio Góngora, a tenor de sus retratos: un rostro seco y delgado. Así pues, la máscara tópica del sujeto lírico queda unida en una puntada al sujeto real (supuesto).
El último terceto juega con la ambigüedad del "porque" - "crea". Una lectura nos dice que las lágrimas se secan para que el ángel no se dé cuenta de que sufre. La otra nos dice que las lágrimas se secan porque el ángel no es la verdadera causa del sufrimento. Creer y crear. En cualquier caso, hemos llegado a las antípodas del optimismo petrarquista; ahora o no se confía en Dios o Dios y la naturaleza humana están separados. Desde luego, la clave "ángel fieramente humano" apunta a esta lectura, que bien supo adoptar el existencialismo. El hombre está solo, el ἄγγελος no llega a entregar o recibir el mensaje.
Por último, destaquemos la ironía de los dos últimos versos.
1º) "No crea mi dolor y así es mi fruto". No crea mi dolor es precisamente que no hay tal dolor (no ha sido creado), que la gran tragedia de esta poesía es que el dolor de esos poemas petrarquistas no es un dolor real, que el poema miente. O bien, que lo que busca el poema es precisamente gozar con el dolor, siendo la tragedia mayor que ese dolor no exista.
2º) "Llorar sin premio y suspirar en vano". La palabra "fruto" nos lleva una vez más a una crítica del carpe diem y muy probablemente por vía directa del mismo Garcilaso. Pero aquí sí que hay fruto, y subrayado por el deíctico "así". No hay resultado, no hay provecho, no hay fin, no hay sentido, no hay utilidad, no hay objeto... pero hay acción. Sea como sea, "llorar" y "suspirar" son ya el fruto. Y exactamente tal como lo hace la naturaleza, que crece y vive sin propósito pero crece y vive.
Y la ironía no acaba aquí. Este poema tiene, a su vez, como objeto natural, sus propios frutos, que independientemente del sentido del texto, han sido, de algún modo, enunciados.
- Tanto las emociones como las expresiones son vanas e intrascendentes.
- Tanto las emociones como las expresiones se vuelcan sobre objetos.
- No se puede permitir que el otro sepa los propios sentimientos.
- Las emociones no están causadas objetivamente.
- Las expresiones modifican la naturaleza.
- Los sentimientos invocan la naturaleza y la naturaleza se alimenta de los sentimientos.
- En la relación entre sentimiento y naturaleza está el mal.
- Sujeto y máscara se unen en el punto de la invocación (boca-voz).
- La acción es irónica y pulsional: un inagotable llorar cansado y un empecinado suspirar triste.
- En vano, pero existe.